El eterno retorno


El complejo de inferioridad (¿tal vez síndrome de Estocolmo?) que sufren algunos de nuestros políticos ha alcanzado cotas nunca vistas anteriormente, tras las recientes elecciones españolas del 9 de marzo de 2008.

Da la sensación de que unos «malos datos electorales» (pregunta inocente: ¿puede haber resultados electorales «buenos» dentro del actual régimen político español?) condicionan, e incluso determinan, todo el proceso «político» de los próximos años.

La primera cuestión a analizar consiste en determinar la parte que en esta previsión de proceso futuro corresponde a datos sociales «objetivos» y cuánta corresponde a «profecías autocumplidas» que, en el fondo, son deseos ocultos, no expresados explícitamente, de quienes las utilizan como eslogan para justificar su «cambio político». Son posiblemente quienes hoy, «al sentirse derrotados» en las urnas, lo que buscan en realidad es un pretexto para retornar al único nicho en el que se sienten cómodos. Sería repetir el camino de vuelta, tantas veces recorrido y trillado, hacia el PsoE. ¿Una edípica «vuelta al seno materno»? Parece que para superar el callejón sin salida al que nos han reducido durante tantos años no conciben otra opción que la vuelta a recetas pasadas cuyo fruto manifiesto fue el retroceso de logros previamente adquiridos. No hay más que recordar la «etapa Buesa» en educación del gobierno de Vitoria.

Por otro lado se percibe la no existencia, mejor la ocultación, de una alternativa política (en el sentido fuerte) a las «politiquerías» coyunturales, partidarias, derivadas del contexto hispano-francés o de la hipotética capacidad de presión de la vía de los atentados. En ambos caminos se juega a una especie de «eterno retorno». En ambos, en contra de las normas del ajedrez, se «enrocan» una y otra vez, por el corto y por el largo y en ambos sentidos: hoy «a cara de perro», mañana «dulce cual la miel», pasado mañana otra vez con los dientes (aparentemente) afilados y al día siguiente, de nuevo, mansos como corderos… Pero siempre dando vueltas a la misma noria, sin darse cuenta de la energía que se pierde en cada una de ellas.

En ambos casos se produce un profundo desprecio por el elemento fundamental en cualquier conflicto político de fondo: la capacidad de movilización de la sociedad propia, el ejercicio real de la autodeterminación, para la consecución de su objetivo estratégico fundamental que, según mi modo de ver, en este momento no puede ser otro que el logro de un Estado propio, independiente, en Europa y en el mundo, en igualdad de condiciones que España, Francia o Portugal entre los ya existentes y que Flandes, Irlanda o Escocia entre los próximos.

Si pensamos que Euskal Herria es una nación es porque consideramos que existe capacidad y fuerza para ejercer como tal, ser sujeto político, y ese pensamiento al estar socializado ejerce una fuerza real. Pero parece que esta presión, que sí perciben españoles y, en menor medida, franceses, no tiene correspondencia en lo que se autodenominan «fuerzas políticas vascas». Ni la ha tenido, por lo menos desde la etapa de la famosa «transición».

Hoy estamos viendo con claridad una vez más el «eterno retorno». Unos vuelven al atentado como elemento de presión, sin percatarse de su nocividad, del dolor inútil que produce sí, pero principalmente de su utilización propagandística a nivel nacional e internacional en nuestra contra. La sociedad vasconavarra debe darse cuenta de la espiral cada vez más cerrada en la que nos recluyen los atentados. Los otros, de modo semejante en el fondo, recurren a su otro primo, «el de Zumosol», al PsoE, como valedor de nuestros intereses ante España, olvidando el continuo engaño y ninguneo al que nos han sometido y someten. Basta recordar su posicionamiento claro y rotundo en las elecciones del mes de mayo de 2007 ante la opción NaBai. Ya lo decía Josep Plá: «lo más parecido a un español de izquierdas es un español de derechas».

Me duele ser tan negativo en la valoración política de la coyuntura actual. Es más, parece que, después de tantos años en vías muertas, responde a una debilidad estructural. Esta perspectiva únicamente se puede considerar con un cierto optimismo desde el exterior, por el temor que manifiesta el estatus político hispano ante cualquier mínima «salida de tono». En este sentido reitero como ejemplo la situación provocada con NaBai en mayo de 2007.

Mucho se habla hoy en día de la «transversalidad» como vía para superar las dos hipotéticas facciones en las que se divide Vasconia: los «nacionalistas» frente a los «constitucionalistas», al 50%. Falacia enorme que merecería otro artículo. Ya que los nacionalistas de verdad son los españoles (o franceses en su caso) y no son el 50%, ni muchísimo menos. Y los constitucionalistas auténticos, los que queremos lograr nuestro propio Estado democrático y garantista.

Los únicos que hablan de transversalidad, y pretenden ejercerla, lo hacen con desparpajo si son españoles y con enormes complejos si son vascos. La famosa «transversalidad» parece que debe ser «española». Nadie se plantea la posibilidad, necesaria, por otra parte, de una «transversalidad» propia, con la independencia política, el Estado propio como objetivo, en el que todas las personas tendrían garantizados de verdad sus derechos. Todos.

Como dice Xavier Rubert de Ventós en unos recientes artículos en Avui (16, 17 y 18 de marzo de 2008) publicados bajo el título «Todo será bonito y feliz» y que recomiendo leer en su totalidad, traducidos al español, en www.nabarralde.com:

«¿Nacionalista yo? No me hace falta. Me contentaría con tener un Estado. Además, es más fácil para un Estado consolidar o incluso inventarse una nación, que para una nación conseguir un Estado…»

«…Todo será más feliz y bonito, en cambio, cuando tengamos un Estado para andar por casa; un Estado no muy grande, es cierto, pero ni más ni menos marcado por el Mercado y las Finanzas, como vienen a serlo todos. Entonces, yo me hartaré de hablar castellano…»

«…Ya no tendremos, por fin, una identidad que nos coma el coco. Ser catalán será un accidente, una banalidad, de la cual algunos hasta se sentirán orgullosos («y es que hay gente para todo», diremos). Entonces, el nacionalismo identitario y crispado se verá sustituido por los «mecanismos de la cotidianeidad…»

«…La identidad de Catalunya, libre por fin, consistirá en adelante en no tener demasiado: ni tanta identidad, ni tanta lengua, ni tanto destino manifiesto, ni nada de nada. Rosas but many. Identidades sí, pero muchas -incluso las que se cuecen hoy en el Raval-. Todo, todo será cuando Catalunya sea independiente -o nunca-. Cuando a nuestros nietos no les duela Catalunya como a nosotros -o nunca-. Cuando Catalunya y España sean dos, y por eso mismo puedan abrazarse sin narcisismos ni masoquismos de ningún tipo -o nunca-…»

«…Lo que es ideológico se habrá convertido en lógico, lo que es sentimental será ya banal; nuestro mensaje se habrá naturalizado y convertido en un paisaje. Un paisaje hoy por hoy virtual pero por el que espero puedan pasear mis hijos pequeños.»

La auténtica transversalidad llegará por medio de nuestra constitución en ciudadanos de un Estado navarro independiente, la República de Navarra, -o nunca-, como bien dice Rubert de Ventós en sus artículos refiriéndose a Catalunya.

Publicado por Nabarralde-k argitaratua