Desmontando a Sánchez

El domingo pasado La Vanguardia publicaba una muy interesante entrevista a Pedro Sánchez, antes de que esta semana se someta a una hipotética investidura a presidente del Gobierno. En este artículo me propongo hacer un pequeño ejercicio de hermenéutica a propósito de las respuestas de Sánchez a las preguntas pertinentes –y también impertinentes, en el buen sentido periodístico de la palabra– que le hizo este diario.

La primera observación, vista la insistencia del actual líder del PSOE, es sobre la necesidad del candidato de aparecer como la expresión de la voluntad política mayoritaria de los españoles. En seis ocasiones –prácticamente pregunta sí, pregunta no–, y hasta que no se entra en la cuestión catalana, Sánchez se presenta como lo que desean los españoles: cambio y diálogo, acuerdo, mayoría de centroderecha con centroizquierda, ser la solución de España… Como se suele decir, “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. O, para ser más sofisticados, recurramos al principio de la negación simbólica de Baudrillard o Bourdieu, es decir, a la simulación de lo que no se tiene y al disimulo de lo que se es.

Efectivamente, con un 22% de los votos y un 25,7% de los diputados obtenidos por el PSOE el 20-D, si alguna cosa no tiene y necesita Sánchez es capacidad de representar a la voluntad mayoritaria de los españoles. Incluso sumando Ciudadanos y Coalición Canaria, sólo llegan al 36,3% de votos y 37,4% de diputados. Ciertamente, a Sánchez hay que reconocerle una gran capacidad de autoconvencimiento para construir el discurso político propio de una victoria electoral a partir de los peores resultados que nunca haya obtenido su partido. Una lógica, por cierto, que ni el PSOE ni ninguna otra fuerza política española han aplicado a los resultados catalanes, donde Junts pel Sí obtuvo el 39,6% de los votos y el 46% de los diputados, todavía muy por encima del sumado con el acuerdo de Sánchez y Rivera. Con todo, de este ejercicio tan notable de autoestima, me quedo con la idea de Sánchez de que el pacto PSOE-C’s es el resultado de que “los españoles nos han pedido soñar, y yo intento hacer realidad este sueño”. ¡Curiosa manera de reinterpretar unos resultados obtenidos con la promesa mutua y explícita de no apoyarse el uno al otro para formar gobierno! Sí: un sueño que en la campaña había sido una pesadilla.

Ahora bien, de la entrevista, hay que prestar una atención especial a la cuestión del “problema catalán”, casi ausente de los acuerdos de investidura. La promesa del líder del PSOE de “tender puentes con Catalunya ante tanta trinchera” tiene tres debilidades: una retórica, una fáctica y otra por omisión. La retórica es que la idea del puente ya sugiere, en sí misma, la separación de dos realidades distintas. También el independentismo quiere tender puentes con España, pero porque lo que ahora existe son vías únicas de supeditación de un territorio no reconocido como nación a los poderes caprichosos del Estado. La debilidad fáctica es que si el pilar clave del puente es Ciudadanos, partido nacido para exacerbar –con éxito– el voto unionista en Catalunya, la credibilidad de la empresa a este lado del puente va a ser escasa. La debilidad por omisión está en el olvido de la promesa federalista, que era el último eslabón de la salvación socialista en Catalunya.

En este mismo sentido, Sánchez parece mal informado sobre la profundidad del desafío soberanista. Pensar que uno de los puentes que construir será el cumplimiento de los 23 puntos que Artur Mas presentó a Rajoy supone un grave anacronismo político. Tales puntos no son un puente de futuro, sino un memorial de agravios que viene del pasado. Los 23 puntos son una deuda, una obligación, no una concesión generosa. He ahí el error de siempre y que nos ha llevado hasta donde estamos: confundir justicia con condescendencia, y tratar a los catalanes no como ciudadanos, sino como súbditos.

Pero el clímax de la confusión de Sánchez se produce cuando se le habla de un hipotético referéndum en Catalunya. Son tres frases seguidas para la historia de la inconsistencia: “Nosotros queremos que los catalanes voten un acuerdo, no una ruptura. Aquellos que defienden el derecho a decidir están defendiendo una reforma constitucional. Abrimos esta reforma y vertemos nuestras energías en crear un acuerdo, no en trasladar el problema y la decisión a los catalanes”. Primero, Sánchez deja votar, pero sólo en un sentido. Después reduce la reivindicación del derecho a decidir a algo que los catalanes ya tienen: votar en caso de reforma constitucional. Y, finalmente, reitera la capacidad de decisión de los catalanes, ofreciéndoles directamente la solución y ahorrándoles el problema.

Pedro Sánchez es la repetición exacta del modelo Rodríguez Zapatero, aquel que sustituyó el programa político por el talante personal. Puede funcionar. Hasta que los españoles vuelvan a soñar, pero con otro liderazgo fuerte y autoritario.

LA VANGUARDIA