Conversación entre las nubes: Arthur Koestler y Carlos Haya

LA reciente polémica recogida por DEIA acerca de las distinciones en su día concedidas al capitán Carlos de Haya y González de Ubieta, piloto franquista bilbaino, me trae a la memoria un episodio no muy conocido que tuvo lugar en Sevilla, durante la Guerra Civil, y que confrontó al citado Haya con Arthur Koestler.

Koestler, judío húngaro nacido en 1905 en el seno de una familia acomodada, fue periodista, ensayista, novelista, historiador y militante político y en cada disciplina uno de los más señeros del siglo XX. Su larga vida, falleció en 1983, es un compendio de gran parte de las ideologías entonces presentes. Fue sucesivamente comunista libertario, sionista en un kibutz israelí, agitador de la tercera internacional, comunista estaliniano, anticomunista militante, asesor de inteligencia durante la II Guerra Mundial, demócrata radical y apologista de la eutanasia. En cada momento, comprometido hasta las cachas, incluido el final pues se suicidó junto con su esposa en pacto de asistencia mutua.

El autor de Espartaco, El cero y el infinito, Flecha en el azul, La escritura invisible, Las raíces de la coincidencia y otros dejó escrito Un testamento español, luego reeditado con el título Diálogo con la muerte, donde resume sus vivencias y agonías en la Guerra Civil española. Es un libro aterrador en el que narra el gozne de su destino porque esperando su fusilamiento en la cárcel de Sevilla durante 102 días entró en crisis ideológica, renunciando a su ideología comunista. Sus reflexiones, acompañadas del testimonio sobre ejecuciones sumarísimas de compañeros de prisión, constituyen un fresco a sangre y pólvora de la Nueva España franquista.

Koestler había entrado en la zona sublevada acreditado como periodista de un diario conservador húngaro y otro liberal inglés. Su objetivo era probar la ayuda personal, material y estratégica que la Alemania nazi y la Italia fascista estaban prestando a los militares facciosos. Con sendas cartas de recomendación de Nicolás Franco y Gil Robles, asilados en Portugal, se presentó ante Luis Bolín, malagueño y periodista en el ABC que era al tiempo un conspirador franquista de cuidado pues fue quien hizo las gestiones para organizar desde Londres el vuelo del Dragon Rapide, aeronave que se utilizó para transportar a Franco desde Canarias a África, donde se hizo cargo del levantamiento militar; e incluso acompañó en aquel vuelo al general golpista. Bolín, ignorante de la verdadera personalidad de Koestler, concertó la entrevista del húngaro con el general Queipo de Llano en su despacho de la Comandancia General de Sevilla.

Gracias a esta entrevista y a sus correrías por la ciudad, pudo confirmar que, pese a las declaraciones de no intervención y desmentidos de Hitler, los aviadores alemanes paseaban a sus anchas por Sevilla. También que había movimiento de material de guerra. Ocurrió que Koestler, periodista célebre en el Berlín de antes de los nazis, no en vano había sido jefe de la sección científica de las publicaciones de Ullstein, el mayor grupo editorial alemán, participando incluso en una expedición al Polo Norte en un dirigible Zeppelin, fue reconocido por un piloto alemán, quien disimuladamente dio parte de la presencia de un destacado comunista en la zona nacional. El desarrollado instinto de clandestinidad puso sobre aviso a Koestler, quien tomó un taxi hasta Gibraltar… y salvó el pellejo porque apenas transcurrida una hora desde el reconocimiento ya tenía orden de busca y captura. Bolín juró venganza de muerte por el engaño sufrido.

Duró poco su evasión. Meses después, estrechó los márgenes de prudencia cuando se encontraba informando sobre la caída de Málaga, pues quería detallar las matanzas que se podían dar, y se dieron, con motivo de la entrada de las tropas franquistas en la capital. Apuró tanto su presencia que el final de la misma se produjo a punta de pistola… empuñada por el periodista Bolín. Fueron minutos de exasperación: el español, dispuesto a matar; el húngaro, a recibir la muerte y el cónsul inglés en Málaga, pues era en su domicilio donde sucedían los hechos, como escudo humano. No era su hora. Bolín, después de golpearle fieramente, lo detuvo y condujo hasta la cárcel de Sevilla para ser fusilado en debida forma. Koestler esperó la muerte durante tres meses largos en los cuales fue testigo de las sacas nocturnas, vio muestras de heroísmo y villanía y comprendió el carácter popular, inocente y en ocasiones justiciero de los milicianos republicanos presos. Dialogó sobre la muerte y hasta con la muerte. Hizo huelgas de hambre y sed. Buscó su salida personal y la encontró: la del alma abjurando de su comunismo; la del cuerpo por medio del cónsul inglés y de la campaña internacional que, desde Londres, organizó su esposa en pro de su liberación.

Casi perdida la esperanza, el 12 de mayo de 1937, su suerte da un vuelco. Entre la siesta y la cena le sacan de la celda. En la oficina del director, un extraño que vestía una camisa negra sin corbata le saluda con cortesía exagerada: “Señor, voy a sacarlo de aquí, no le puedo decir dónde le llevo, pero no tema nada, nosotros somos unos caballeros y, si está dispuesto a prometer ciertas cosas, podré tomar ciertas medidas para que quede en libertad”. Koestler, alucinado, acertó a contestar: “Todo esto es extraño, ¿quién es usted? ¿A qué ciudad me van a llevar? ¿Cuáles son esas promesas que tengo que hacer? El de la camisa negra contesta: “Prefiero, señor, no decir mi nombre. Solamente queremos que prometa que no se inmiscuirá más en asuntos de España. Si es así, tal vez pueda tomar medidas que lo pongan en libertad”. Y Koestler: “No me he inmiscuido nunca en asuntos internos, he escrito lo que veía y dicho lo que pensaba”. Finalmente, firmó la declaración añadiendo, contra la verdad, que había sido tratado correctamente. Poco después se enteró de que no era un gesto de clemencia de Franco. Se trataba de un intercambio por una prisionera del gobierno republicano retenida como rehén en Valencia, la señora Josefina Gálvez, esposa del caballero de la camisa negra, el capitán Carlos Haya, as de la aviación franquista.

Ya en la calle, le subieron a un coche que les condujo hasta un improvisado campo de aviación. Acomodado junto al piloto Haya, emprenden vuelo en un diminuto Douglas. La Sevilla de donde pensó nunca saldría vivo desaparece a sus pies. Todo ello lo cuenta el propio Koestler en Diálogo con la muerte, la reedición de Un testamento español publicada por la Editorial Amaranto con traducción de José Erezuma, en la que relata también su conversación con el aviador franquista durante el vuelo que le iba a devolver la libertad.

El caballero de la camisa negra, apuntando hacia el suelo dice.

– “Todo eso es la España nacional, aquí todo el mundo está contento”.

– “¿Qué?”, grita Koestler.

– “Contento y libre”, añade el caballero.

– “¿Qué?…”

– “Libre. En vuestro lado, los pobres luchan contra los ricos. Nosotros tenemos un sistema nuevo. No le preguntamos a nadie si es rico o pobre, solo si es bueno o malo. El pobre bueno y el rico bueno están del mismo lado. El pobre malo y el rico malo en el otro. Esa es la verdad de España, señor”.

Y Koestler:

– “¿Y cómo hacéis para distinguirlos?”.

– “¿Qué?”, pregunta ahora Haya.

– “¿Cómo los distinguís?”.

El frágil avión se eleva aún más y el caballero español porfía a voz en grito:

– “En lo más profundo de sus corazones, todos los españoles están de nuestra parte. Cuando los rojos fusilan a los nuestros, su último grito es ¡Viva España! Varias veces he visto a rojos que van a ser fusilados y al final también ellos gritan ¡Viva España! A la hora de morir todos dicen la verdad. Verá que tengo razón, señor”.

– “¿Y usted lo veía?”.

-“¿Qué?”.

– “Le pregunto si usted miraba mientras los fusilaban”.

Ahora sobrevolaban una blanca meseta con la sensación de estar suspendidos sobre un mismo punto. Sentados con las piernas abiertas, el motor andando solo, sin nada que hacer, mirando hacia abajo, el caballero español medita en voz alta:

– “Cuándo uno está sentado así, se piensa mucho sobre la vida y la muerte. Los rojos son todos unos cobardes; ni siquiera saben morir. ¿Puede imaginarse lo que significa estar muerto?”.

– “Antes de nacer estábamos todos muertos”, grita Koestler para hacerse oír.

– “Eso es cierto -contesta Haya-, pero entonces, ¿por qué tiene uno miedo a la muerte?”.

– “Yo no he tenido miedo a la muerte sino al acto de morir”.

– “A mí me sucede exactamente lo contrario”, replica el piloto.

Esta conversación entre las nubes llevó a Koestler a una interesante conclusión. Haya era un hábil piloto capaz de bombardear con suma eficacia -pongamos como ejemplo Jaén, la Guernica andaluza- y como oficial militar no tenía miedo al acto de morir, había sido adiestrado para morir dándose aires, pero la idea de la muerte le paralizaba. Los milicianos republicanos no habían sido adiestrados para morir, morir les daba un miedo horroroso. Antes de ser fusilados pedían socorro e invocaban a sus madres. Ellos creían que era bueno y necesario vivir, incluso luchar para vivir, e incluso morir para que otros puedan vivir. Como creían en todo eso no tenían miedo a la muerte aunque morían con lágrimas en los ojos y flaqueando, como deben morir los hombres. Porque morir es algo serio, insiste Koestler, y al fin y al cabo Pilatos no dijo: “Ecce heros”. Dijo: ” Ecce Homo”.

El vuelo llegaba a su fin mientras que Haya seguía con su naste-borraste ideológico facha causante, dice Koestler, de tanto daño como sus bombas. Koestler fue puesto a disposición de las autoridades británicas en Gibraltar y trasladado a Londres. A finales de aquel año 1937, rompió públicamente con el comunismo en un mitin organizado por la sección francesa del partido, acto no exento de cierta gallardía. Carlos Haya murió durante la Guerra Civil en combate aéreo sobre Teruel, en febrero de 1938, murió en acto de servicio, precisamente de la manera que no le daba miedo. Los que sobrevivieron “continuaron su diálogo con la muerte en medio del Apocalipsis europeo, del que España fue preludio”. Medio siglo después, Koestler, a quien el acto de morir sí le daba miedo, eligió la eutanasia. Koestler y Haya, dos vidas paralelas y muertes coherentes.

 

Publicado por Deia-k argitaratua