Hace unos días asistí como oyente pasivo a una tan acalorada como improductiva discusión de mesa de bar. Los vociferantes contertulios discutían sobre la condición de vasco o español de un conocido político de Gipuzkoa.
El complejo tema de las identidades suele ser un tema recurrente de discusión. Todas/os tenemos diversos sentimientos de identidades o pertenencia a grupos variopintos y con diferente nivel de implicación vital: familia, amigas/os, grupo de edad, tendencia sexual, equipo deportivo, grupo musical, colectivo de hobby… Una de las identidades que más fogosamente suelen defenderse es la nacional. Algo que resulta más comprensible en lugares como Euskal Herria, donde algunas identidades son legales y otras no, y donde unas, según el contexto, pueden resultar «políticamente incorrectas».
Reflexionando sobre el personaje que era objeto de disputa, llegué a la conclusión de que él mismo no se identificaría como vasco o español, sino como ambas cosas.
Soy de la opinión de que la identidad que cada persona declara como propia es la que debe ser reconocida en su integridad, pero deja de sorprenderme que políticos del país se declaren vascos y españoles. Una sorpresa similar a la que me causaría un político de Belfast autodeclarado irlandés y británico, uno de Kiev ucrano-ruso, otro de Gaza palestino e israelí o un monje budista tibetano y chino.
Mi sorpresa no viene del hecho de considerar incompatibles los sentimientos de múltiple nacionalidad. Muy al contrario, creo que es muy extendido y creciente, e incluso pudiera ser saludable, que en una situación normalizada en Euskal Herria hubiera porcentajes importantes de población con diversos sentimientos nacionales. La sorpresa, en cambio, viene precisamente de la evidencia de no estar en una situación normalizada ni de igualdad, sino conflictiva que me hace encontrar similitudes entre ese hipotético monje budista díscolo y ciertos políticos que se definen como navarro/a-vasco/a y español/a, basque et français/e etc.
Para animar el análisis, propongo a las/os lectoras/es que reflexionen sobre cuatro políticos de renombre que acostumbran a identificase como vascos y españoles, los tres primeros, y navarro y español el cuarto. Estos son: Javier Madrazo, Odón Elorza, María San Gil y Miguel Sanz.
La primera serie de preguntas que podríamos hacernos es qué nos quieren decir cuando se identifican como individuos con doble identidad: ¿se trata de dos identidades nacionales?, ¿son acaso una folclórica y la otra política?, ¿se refieren a una regional y a otra estatal?, ¿es quizás una étnica y la otra cívica?
Si consideramos que como autodefinidos españoles que son, gozan de todos los derechos que como tales les corresponden en el ordenamiento jurídico estatal e internacional, disfrutan de pasaporte que les da libertad de movimientos y la lengua que comúnmente (o en exclusiva) hablan es de obligatorio conocimiento en sus respectivas localidades de residencia. Siendo estos datos objetivos ciertos y en su faceta de cargos públicos electos que son, les plantearíamos una segunda serie de cuestiones: ¿qué hace para que se reconozca su aparentemente «muy sentida» doble identidad?, ¿que hacen para que sea preceptivo el euskera?, ¿qué hacen para que haya un reconocimiento jurídico internacional de su alterego?
La conclusión que obtengo es que se percibe una falta de sinceridad en su autoproclamada doble identidad.
Así como está bien autodefinido un colono como tal de nacionalidad israelí asentado en la Cisjordania ocupada, resulta complicada la definición de un palestino-israelí y me resulta engañosa la posición de los cuatro políticos mencionados. Lejos de corresponder a un sentimiento internacionalista o cosmopolita, creo que tiene más relación con el siempre farragoso mundo de lo políticamente correcto, en el mejor de los casos o con el transformismo en el de otros.
¿Se declara Madrazo vasco sólo al recibir su nómina o lo hace también cuando presenta pasaporte en un aeropuerto asiático?, ¿dice lo mismo Elorza en Alderdi Eder que en Ferraz?, ¿lo hace San Gil en ETB y Antena 3, Sanz en Corella y Génova?
Animando desde estas líneas a respetar los sentimientos de identidad de nuestras/os conciudadanas/os, en especial los de los que no se correspondan con los nuestros, animo igualmente a desenmascarar a políticos que hacen de las palabras letras vacías de significado.
Por último plantearía a las/os lectoras/es cuatro nuevos interesantes misterios sin resolver para la próxima, espero que no acalorada, disputa de sobremesa: ¿se puede ser castallano-navarro?, ¿qué quiere decir un político cuando dice que es «vasquista»?, ¿qué tienen en común Zabaleta y Madrazo?, ¿se puede ser de Orio y animar a Castro en la regata de La Concha?