El fin del Alto Karabaj y el futuro de los conflictos no resueltos surgidos de la desaparición de la URSS

Cientos de militares azeríes desfilan por el centro de una Stepanakert (ahora Khankendi) vacía de habitantes, bajo la mirada orgullosa de su presidente Ilham Alíev. Marchan a paso firme por la avenida principal de la hasta hace poco capital de la extinta República del Alto Karabaj, frente a un parlamento desierto y del antiguo palacio presidencial, coronado ahora con el escudo oficial azerí. Banderas de diferentes dimensiones con las franjas horizontales azules, rojas y verdes, la media luna y la estrella de ocho puntas, adornan el lugar, sustituyendo las de la república desaparecida. Esta escena tuvo lugar el pasado 8 de noviembre, como colofón de la victoria militar y de la ocupación azerí de todo el Karabaj a raíz de su ofensiva relámpago del 19 y 20 de septiembre, que provocó el éxodo de casi toda la población armenia étnica que residía en ella. Una imagen que hacía realidad la peor de las pesadillas de la población armenia, ponía punto final definitivo a tres décadas y media de conflicto y enterraba para siempre el sueño del Artsakh.

El desfile también tenía por objeto conmemorar la victoria azerí en la Segunda Guerra del Karabaj del otoño de 2020, cuando recuperaron más de dos tercios del territorio que había estado bajo control armenio desde la guerra que tuvo lugar a principios de los años 90. De los más de 120.000 armenios que lo habitaban, sólo han quedado una veintena, borrando una presencia con raíces históricas profundas de más 2.000 años de antigüedad, ante la permisividad de la comunidad internacional. También, causando la desaparición de una identidad local muy marcada y poniendo en riesgo la supervivencia del dialecto propio que se hablaba en la zona, el karabaj. Ocho antiguos líderes políticos y militares de la República del Alto Karabaj fueron detenidos para ser juzgados por las autoridades de Azerbaiyán, uno de los estados más autoritarios del planeta. Hay que añadir 41 prisioneros de guerra y seis civiles capturados. Se teme también por el futuro del vasto patrimonio histórico y cultural de la región, como el monasterio de Amaras, uno de los templos cristianos más antiguos del mundo, donde el monje Mesrop Mashtots abrió en el siglo 5 dC la primera escuela donde enseñaba a los alumnos alfabeto armenio que él mismo había creado. Las acciones contra la herencia arquitectónica y escultórica armenia perpetradas en las zonas del Karabaj que pasaron bajo control de Azerbaiyán a raíz de la guerra de 2020, o la política de erradicación llevada a cabo en el exclave de Najchivan entre 1997 y 2006 —que incluyó la destrucción de 89 iglesias, 5.840 khachkars (cruces de piedra armenias) y 22.000 lápidas a fin de borrar su huella ancestral—, son precedentes preocupantes.

Entre la normalización de relaciones y la posibilidad de una nueva guerra

La extinción de la República del Alto Karabaj declarada en 1991 y la abolición de la región que desde 1921 llevaba ese nombre, y el destino que han sufrido los armenios de aquel territorio, son una muestra del retorno de la geopolítica en los contornos de Europa en su vertiente más cruda. El litigio histórico se ha resuelto a favor de los intereses de Bakú, pero todavía quedan sus derivadas en la dimensión interestatal. La delimitación de fronteras entre las repúblicas de Armenia y Azerbaiyán y el reconocimiento mutuo de los respectivos límites territoriales sigue pendiente. También habrá que afrontar la cuestión del aislamiento regional de la República de Armenia, que ha sido mantenido por Azerbaiyán y su aliada Turquía durante tres décadas, manteniendo las fronteras cerradas a ambos lados como represalia por el control armenio sobre el Alto Karabaj y las siete provincias adyacentes. Durante los últimos dos años, las fuerzas azeríes han llevado a cabo pequeñas incursiones militares para presionar a los armenios a ceder sobre la cuestión del Karabaj, y ahora mismo controlan decenas de kilómetros cuadrados de territorio de la República de Armenia según las fronteras de 1991.

En el centro de la cuestión de la reintegración territorial se encuentra la posible construcción de un nuevo corredor de transporte este-oeste que conecte Azerbaiyán por ferrocarril y carretera con su exclave de Nakhchivan y, de rebote, Turquía con el mar Caspio. La región de Syunik, en el sur de Armenia, es objeto de deseo de Ankara y Bakú para la construcción de esta infraestructura estratégica, hasta el punto de haber llegado a amenazar con llevar a cabo acciones militares en caso de que el primero ministro Nikol Pashinian se negara a aceptar que atraviese territorio soberano armenio. El gobierno armenio desconfía de las intenciones de turcos y azeríes, pero al mismo tiempo considera que podría convertirse en una oportunidad para que su país se convierta en un actor imprescindible en la nueva interconectividad del sur del Cáucaso postconflicto del Karabaj. Por eso, y para añadir presión sobre Yerevan, Azerbaiyán juega a la vez con la opción de optar por el norte de Irán como alternativa, una posibilidad que Teherán ve con buenos ojos. Ambas variantes, especialmente la vía armenia, son bien vistas también por Moscú, a efectos de generar nuevas rutas de transporte hacia Turquía que eviten atravesar Georgia.

Este tira y afloja en forma de intercambio de propuestas y declaraciones entre Bakú y Yerevan va acompañado de una batalla por los formatos negociadores. Así, mientras las autoridades armenias son partidarias de mantener una implicación directa de EE.UU. y la UE para garantizar unos acuerdos equilibrados, el régimen de Ilham Aliev defiende una regionalización de la cuestión, priorizando el rol de Turquía y Rusia —los dos patrones históricos en la zona— e incluso de Georgia e Irán. La posición de fuerza creciente de Azerbaiyán se combina con su deseo de resarcirse completamente por lo que considera una humillación sufrida en la derrota en la guerra de 1991-1994. Su voluntad negociadora va acompañada a menudo de una retórica armenófoba que no cesa, y que se ha consagrado como elemento fundamental de la ideología que ha construido el régimen azerí desde hace tres décadas.

En cuanto al rol de Moscú, su inacción ante las agresiones militares de Azerbaiyán contra el territorio soberano de Armenia de los últimos dos años, y el hecho de haberse puesto de perfil frente a la ofensiva militar de septiembre en el Karabaj a pesar de tener una fuerza de interposición desplegada, ha hecho volar por los aires su papel como garante supuesto de la seguridad de Armenia. Mantiene su base militar en la ciudad armenia de Gyumri, pero su giro estratégico proazerbayanés es cada vez más evidente. Para los armenios, confiar su protección de forma exclusiva a Moscú se ha demostrado un fatal error para sus intereses nacionales. Por eso, a pesar de mantener un estrecho vínculo (tiene una fuerte dependencia hacia Moscú en diversos sectores, entre ellos el energético), la relación bilateral puede convertirse cada vez más en conflictiva por la voluntad de dominio ruso sobre el destino de Armenia, mientras Ereván comienza a dibujar los contornos de una apuesta exterior más multivectorial, intensificando sus relaciones en el ámbito de la defensa con socios europeos como Francia, y con asiáticos como India.

A pesar de los riesgos inherentes y las tentaciones belicistas de Bakú, este nuevo mosaico geopolítico probablemente será una de las características configuradoras del nuevo ‘statu quo’ regional postconflicto. Más tarde o más temprano, deberá pasar irremediablemente por una normalización de las relaciones diplomáticas entre Armenia, por un lado, y Azerbaiyán y Turquía por otro, con una presencia más activa de la UE y de la Irán, y con Rusia jugando un papel relevante pero cada vez menos protagonista. Sin embargo, la amenaza de una nueva guerra sobrevuela el ambiente, y es empleada como una forma de diplomacia coercitiva por parte del régimen azerí, que deja entender a los armenios que si las negociaciones no avanzan, pueden volver a recurrir a la fuerza para lograr sus objetivos políticos.

Horizontes para Abjasia, Osetia del Sur y Transnístria

El fin de la República del Alto Karabaj representa la desaparición del segundo Estado autoproclamado surgido de la disolución de la URSS, 23 años después de la extinción de la República Chechena de Ichkeria. Pero mientras una parte del sur del Cáucaso podría estar avanzando hacia una hipotética reintegración, los otros dos conflictos históricos que continúan sin resolución —Abjasia y Osetia del Sur— condicionan todavía la geopolítica regional. Precisamente, el pasado 6 de noviembre se produjo el primer muerto por arma de fuego en Osetia del Sur desde la guerra ruso-georgiana de 2008, cuando tropas rusas mataron a un civil georgiano en la frontera ‘de facto’, algo que provocó la condena de la UE y de varios países europeos. El episodio fue consecuencia de la política de fronterización impuesta por el gobierno oseta y por su aliado ruso, y que sigue siendo uno de los motivos principales de tensiones en la zona. Esta política consiste en instalar vallas de separación y hacerlas avanzar en determinados lugares para ir ocupando porciones adicionales de territorio georgiano, lo que dificulta o incluso llega a impedir totalmente los movimientos de la población local de un sector en otro. Mientras se mantiene una paz tensa y hostil, la idea de organizar un referéndum de unión con Rusia, recuperada por las autoridades locales en 2022, ha quedado de momento en suspenso ante la falta de interés de Moscú en tanto que el ‘statu quo’ actual ya le es favorable.

En el caso de Abjasia, el pasado 9 de noviembre su Ministerio de Defensa hizo saltar las alarmas al hacer circular una información según la cual un grupo de 50 saboteadores se habría infiltrado en su territorio para cometer un acto de terrorismo contra el aeropuerto de Sukhumi, la capital, en lo que sería el incidente de seguridad más grave desde la guerra del verano de 2008. No se aportó ninguna prueba sobre el hecho, ni sobre las contramedidas que supuestamente se llevaron a cabo, y finalmente el episodio quedó en nada.

Todo esto se producía mientras el parlamento de la autoproclamada república continúa los trabajos para solicitar su adhesión al Estado de la Unión, una organización supraestatal formada por Rusia y Bielorrusia y que solidificaría las líneas divisorias existentes. Recientemente, el ministro de exteriores abjasio ha aprobado nuevas restricciones para las ONG occidentales que operan en su territorio.

De forma similar, en octubre el presidente abjasio ‘de facto’ Aslan Bzhaniava anunció la firma de un acuerdo con Moscú para el establecimiento de una base naval rusa en Ochamchira, en la costa de Abjasia. Las declaraciones provocaron una reacción airada por parte del gobierno georgiano, y su ministro de Exteriores afirmó que la construcción de la base representaría una violación de la soberanía y la integridad territorial de Georgia. En caso de terminarse implementando, podría interpretarse como fruto de la necesidad de Moscú de buscar alternativas para su flota del mar Negro que vayan más allá del puerto ruso de Novorossisk, frente a unas instalaciones portuarias en Sebastopol cada vez más castigadas por los ataques balísticos y con drones ucranianos. De rebote, reforzaría la presencia militar rusa en las dos repúblicas autoproclamadas, al ampliar la de las dos bases terrestres con las que allá cuenta.

A diferencia de lo que sucedía con el Alto Karabaj, tanto Osetia del Sur como Abjasia gozan de un limitado reconocimiento internacional desde 2008, por parte de Rusia y de otros cinco estados, todos cercanos geopolíticamente a Moscú. Un reconocimiento que se completa con un soporte económico ruso fundamental para su funcionamiento. Aunque sin reconocimiento internacional, es una situación equiparable a la de Transnístria, el otro litigio no resuelto que estalló en el contexto de la disolución de la URSS, y el más directamente afectado por las dinámicas derivadas de la agresión rusa contra Ucrania. Rusia cuenta con unos 1.500 militares en ese territorio independiente de facto de la República de Moldavia, oficialmente como “fuerzas de interposición”, y la economía local se sustenta por los generosos subsidios energéticos rusos, que permiten mantener la producción de su industria.

Aislada territorialmente entre Ucrania y la Moldavia oficial, sin acceso al mar ni conexión terrestre con la Federación Rusa, en varios momentos desde el inicio de la ofensiva rusa en febrero de 2022 Kiiv ha cerrado sus pasos fronterizos. Entre abril y junio del mismo año se produjeron varios ataques y acciones de sabotaje contra edificios públicos y antenas de comunicación, que no fueron reivindicados. La situación se ha estabilizado y la posible extensión de la guerra en aquel territorio es ahora muy lejana. Aún así, no es ni mucho menos ajena a los cambios históricos que se están produciendo en la región.

Con una relación bastante pragmática con el gobierno moldavo y con la presidenta Maya Sandu, durante los últimos años Transnístria se ha beneficiado de las ventajas comerciales derivadas del Acuerdo de Asociación de 2016 entre Moldavia y la UE en términos de acceso al mercado europeo, del que cada vez es más dependiente. La propia Maia Sandu ha afirmado que no descarta que Transnístria pueda quedar en la práctica integrada en la UE a ciertos efectos, pese a mantener una independencia política, si Moldavia acaba adhiriéndose a la Unión. Una situación paradójica, pero que podría, de paso, fomentar una mayor integración entre Transnístria y la propia Moldavia a través de los fondos estructurales y de cohesión, lo que haría un poco más cercano un horizonte de resolución de este conflicto.

La aceleración del proceso de integración en la UE de Ucrania, Moldavia y Georgia es precisamente una de las consecuencias múltiples de la agresión rusa contra Ucrania, reflejo de la voluntad de unas poblaciones locales cada vez más europeístas como reacción a la agresividad de Moscú, y de una UE que quiere jugar un papel cada vez más asertivo en su vecindario oriental. Pero, mientras que en el caso de Transnistria, esta integración puede comportar ciertos avances, una integración de Georgia en la UE puede concretarse de una forma similar a la que se da en Chipre en cuanto a su conflicto no resuelto: en el norte de la isla gobierna un estado de facto fuera de la UE a todos los efectos, apoyado por una potencia exterior (en este caso, Turquía), donde las líneas divisorias están muy solidificadas, también en su dimensión étnica.

Las nuevas reglas de juego en el antiguo “patio trasero” ruso

“Hemos traído la paz. Hemos traído la paz haciendo la guerra. Pienso que esto debe ser evaluado más ampliamente que sólo en la región del Cáucaso. ¿Cómo conseguir la paz? A través de la guerra”. Esta proclama belicista la hizo el presidente azerí Ilham Aliev el pasado 6 de diciembre en una conferencia en Bakú titulada “Karabaj: regreso a casa después de 30 años. Logros y retos”. En un mundo caracterizado por una multipolaridad creciente, sus palabras son paradigmáticas en tanto que reivindican una política internacional basada en la fuerza bruta, en la ley del más fuerte, y en el establecimiento de nuevas jerarquías regionales.

En esta coyuntura cambiante y cada vez más inestable, el debilitamiento de Rusia es otra de las principales consecuencias de la guerra en Ucrania. Los costes militares, políticos, económicos y reputacionales que le han supuesto han reducido su capacidad de ejercer poder en las zonas que históricamente ha considerado su “espacio de influencia exclusiva”, y donde, como consecuencia, se ha incrementado la competencia geopolítica entre distintos actores. En este rompecabezas regional en mutación constante, los conflictos no resueltos evolucionan de acuerdo con las nuevas relaciones de poder cada vez más conflictivas y competitivas que se van configurando y con unos equilibrios entre actores cuya complejidad aumenta cada día que pasa.

Nationalia

Nationalia es el diario de las naciones y pueblos sin Estado. Editado por el CIEMEN desde 2007, es una forma diferente de mirar al mundo y alejada de una visión hegemónica centrada en los estados como actores principales de la escena internacional.

www.nationalia.cat

RACÓ CATALÀ