El equipo de Obama (1)

William R. Polk

El equipo de Obama (1)

La Vanguardia

Muestran los sondeos de opinión que 8 de cada 10 estadounidenses consideran la Administración Bush acreedora del mayor sentimiento de aversión y desconfianza en la historia del país. Así pues, la próxima Administración del presidente Obama tiene la posibilidad de impulsar programas que inviertan el rumbo de su pérdida de prestigio. ¿Lo hará?

En esta serie de tres artículos que hoy inicio prestaré atención al equipo de Obama y a sus objetivos en la política exterior, la economía estadounidense y el medio ambiente. Comienzo con su equipo. La persona clave en la Administración es, por supuesto, el propio presidente.

Incluso antes de acceder al cargo ha sido objeto de varias demandas según las cuales no cumplía los requisitos de elegibilidad según la Constitución.

La acusación decía que no es un “ciudadano nativo estadounidense” dado el origen de su padre, un ciudadano keniano. El Tribunal Supremo desestimó las demandas, sin comentarios. Así que nada le impedirá ahora tomar posesión de su cargo.

Aunque Obama edificó su campaña sobre su llamamiento a favor del cambio, sus dos nombramientos más importantes, para los departamentos de Defensa y de Estado, entrañan una vuelta a las dos administraciones anteriores.

El nuevo secretario de Defensa, Robert Gates, fue nombrado para el cargo por el presidente Bush y anteriormente trabajó para esta Administración como director de la CIA. Sus subordinados se hallan ya en sus puestos y no se esperan cambios significativos en el organigrama. Tal vez la figura más sobresaliente que permanece en el cargo es el jefe del Estado Mayor conjunto, el almirante Mike Mulle.

La nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, no tuvo ningún cargo oficial en la Administración de su marido, aunque desempeñó responsabilidades prácticamente oficiales en la aplicación de sus políticas.

Hillary Clinton ha elegido para el cargo de subsecretario de Estado a William Burns, que ya ejerció el mismo cargo bajo el mandato de Bush. Lo más significativo es que Clinton puenteó a uno de los asesores más estrechos de Obama y eligió a la mayoría de su equipo entre los miembros de la Administración Clinton. Dennis Ross, Martin Indyk, Dan Kurtzer y Richard Hollbroke participaron en el fracasado proceso de paz de Oriente Medio.

Habida cuenta de los graves problemas de Estados Unidos, los asesores comerciales y financieros de Obama desempeñarán un papel clave. Entre ellos figuran el secretario del Tesoro, Timothy Gaithner; el presidente del consejo de asesores económicos de la Casa Blanca, Lawrence Summers, y el director del presupuesto, Peter Orszag, a todos los cuales se les considera protegidos del ex secretario del Tesoro Robert Rubin. Tanto Rubin como Summers desempeñaron papeles importantes en la desregulación de los bancos, corretajes y compañías de seguros que llevaron al desplome financiero.

Si bien estos nombramientos son controvertidos, el recurso de Obama al ex presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, para presidir el renovado consejo asesor para la recuperación económica, ha recibido el elogio general. Lo cierto es que, como candidato, Obama hizo hincapié en la ética. Para asegurar que todos los cargos nombrados fueran irreprochables, les exigió dar cuenta de todas sus operaciones y transacciones financieras. Sin embargo, y tras haber superado las pruebas, el secretario de Comercio Bill Richardson, gobernador de Nuevo México, se ha retirado. Y se ha conocido que el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, no pagó la totalidad de sus impuestos. El nombramiento del fiscal general, Eric Holder, ha suscitado interrogantes por su papel en la medida de gracia de Clinton concedida al operador Marc Rich que huyó de Estados Unidos bajo 51 acusaciones de fraude fiscal. Hillary Clinton también ha sido acusada de que la fundación de su marido recibió cien mil dólares del promotor inmobiliario Robert Congel gracias a cuyos oficios como senador obtuvo millones de dólares de ayuda federal. También se señaló que Hillary Clinton se encargará de supervisar políticas en las que muchos de los donantes de la fundación de su marido y socios de sus empresas tienen importantes intereses.

Para evitar conflictos de interés, Obama impuso una prohibición sobre el nombramiento de cualquier grupo de presión o persona implicada en el año anterior en cuestiones sobre las que tendría influencia significativa, pero como mínimo dos de sus nombramientos parecen indicar que la prohibición puede no incluir a los cónyuges de quienes actúan en grupos de presión. Pero no se trata sólo de estos. The New York Times también ha señalado que algunos estrechos asesores del presidente electo en materia del programa económico de recuperación de 700.000 millones de dólares “han indicado a inversores o bancos la mejor manera de beneficiarse” de los consejos que ellos mismos dieron al gobierno. Como el periódico ha citado en boca de uno de ellos, “aquí se podrán conseguir fortunas, sin duda”.

Los nombramientos de Obama para el Departamento de Educación y el de Energía ha recibido elogios casi generales. Sin embargo, seguidores de Obama señalan que sus nombramientos son más conservadores de lo que pareció en su día. Hasta ahora ha habido pocas figuras progresistas, aunque los cargos nombrados han recibido elogios incluso de derechistas, como el inspirador del presidente Bush, Karl Rove. Incluso a los que estuvieron a favor de la guerra de Iraq se les ha hecho pasar delante de quienes apoyaron la postura de Obama contra ella. En resumidas cuentas, lo mejor que puede decirse es que es pronto para juzgar a Obama.

 

WILLIAM R. POLK, del consejo de planificación política del Departamento de Estado con John F. Kennedy. Autor de ‘Políticas violentas‘ (Libros de Vanguardia)

 

 

William R. Polk

El equipo de Obama (2)

La Vanguardia

Durante sus ocho años de mandato, la Administración Bush funcionó a partir de la creencia de que tenía el derecho y la obligación de intervenir con carácter preventivo en cualquier parte del mundo donde advirtiera la existencia de una amenaza para Estados Unidos. Tal convicción la llevó a guerras con Afganistán, Iraq y Somalia, al borde de una operación militar de calado contra Irán y a la instalación de casi un millar de bases militares en todo el mundo, a aumentar el potencial estadounidense por tierra, mar y aire y a crear fuerzas especiales capaces de operar e intervenir de modo secreto y no oficial en Latinoamérica, Áfricay Asia.

Tal política provocó víctimas a gran escala, sobre todo en países musulmanes, además de un menor número -aunque importante- de heridos y muertos estadounidenses.

También motivó que países de todo el mundo sintieran temor y aversión hacia Estados Unidos, produciendo una notable sangría en la economía estadounidense que ha contribuido a la actual depresión a escala mundial.

Estos acontecimientos y consecuencias constituyen la herencia que recibe la Administración Obama en materia de política exterior, de modo que cabe preguntarse efectivamente por lo que hará.

El presidente Barack Obama es plenamente consciente de su experiencia limitada en cuestiones internacionales y es evidente, a juzgar por sus nombramientos de relieve, que trata de demorar la adopción de ciertas iniciativas y de distanciarse de las arduas decisiones que de hecho se deben adoptar. Hace unos días, manifestó a través de un canal de televisión estadounidense: “Quiero ser realista: no todo lo que hemos dicho durante la campaña vamos a poder ponerlo en práctica al ritmo que habíamos esperado”. Además, es un sentir general que Obama se propone invertir la mayor parte de su tiempo y energías en la solución de los problemas internos estadounidenses, sobre todo en el terreno económico.

En el panorama militar, Obama ha confirmado en su cargo al secretario de Defensa, Robert Gates, que en junio del 2008 reafirmó, en el marco de la más reciente doctrina estadounidense en materia de estrategia de defensa nacional, la política Bush de guerra preventiva.

En los casos de Iraq y Afganistán, el presidente Obama se ha manifestado de distinta manera: aspira a que las fuerzas de combate estadounidenses (alrededor de un tercio del total) se retiren de Iraq con mayor rapidez de lo previsto por la Administración Bush, pero en el caso de Afganistán propone destinar unos 30.000 soldados más de lo proyectado, lo que representa duplicar casi el contingente estadounidense en el país.

En el ámbito civil, Obama ha autorizado a la nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, a rehacer básicamente el equipo de política exterior de la Administración Clinton. En su audiencia de confirmación, Hillary Clinton prometió basar su actuación en “los principios y el pragmatismo y no en una ideología rígida e intransigente”, añadiendo que la Administración Obama se proponía relacionarse con Irán y Siria de forma diplomática.

Hillary Clinton afirmó entonces que la solución del conflicto palestino-israelí sobre la base de la existencia de dos estados sigue siendo la política de Estados Unidos sobre la cuestión. Ni ella ni Barack Obama han adoptado una postura clara y nítida sobre el conflicto de Gaza, aunque antes del ataque israelí, cuando Obama aún era candidato, señaló que en caso de enfrentarse a la provocación sufrida por Israel haría cuanto estuviera en su mano “para detener tal actitud, dando por sentado que los israelíes harían lo propio”.

Antes de su nombramiento, Hillary Clinton dijo también que el presidente entrante no debería negociar con Hamas (aunque “no podemos renunciar a alcanzar la paz”, añadió) y el presidente electo afirmó que el equipo de Hillary Clinton se “emplearía a fondo inmediatamente en el proceso de paz de Oriente Medio”.

Las relaciones con Rusia dependerán preferentemente de si Estados Unidos sigue o no adelante con los dos programas de la Administración Bush: instalar misiles en Polonia y la República Checa y meter a Georgia y Ucrania en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) pese a la clara promesa del ex secretario de Estado de Bush padre, James Baker, en el sentido de no avanzar por esta senda.

Barack Obama afrontará este año una cuestión clave: qué hacer acerca del tratado de reducción de armas nucleares estratégicas, que expira en diciembre de este año. Rusia impulsa actualmente un importante programa de armamento y todo dependerá en gran parte de si tal factor induce a Estados Unidos a gastar aún más en armamento o bien utiliza tal circunstancia como herramienta para negociar una reducción. Dados los problemas económicos de ambos países, es posible que sus líderes se vean obligados a optar por una reducción.

El triángulo India-Pakistán-Afganistán atraerá indudablemente la atención de Obama. Entre los motivos concurrentes cabe citar la previsión de una mayor presencia de fuerzas estadounidenses en Afganistán y su probable ampliación a Pakistán, así como la disputa sin resolver sobre Cachemira, cuya solución reviste renovada urgencia tras los atentados de Bombay y habida cuenta de que tanto India como Pakistán son poseedores del arma nuclear.

Acerca de la CIA y al referirse al parecer al tema de la tortura, el presidente Obama afirmó que la Administración estaba “decidida a romper con algunas prácticas del pasado que han empañado su imagen” y ha nombrado como director de la agencia a un “no iniciado”.

Por último, y sobre la “guerra contra el terrorismo”, pese a la creciente convicción de que lo que se ha hecho o proyectado no ha funcionado y a que la que se ha calificado al respecto de cuestión relevante resulta engañosa, sigue constituyendo un tema de alcance popular y Obama ha nombrado su asesor en la lucha contra el terrorismo a un veterano de la CIA, partidario de seguir aplicando duras y enérgicas medidas en este terreno.

 

WILLIAM POLK, del consejo de planificación política del Departamento de Estado con John F. Kennedy. Autor de ‘Políticas violentas’ (Libros de Vanguardia).

 

Traducción: José María Puig de la Bellacasa

 

 

 

William R. Polk

El equipo de Obama (3)

La Vanguardia

 

En mis dos artículos anteriores he descrito cómo surgió el conflicto palestino, así como los intentos fracasados de alcanzar la paz. En este abordaré lo que puede acontecer en los próximos meses. Ahora el presidente Obama se ha arremangado. ¿Qué se esfuerza en conseguir y hasta qué punto se toma en serio el problema?

No podemos leer su pensamiento, pero lo que sí sabemos es que ha pronunciado varios elocuentes discursos. Como han dicho algunos de sus críticos, Obama hablará pero no actuará. David Bromwich dice en The New York Review of Books que Obama, a lo largo de toda su carrera política, ha hecho gala de “una cierta habilidad para retirarse a una zona vaga y difusa justo en el momento en que la claridad reviste una primordial importancia (…). Siempre ha preferido la autoridad simbólica del discurso grandilocuente a la autoridad real de una política claramente orientada a un fin”. Otros consideran que su inacción se asocia a la astucia política: para ganar las próximas elecciones necesita los votos y el dinero de los estadounidenses partidarios del actual Gobierno israelí y de su poderoso lobby, American Israel Public Affairs Committee (Aipac). En consecuencia, Israel no se somete a discusión en la política estadounidense como un problema de asuntos exteriores, sino que se aborda como un asunto propio de la política interna.

Evidentemente, el primer ministro Netanyahu lo sabe. Por tanto, la respuesta al llamamiento de Obama en favor de una vuelta a las fronteras anteriores a la guerra de 1967 consistió, en el caso del ministro de Defensa Ehud Barak, en autorizar la construcción de aún más viviendas en los asentamientos. A Netanyahu y Barak no les hizo falta desairar o insultar a Obama. Sin embargo, tal vez experimentaron la sensación de que necesitaban ratificar la clásica estrategia israelí de los hechos consumados. Naturalmente, quieren que Obama crea que ningún gobierno israelí puede modificar la geografía de los asentamientos en Cisjordania –por ilegal que sea– por la sencilla razón de que los colonos israelíes no los soltarán. En consecuencia, ¿qué sucederá?

Para avanzar en dirección a un pronóstico, considero sugerente comparar la postura de Obama sobre Palestina en la actualidad con la situación a la que hizo frente el presidente De Gaulle en relación con el problema de Argelia en los años 50 y 60. Aunque median evidentes diferencias, hay semejanzas susceptibles de iluminar posibles políticas en la actualidad y tal vez en el futuro.

El elemento similar, claro, es el reconocimiento por parte de ambos estadistas de una situación que entrañaba riesgos para sus respectivos países. Asesores habitualmente contrarios en sus opiniones como la secretaria de Estado Hillary Clinton y el general David Petraeus han indicado a Obama que el problema palestino es el principal motivo de amenaza terrorista para EE.UU. Y, en consecuencia, el rechazo israelí a avanzar hacia un compromiso en relación con un acuerdo de paz contraría peligrosamente los intereses nacionales de EE.UU. Sea como fuere, al menos por ahora no puede permitirse el lujo de permanecer pasivo. De Gaulle no pudo.

En términos de personalidad, Obama no es De Gaulle, pero De Gaulle no fue un líder resuelto y decidido hasta que Francia pudo llegar al borde de una guerra civil. Comprendió que su régimen corría peligro de ser derribado y tal vez él mismo asesinado. Sin embargo, lo que más temía De Gaulle era un golpe de Estado por parte del ejército. Así que fue en secreto a Alemania para asegurarse la lealtad de su veterano general, Jacques Massu, la figura más popular del ejército. De Gaulle se había enfrentado a los colonos en Argelia –los pieds-noirs–, un equivalente de los colonos judíos en Cisjordania. En pocas palabras, el desafío planteado a Francia fue tan serio que De Gaulle se vio obligado a reafirmar los intereses nacionales de Francia. La pregunta es: ¿podría alcanzar algún aspecto de las relaciones norteamericano-israelíes un nivel similar de tensión?

En principio, no. Pero la situación se acercó al punto culminante en 1967 cuando la Armada y la Fuerza Aérea israelí atacaron e intentaron hundir un navío estadounidense, The Liberty, con explosivos y napalm. En el ataque murieron 34 marinos estadounidenses y 171 resultaron heridos. El presidente Johnson se limitó a tapar el asunto amenazando a la tripulación con juicios militares si sus miembros hablaban con la prensa. Si Johnson no mostró hallarse bajo una gran presión, ¿no resulta comprensible que Obama no experimente presión semejante ante episodios y políticas mucho menos lesivas en la actualidad para la seguridad estadounidense?

En el convencimiento de que no actuará, los líderes israelíes se hallan resueltos a no hacer caso de sus palabras. De hecho, Netanyahu y sus likudniks han construido un telón de acero de hechos consumados. Para subrayar su aceptación de la realidad, Obama aceptó el pasado 13 de mayo la dimisión de su negociador, el senador George Mitchell, y según parece no se propone nombrar a un sucesor.

En vista de estos acontecimientos, Netanyahu se ha sentido en una posición suficientemente sólida como para arrojar el guante a Obama retándole a recogerlo. La oportunidad es perfecta, dado el apoyo con que cuenta en Estados Unidos y la división entre sus voces críticas. Sólo una hecatombe podría tal vez modificar los parámetros de la cuestión. Desde luego, no lo logrará un discurso del presidente.