Desnudos en Sitges

Cuando explicas a alguien la magnitud del déficit fiscal de Cataluña con España, la primera pregunta que te suele hacer -aunque con un punto de incredulidad- es cómo es que no se dice o no se sabe más. Y, la segunda pregunta que todo el mundo se hace, vista la gravedad de la situación, es cÓmo es que no se reacciona de manera encendida. Vamos: ¡que cÓmo es que el expolio no indigna ni a los indignados! Efectivamente, junto al gran enigma aún por desvelar de cómo, a pesar de su debilidad política, la lengua y la nación catalanas han sobrevivido a lo largo de los siglos los embates de tantos y tantos intentos genocidas, la otra gran cuestión que cuesta dios y ayuda de entender es nuestra dócil resignación al déficit fiscal. Busquémosle explicaciones.

De entrada, creo que la incomprensible indiferencia de los catalanes ante el expolio fiscal con España no tiene que ver con la falta de información. A efectos prácticos, el saqueo fiscal es mucho más grave que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut y, en cambio, no hemos hecho nunca un 10-J. Los tecnicismos sobre el sistema de cálculo no ayudan a poner las cosas claras. Y el hecho de que el Estado se resista a dar datos oficiales tampoco facilita la difusión. Pero el caso es que estamos hablando de unas magnitudes tan extremas que, a efectos del debate político, el detalle es prescindible. Que el déficit fiscal sea del 8 o del 10 por ciento del PIB catalán, o que el esquilme anual haya sido de 15.000 o de 22.000 millones, no disminuye en absoluto la gravedad de sus consecuencias. En definitiva, no se entiende que 40, 50 o 60 días de expolio anual -el ahorro público al que obligan los presupuestos de la Generalitat- hayan herido tan profundamente la sensibilidad social del país, y que no lo hayan hecho desde hace años los 365 días enteros. Se puede decir que el pueblo raso desconoce que cada hora España se lleva de Cataluña, para no devolverlos, dos millones de euros. Pero ¿por qué los que lo saben -con cuatro honrosas excepciones- tampoco lo dicen?

Mi hipótesis es ésta: no se habla, no se explica y no se entiende porque es una realidad que políticamente incomoda a todos. Aceptar públicamente la evidencia de esta depredación fiscal española hacia Cataluña, nos obligaría a actuar en consecuencia para no sentirnos insensibles. Pero la fuerza de la dependencia política es tan grande que, aunque la situación también perjudica a los que más se preocupan de esconderla -sean poderes políticos, poderes económicos y financieros o poderes mediáticos-, no nos vemos capaces de reaccionar y liberarnos de ella. Muy particularmente, a los que son más responsables de hacer público el escándalo, el empobrecimiento general de los catalanes les debe resultar menos grave que poner en peligro la estabilidad de su propio poder. Mantener abierto el mercado español -sea el mercado financiero, el comercial, el político o el de la influencia mediática- les debe convenir más que las ventajas generales que conseguirían liberándonos del yugo de un diezmo absolutamente desproporcionado. Cuando el economista Kenneth Rogoff afirmaba hace poco que una Catalunya independiente sería uno de los países más ricos del mundo, simplemente ponía sobre la mesa una evidencia que ni La Caixa ni el Banco de Sabadell ni el Círculo de Economía ni Fomento ni la Cámara de comercio ni ninguno de los otros poderes fácticos del país han sido valientes para denunciar con todos los pormenores. Quién tiene el culo alquilado no se sienta cuando quiere.

Ahora, las gravísimas circunstancias económicas que quedan expresadas sólo de forma moderada en los presupuestos restrictivos del 2011, parece que han comenzado a deshelar la situación, al menos por parte del gobierno de la Generalitat. El pasado jueves Artur Mas hablaba con gran contundencia al inicio de las jornadas anuales del Círculo de Economía en Sitges. No todos los medios informativos se daban por enterados, y se volvía a poner de manifiesto esta incomodidad de fondo de los que tienen que mirar hacia el otro lado para no mostrar su complicidad necesaria en el asalto a las finanzas catalanas. Ya es un primer paso. Ahora veremos hasta donde es capaz de liderar la respuesta del país. Porque, mientras nuestro presidente calificaba el déficit fiscal de “insostenible”, el director del Banco de España se cebaba en nuestro expolio haciendo oídos sordos a las palabras de Artur Mas.

Cada vez somos más los que utilizamos el término expolio para llamar al déficit, aunque todavía es tabú en el discurso políticamente correcto. Expolio es una palabra que deriva del latín despoliare (desnudarse), con el sentido original de saquear, robar, quitar los despojos. Y es el término que describe más exactamente la relación fiscal de Catalunya con España. Se trata de una palabra maldita porque, como decía al principio, aceptar un relato político que incorpore la idea de expolio, de saqueo, exigiría a cualquier patriota mínimamente decente una respuesta inmediata. Que nadie tenga ninguna duda: el día que se acabe el expolio, quienes quedarán desnudos serán todos los -muchos de los cuales estaban este fin de semana en Sitges- que habrán sido cómplices.

ARA