Antonio Negri (1933-2023), elogio de la lucidez política

Negri ha pretendido sentar los zócalos teóricos, intelectuales, políticos y éticos a partir de los cuales sea posible producir una política de masas tan perfecta en su diseño antagonista y revolucionario, como sofisticada en sus implicaciones políticas, jurídicas, éticas, morales y existenciales.

La muerte de Antonio Negri deja un enorme vacío, pero pistas políticas, dispositivos teóricos y tensión ética y moral suficientes como para no caer en el abatimiento, el derrotismo o el posibilismo plano del extremo centro. La tremenda pérdida de un hombre indomable ante este sistema bestial, lúcido hasta la máxima tensión vital y la extenuación existencial y siempre en proceso de apertura y búsqueda de nuevas formas conciencia y acción frente a ineluctabilidad de la dominación y la sumisión dibuja la filigrana que traza las sendas de las nuevas formas de militancia, de constitución política antagonista y de organización de las formas partido todavía por inventar contra la lógica del capitalismo histórico en esta coyuntura. Antonio Negri constituye la cifra de la apuesta por comprender y destruir la complejidad de la dominación y la bestialidad del sistema-mundo capitalista actual, así como la inagotable impostura intelectual, moral y política de las clases y elites dominantes actuales y de sus formas Estado (de von der Leyen a Biden y Meloni, de Macron a Borrell y Annalena Baerbock), cuyo proyecto constitucional máximo afirma que la sumisión y la destrucción discrecional de las clases trabajadoras y pobres constituye el logro máximo que puede garantizar la raquítica forma democrática que el capitalismo y sus elites políticas han permitido emerger hasta este momento histórico. Ante esta brutalidad del diseño de las clases dominantes pretéritas y actuales Negri ha pretendido sentar los zócalos teóricos, intelectuales, políticos y éticos a partir de los cuales sea posible producir una política de masas tan perfecta en su diseño antagonista y revolucionario, como sofisticada en sus implicaciones políticas, jurídicas, éticas, morales y existenciales, que ya no permitirán ni la reproducción de la bestialidad sistémica del capitalismo gestionado por estas clases y elites dominantes, ni la ilimitada brutalidad de su modelo de reproducción social y geopolítico ligado a la primacía de la relación capital como ratio social última. Tal vez estas condiciones de posibilidad de la parábola de Antonio Negri puedan calificarse de spinozianas o tal vez constituyan simplemente la prodigiosa actualización de la misteriosa curva de la recta de Lenin encarnada y puesta a punto en el quicio de estas décadas decisivas de la mano del maestro comunista véneto.

Antonio Negri ha llevado al límite de lo humanamente posible, como muchos otros anónimos e incontables militantes comunistas (vid. mutatis mutandis las trayectorias de tantos maquis y resistentes sin rostro y apenas sin nombre de la resistencia antifranquista y antinazi, por poner un ejemplo pertinente), esta tensión moral, política e intelectual y ha abierto innumerables pistas para pensar por dónde es posible abordar hoy las nuevas tareas de la organización, del antagonismo y de la destrucción de este orden inmoral, abyecto e inaceptable para la inteligencia, la generosidad y la concepción de lo político propugnada por el general intellect de la actual composición de clase proletaria. Antonio Negri jamás se rindió ante la impostura, la desvergüenza, la inmoralidad y la venalidad de las clases y elites dominantes de las sociedad capitalistas actuales, de sus sistemas políticos, de sus sistemas de partidos y de sus circuitos de enunciación publicísticos, académicos y mediáticos, nunca creyó que su pretendido monopolio de la producción conceptual ideológica (liberalismo, posmodernidad, socialdemocracia, progresismo, conservadurismo, socialismo, etcétera) y la pretensión benevolente y paternalista o soberbia y violenta de su derecho subyacente a disfrutar de la práctica totalidad de los frutos del trabajo vivo y de la cooperación social del mismo, articulada mediante sus sistemas políticos y sus formas Estado, no fuera otra cosa que la expresión banal y grotesca la brutalidad de la violencia física sobre las clases dominadas, sobre sus cuerpos y sobre sus procesos de trabajo, sobre su derecho inalienable a una vida digna y a la organización de la producción y la inversión de acuerdo con un criterio racional de justicia constitucionalmente normativizada.

En su opinión, estas clases dominantes capitalistas, occidentales o no pero paradigmáticamente las primeras, siempre se han hallado tentadas literalmente a empobrecer, a humillar o a masacrar a las clases proletarias, si ello se adecua pertinentemente a sus absurdos modelos de cálculo del valor producido, mal distribuido y acaparado, y pésimamente invertido por su mequetrefe concepto de justicia social, de igualdad y de racionalidad económica, lo cual constituye la esencia última del liberalismo como proyecto político e ideológico del capitalismo histórico y el vacío reaccionario de todas las teorías e ideologías conservadoras y reaccionarias que en el mundo han sido. Para Negri la conceptualización y la práctica de la autonomía de clase parte de esta constatación lúcida del orden capitalista como sistema incapaz de imponer un correlato jurídico y constitucional a la violencia nuda del poder de clase, así como lo hace de su crítica sin paliativos de la forma Estado capitalista como supuesta expresión máxima de la constitución democrática y de la racionalidad social en las sociedades modernas y contemporáneas (vid. como ejemplo sórdido y patético de esta insania intelectual y de esta bajeza moral y política brutales el lamentable eslogan popularizado por un genuino representante estrafalario e indocumentado de la derecha reaccionaria actual, recién elegido presidente de Argentina –«No hay plata»– en un momento sistémico en el que (1) el sistema financiero global y los balances de situación de las grandes corporaciones, de los bancos centrales, de las grandes fortunas y de las clases dominantes en general se hallan literalmente atrapados en un océano de liquidez, que estas últimas, ni con toda la ayuda prestada por sus flamantes grandes consultoras, sus bancos de inversión transnacionales y sus instituciones financieras globales, son capaces de gestionar racionalmente, lastradas por su incapacidad, reiteradamente demostrada durante las últimas tres décadas, no solo de encontrar líneas de inversión productiva aptas para generar una rentabilidad mínima en términos de la valorización capitalista estándar de los recursos colectivos y comunes, suciamente acaparados tras cuatro décadas de neoliberalismo, sin que ello traiga aparejada la destrucción de lo común; y son todavía mucho más incapaces de diseñar con ese enorme exceso de liquidez y recursos expropiados y acumulados un entorno y una dinámica de inversión capaz de alejar al sistema-mundo y al sistema-tierra capitalistas de la actual senda de degradación y destrucción, que resulta tan ineluctable, como fatídica la expulsión de sus orígenes y consecuencias de los campos políticos dichos democráticos nacionales. Y en un momento en el que «no hay plata» mientras estructuralmente (2) las clases dominantes argentinas extreman su modelo oligopólico exportador colocando sus recursos económicos en el exterior para descapitalizar el sistema financiero argentino y reducir así drásticamente la base imponible total y la capacidad presupuestaria pública del país en un proceso de degradación política y social literalmente sin fondo).

Congoja y pena, pues, por la muerte de Negri, tristeza por la desaparición de este hombre indómito y valiente, que intento llevar al máximo la tensión intelectual, ética y política para inventar qué podría ser la lucha de clases y la insumisión a este orden brutal, inaceptable y fascista en el que vivimos de Washington a Bruselas, de Ucrania a Buenos Aires, de Gaza al Mediterráneo migrante. Pero también rabia, fuerza y energías exponencial y geométricamente multiplicadas ante la inmundicia del mundo perpetrado por las clases y elites dominantes occidentales actuales, que él combatió, que nos enseñó a combatir y que debemos seguir combatiendo con toda la astucia de la razón, de la empatía y del afecto comunistas.

Toni Negri entrevista

Europa, la fragilidad del capitalismo y la construcción del contrapoder: entrevista con Toni Negri

1. ¿Hasta donde puede alcanzar la lucidez de un teórico marxista, de un sujeto político, de un sujeto militante comunista como Antoni Negri, que atraviesa el largo siglo XX en el quicio mismo en el que la estabilización del capitalismo supuestamente verificada en los prolegómenos de la década de 1960 (Quaderni Rossi, 1961), producto del impacto de la lucha de clases y del ciclo de las luchas proletarias de los cien años precedentes sobre sus propias tendencias sistémicas más destructivas, se postula en ese momento como la realidad ineluctable de la constitución social y del campo político, como se hará de nuevo monótonamente después de 1989, y que en lugar de aceptar este constructo ideológico acríticamente (Do you remember neocapitalism? Do you remember fordism and mass democracy?) es capaz de convertir la desmitificación de esta supuesta estabilización en el punto de partida de una teoría y una práctica antagonista de la composición de clase y por ende de la lucha de clases apta para para teorizar un plan racional de intervención contra el capitalismo comprendido como forma social y política definitiva en el último tercio del largo siglo XX? ¿Cómo es posible que un sujeto teórico y político, que una generación comunista en realidad, haya pensado y comprendido que la estabilización del periodo de posguerra era, en realidad, el punto de constitución primordial de máquinas de dominación y explotación más feroces que las prefordistas, que no conocen otra lógica que la de la multiplicación de su intensidad vertical y horizontal en un horizonte permanente de intensificación del poder dictatorial de las formas políticas y económicas de la relación capital sobre las formaciones sociales realmente existentes en un proceso sin sujeto ni fines, que carece de otra ratio que la acumulación no de capital, sino del propio poder de clase concebido de modo cada vez más dictatorial y abocado por ello a su propia autodestrucción, como demuestra hoy la sabia combinación efectuada por parte de las clases y elites dominantes actuales de una estrategia de guerra sin fin y de la decisión de optar por la exacerbación acelerada de la crisis ecosistémica, y que este proceso de exasperación del poder irrestricto de las clases dominantes se propusiera entonces durante las décadas de 1960 y 1970 y se siga proponiendo hoy por estas mismas clases y elites como la constitución política más racional, más justa y más democrática de las sociedades humanas en el vórtice de la máxima productividad social del trabajo vivo explotado por la relación capital jamás alcanzada en la historia?

¿Cómo es posible que este conjunto de procesos de estabilización y esterilización democrática se haya propuesto en el punto álgido del denominado capitalismo y del liberalismo democráticos de posguerra, que se hallaban ya en esas décadas atravesado por una enorme violencia neocolonial, que no ha hecho sino incrementarse (Ucrania, Gaza), mediante una serie de procesos materiales construidos ideológicamente con un poder tan férreo como el propio ritmo de la acumulación indefinida de capital como el advenimiento de un orden finalmente estable y democrático y que la teoría marxista de Antonio Negri y de la generación operaista haya sido capaz de comprenderlo en tiempo real, al hilo de un ciclo intensísimo de lucha de clases local y global, como la reestructuración mundial de la relación capital, que abría un nuevo ciclo de dominación que debía ser analizado, comprendido y teorizado para sacar las pertinentes conclusiones políticas para organizar su subversión y su superación? ¿Cómo es posible que este conjunto de procesos de reestructuración reaccionaria, objeto de análisis, estudio y respuesta política por parte de Antonio Negri y de la generación operaista en clave netamente crítica y antagonista, se haya aceptado, gestionado e impuesto con absoluta negligencia en cuanto a la previsión de sus efectos, de sus impactos y de sus constricciones sobre los modelos de normatividad constitucional, sobre la lógica ecosistémica y sobre el impacto relacional, afectivo y reproductivo de la fuerza de trabajo, de sus formas existenciales y de sus mundos de vida, por parte de los sistemas de partidos y de los sistemas políticos entonces vigentes y de las respectivas formas Estado fordistas (Do you remember the compromesso storico?), que en lugar de evaluar, amortiguar e impedir estos procesos y efectos intensificando el carácter democrático del fordismo como pedían los movimientos y el ciclo de luchas obreras, anticoloniales y feministas, invirtieron sus energías institucionales durante las décadas de 1960 y 1970 en la contención y la represión del contenido democrático presente en las constituciones de posguerra y durante las siguientes en la desdemocratización y vaciamiento democrático radical de la reproducción social de la mano del diseño global neoliberal impuesto por las clases dominantes atlánticas y globales desde finales de esa última década (Proceso del 7 abril de 1979-1988)?

¿Cómo es posible que este conjunto de matrices y lógicas del poder de clase puestas a punto durante las décadas de 1960 y 1970 y por ende en proceso entonces de absoluta naturalización, que auguraban relaciones de dominación y explotación dotadas de una genuina tendencia totalitaria, haya sido conceptualizado por Antonio Negri no como el estadio último de la racionalidad capitalista y por ende democrática en la productividad de sus formas ideológicas, sino como el producto complejo de ritmos estructurales de dominación heteróclitos, múltiples y contradictorios, pero dotados de una tendencialidad nítida y evidente de intensificación de la explotación económica y la dominación política, al tiempo que objeto posible y necesario de análisis, conceptualización y teorización para que los mismos pudieran ser no simplemente objeto de comprensión racional, sino sobre todo objetos políticos en disputa, que en el proceso de su construcción teórica y de lucha debían producir la subjetividad política, que colocaba a los sujetos sociales frente a las condiciones de su propia existencia y los ubicaba respecto a la crítica de la propia reproducción como un genuino proceso de constitución de una subjetividad política, ética, intelectual y existencial antagonista, de modo que este conjunto de procesos constituyesen una fuente inagotable de potencia política, de ontología expansiva y de capacidad de multiplicar la liberación colectiva como el escenario más rico para constituir el propio proceso de constitución existencial (Do you remember the autonomia di classe?)? ¿Y cómo es posible que el sujeto teórico y político Antonio Negri se haya constituido verticalmente sobre la impostura de tal construcción ideológica produciendo una obra de una riqueza asombrosa para atacar multidimensionalmente tal conjunto de procesos de cierre, clausura y claudicación de la liberación colectiva y por ende de sumisión mediante formas de subjetividad, que produce brutalidad, inmoralidad e insensibilidad abismales en las clases y elites dominantes (Ucrania, Gaza, migraciones, cambio climático), al tiempo que condena a las subjetividades sometidas a grados cada vez regresivos de reproducción social, que se expresan en formas políticas representativas cada vez más grotescas, en la medida que las coloca en la condición de generar, recrear y reproducir la propia empresarialidad de su propia sumisión y sometimiento, así como en la tesitura de aceptar la degradación intelectual, vital y moral inherente a la negación de toda posibilidad colectiva de liberación realmente universal de las actuales condiciones de dominación y abyección, además de la propia degradación existencial, impuestas por el capitalismo histórico en esta coyuntura?

2. La intransigencia de la lucidez política de Negri se halla radicada en su profundo racionalismo analítico anclado en la ontología de la producción exuberante, generosa, expansiva de la fuerza de trabajo, del sujeto proletario, de las clases pobres productoras de todo sentido y de la totalidad del valor existente en el ciclo productivo capitalista, dotado de existencia histórica específica en las diversas configuraciones sistémicas registradas en el sistema-mundo capitalista. Si la producción de valor es ontológicamente constitutiva del sujeto proletario, que es inmanentemente antipatricarcal, constitutivamente antirracista, ferozmente igualitario y radicalmente posnacional, toda la violencia desplegada por el sistema capitalista y por sus clases dominantes para capturarlo, expropiarlo e invertirlo en estructuras permanentes de producción de dominación y explotación como las producidas por el capitalismo histórico están viciadas por definición y la pretensión de justificarlas, intensificarlas y prolongarlas tecnológica, militar o jurídicamente son espurias teóricamente, insostenibles moralmente e ilegítimas política y constitucionalmente.

Esta impostura primordial debe ser explorada, de acuerdo con la concepción Negri, en todas las manifestaciones de su productividad, de su fenomenología y de su pretensión de racionalidad para luego ser remitidas, a modo de huecograbado (pero la metáfora es demasiado mecanicista), a la potencia productiva y política del sujeto proletario, esto es, a la constitución política de las clases pobres, desposeídas y sometidas a ordenes históricamente muy injustos, pero siempre altamente productivas. El optimismo político de Negri hunde sus raíces en la potencia racional del análisis del capitalismo y de la fuerza de trabajo, cuya producción de valor permite la reproducción de este sistema social pero ante todo posibilita la constitución de esta última como sujeto político dotado de la máxima racionalidad en un determinado periodo histórico. No hay aquí teleología alguna, ni teoría bastarda del progreso humano, sino el proceso vertical de la constitución política del sujeto productivo comprendido como un sujeto polivalente en su riqueza ontológica, intelectual, imaginativa y moral y por ende política, que es a su vez el fundamento último de su productividad y de su capacidad cuasi infinita de producción de valor, de verdad y de potencia de liberación, de igualdad y justicia, esto es, de autovalorización y, por consiguiente, de las formas y constructos políticos para producir, implementar y gestionar esa liberación multidimensional poscapitalista al hilo de la destrucción de las formas actuales de dominación, cuya cartografía, análisis y cortocircuito producen la subjetividad que engendra las nuevas formas e instituciones de la socialidad comunista.

En la concepción de Negri, la pretensión de racionalidad esgrimida por las clases dominantes de su derecho a explotar y destruir la fuerza de trabajo y las condiciones de posibilidad del común y la vocación correspondiente de sus formas Estado de legitimar políticamente la brutalidad de esta explotación, basada indefectiblemente en una pretensión espuria de justicia, que se halla presente en todas las justificaciones y racionalizaciones liberales de la brutalidad del sistema-mundo capitalista, es por definición radicalmente inconsistente y lo es precisamente, porque la potencia de la fuerza de trabajo o de la multitud es la fuente de todo valor, de todo orden y de toda constitución. La teorización de esta potencia es profundamente antiindividualista, aunque afirma radicalmente la singularidad de la potencia del sujeto productivo, que por definición es antagonista, políticamente revolucionario, homeostáticamente equilibrado en la urgencia y la necesidad de la constitución subjetiva singular así como de la producción colectiva e institucional de formas estables de no dominación, de no explotación, de no discriminación y de acceso igualitario a los recursos sociales, naturales y simbólicos, esto es, de producción de lo común igualitariamente gestionado, compartido y sostenido global y localmente, de lo común del comunismo. Enemigo de todo particularismo y hastiado hasta la médula de las pretensiones nacionales como principio de constitución primordial de lo político, Negri coloca la potencia de la clase o de la multitud en el centro de su proyecto político y en el corazón de la práctica misma de su militancia. La geopolítica es, pues, la lucha de clases continuada por otros medios, al igual que los son las guerras comerciales y las políticas macroeconómicas globales y el orden financiero-monetario global, y el alineamiento nacionalista, en su pretendido derecho a la diferencia nacional, con los diseños imperiales de las potencias hegemónicas capitalistas la forma más lamentable de sumisión. La política de clase desnacionalizada es la política en su opinión, porque la lucha de clases coloca la transnacionalización de las relaciones de dominación y acumulación de capital en el centro del campo político, que para la multitud o la clase no pueden ser nacionales, porque nacional es la sumisión a la soberanía nacional de las clases y elites dominantes realmente existentes, que se constituyen por definición transnacionalmente y sobre todo sistémicamente, que es de donde extraen la fuente de su poder.

Recuerdo fulgurante de una cena en Liubliana en marzo de 2006, tras presentar Imperio con amigos eslovenos e italianos (Barbara Beznec, Andrej Kurnik, Sandro Mezzarda) activos en la redes de solidaridad con los migrantes atrapados (el movimiento de los erased surgidos en las nuevas polities posyugoslavas) en la nueva lógica nacionalista excluyente de los Balcanes, fragmentados y erizadamente nacionalistas, en la que Negri al final de la misma y tras haber analizado y comentado la situación política actual y la creada tras las guerras que asolaron la región durante los quince años precedentes cortesía de Estados Unidos y de la Unión Europea, rellenó su copa con otra ronda de grappa y lanzó un brindis apasionado por la inminente reconstrucción de una nueva República yugoslava realmente comunista entre la algarabía general por la línea posnacional de constitución y lucha política, que lanzaba su razonamiento ante una historia traumática cuajada de guerra, justo cuando se proclamaba torpemente el fin de la historia, para los antiguos países integrados en Yugoslavia (menos para Eslovenia militarmente hablando). La región en ese momento se hallaba irremediablemente fragmentada y las posibilidades de hablar constructivamente no ya entre sus diversas elites políticas nacionales, sino también entre sus respectivos movimientos sociales parecía más incierta y estéril que nunca, hecho que en Negri, que al día siguiente impartía un seminario en el centro social ocupado de ROG, solo producía consternación. Igual de segura y totalmente inevitable era la presa de las potencias occidentales sobre el destino de la región, lo cual parecía desbaratar cualquier comportamiento político antagonista durante los años por venir, como se ha visto corroborado por el tiempo transcurrido desde entonces durante el cual la presencia de Estados Unidos y de la Unión Europea ha dictado el ritmo de construcción política de las antiguas repúblicas yugoslavas y sofocado cualquier posible desalineamiento de su proyecto imperial de dominación.

3. Esta racionalidad intransigente respecto a las formas de dominación de clase producía en Negri una perplejidad siempre renovada y siempre productiva teórica y políticamente ante la enorme violencia desplegada histórica y sincrónicamente por las clases dominantes ante el empeoramiento objetivo de las condiciones de vida y reproducción que su control sobre las estructuras de inversión, producción y explotación generaba sobre el cuerpo social y por ende sobre las dinámicas de las formaciones sociales sometidas a la lógica de la relación capital y sobre sus clases trabajadoras y pobres. La exacerbación de la violencia de la crisis y la intensificación de la violencia de la geopolítica de la dominación capitalista (1980-1988, 1998, 2001, 2008, 2020, 2022, 2023) han ido de la mano de la desnaturalización de la forma democrática, del debilitamiento del contenido democrático del funcionamiento de la forma Estado al hilo de la captura de su productividad por las clases dominantes, del deterioro exponencial de los derechos fundamentales y del proceso de degradación constante de las clases dirigentes capitalistas durante las últimas cuatro décadas, cuyo perfil ha llegado al esperpento de los nuevos líderes que los campos denominados del centro-derecha y del centro-izquierda han producido recientemente de Trump a Meloni, Feijóo y Abascal o de Susana Díaz/Juanma Moreno Bonilla, Enrico Letta y Rutte a Milei, Macron y Sunak. Para Negri esta renovación continua de la violencia ejercida por las clases dominantes y por sus elites renovadas constituía un dato crucial para pensar las formas de organización y de acción política del sujeto político proletario, multitudinario, actual en la medida que la garantía de estabilidad y orden del sistema, esto es, la materialización de una forma democrática consistente y articulada, era simplemente una pura coartada, permanentemente prometida pero continuamente escamoteada, para garantizar el mantenimiento de un orden inaceptable, como la situación de Ucrania y Gaza han puesto monótonamente en evidencia una vez más durante los últimos meses.

En opinión de Negri, la producción permanente de formas siempre renovadas de violencia imponía la necesidad de relanzar continuamente las luchas para cortocircuitar la consolidación de esos procesos y para hacer aflorar las subjetividades militantes capaces de comprender su complejidad y, en consecuencia, la complejidad de las formas de organización política y de disputa del poder de clase en la totalidad de los circuitos de enunciación y producción de dominación y explotación. En la mente de Negri no hay paz política alguna posible, porque el proyecto de las clases dominantes, occidentales y no, se basa siempre en la invención y despliegue de nuevas formas y modalidades de ejercicio de la violencia en todas sus manifestaciones (estructural, sistémica, militar, simbólica, policial, legal) y en la nula predisposición a renunciar a este instrumento de reestructuración en la medida en que se mantenga vigente la lógica de la relación capital y las dinámicas de poder que esta induce en las formaciones sociales y que son objeto de su continua estructuración y reestructuración. Este juego permanente de la violencia de la relación capital se liga en Negri a la composición de clase y a todos los estratos de su constitución subjetiva y política, lo cual dota de toda su relevancia y pertinencia al concepto de autonomía de clase y a las posibles formas que esta ha asumido desde la década de 1970 y que asumirá en las hipotéticas nuevas modalidades que va adquirir durante el presente siglo en la coyuntura de la gravísima crisis actual. La política es para Negri la apertura permanente de escenarios de antagonismo y lucha para comprender las formas renovadas de la violencia de la dominación y para organizar just in time las formas posibles de resistencia, autovalorización de clase y poder constituyente en la medida en que lo político, su práctica y su concepto, se halla ligado por definición a la conceptualización del capitalismo como estructura de dominación e, idénticamente, a la composición de clase que se halla en condiciones de comprender el despliegue de la violencia sobre las condiciones de reproducción y a partir de ese reconocimiento comprender que produce valor de una determinada forma y que es capaz de producirlo políticamente de otra diferente mediante el uso táctico de la forma Estado y el despliegue estratégico de luchas de masas, que pueden lanzarse específicamente en una coyuntura histórica contra la matriz primordial de la violencia de clase, que se halla anclada en los procesos sistémicos de un determinados ciclo sistémico de acumulación y de su régimen macroeconómico, financiero y monetario global.

Hardt y Negri

Hardt y Negri: ‘Asamblea’, o cómo cartografiar los últimos ciclos de luchas (I)

4. Encontramos aquí, en la misma longitud de onda teórica, otra matriz primordial de la lectura política propuesta por Negri, que se remite a la composición de clase y a su plasticidad constituyente como sujeto político y como sujeto capaz de tejer las relaciones de lo común frente a la violencia de las clases dominantes y de sus elites políticas, así como frente a la desplegada por estas mediante las estructuras de acumulación de capital: producir valor para Negri es producir las condiciones de antagonismo necesarias para organizar respuestas políticas para sustraer y destruir el diseño de dominación ínsito en su estructura productiva mediante sujetos políticos construidos a partir de los sujetos productores de valor. La autonomía de clase postula que el sujeto productivo se halla objetivamente en condiciones de teorizar, enunciar y organizar el proceso político de destrucción de la dominación de clase y de hacerlo en toda la complejidad de las formas de socialidad política históricamente existentes. Si ahora la capacidad productiva se ha socializado absolutamente en la totalidad de los procesos de la reproducción social, entonces producir valor hoy es el acto político por antonomasia y la forma Estado la condensación del bloqueo de las clases dominantes para garantizar su expropiación; y simétricamente hacer política es el práctica por antonomasia de producir valor, esto es, de crear las condiciones para que la producción de este no consista en la producción negativa de valor, que constituye hoy el paradigma productivo del régimen de acumulación de las clases dominantes actuales, que para acumular capital y poder de clase deben inexorablemente, en las actuales condiciones de producción capitalista, producir valor negativo, esto es, destruir las condiciones mismas de producción de riqueza, hecho que la autonomía de clase no puede permitir bajo ningún concepto y que en su momento se teorizó como rifiuto del lavoro, esto es, la negativa a producir valor negativo y poder de clase en la fábrica del capital y que ahora aflora de nuevo en la lógica todavía no totalmente dilucidada de la denominada Great Resignation registrada desde 2020 con diversas intensidades y escalas sobre todo en Estados Unidos pero también en otras economías dichas desarrolladas. No hay condición democrática en la actualidad que no integre todas y cada una de las condiciones de producción de valor y no es posible considerar estas, si se excluye la productividad política de la forma Estado, que desintegra democráticamente la violencia constante ejercida para expropiar la producción y las condiciones de producción de aquel. La clase no es, pues, un correlato socioeconómico más o menos sofisticado o más o menos interseccionado con otras formas de dominación, sino la expresión política del sujeto que produce valor en el proceso de reproducción social y que se convierte en sujeto político antisistémico en una coyuntura histórica determinada. Producción no negativa de valor, violencia contra la expropiación y el acaparamiento del valor y riqueza producidos, deconstrucción/destrucción de la pretensión y materialidad de la legitimidad de la forma Estado en la gestión de la (re)producción, y organización política antisistémica del sujeto productivo son en Negri el correlato mínimo de la forma democrática apta para la composición de clase de este ciclo histórico y adecuada a la fenomenología de la actual crisis sistémica terminal del capitalismo.

Idénticamente, la violencia de la forma Estado, la organización política del sujeto productivo y el antagonismo irreductible de su poder constituyente se hallan ínsitos en la concepción del tiempo de Negri, del tiempo político y del kairos revolucionario, porque las temporalidades de estos tres planos inmanentes pueden ser dispares y la lucidez de sujeto político proletario o multitudinario radica en conservar la potencia teórica y organizativa de esas temporalidades desacompasadas para garantizar en el momento propicio su sincronía articulada, hecho que proporcionaría a la práctica antagonista toda su potencia política y, por consiguiente, la causalidad más eficaz de su articulación, de sus sinergias y de su efectos exponencialmente transformadores del resto de lógicas y temporalidades precipitadas en la constitución y organización política de los sujetos que producen valor cristalizado en la producción y la reproducción de la vida social, ecosistémica y afectiva. Así, el obrero social se dota de sus atributos socioeconómicos, productivos y ontológicos a finales de la década de 1970, cuando muta en clave autoritaria la forma Estado y la estructura de la relación capital a partir de la de 1980 para reaparecer de modo novedoso en el ciclo non global y tras la crisis de 2008 con algunas de sus características intactas y con otras transformada por las nuevas relaciones de poder conservadoras y reaccionarias instiladas por la governance neoliberal; el carácter apologéticamente democrático del Estado planificador muta en el carácter autoritario del Estado rentista neoliberal, lo cual abre espacio para reacciones antagonistas de los nuevos sujetos productivos precarizados e intelectualizados, pero también sobredeterminados por la reacción defensiva de la nueva derecha reaccionaria a partir de 2008; el horizonte constituyente de las décadas de 1960 y 1970 se encoge durante las tres siguientes para recrearse de nuevo desde la crisis del posfordismo neoliberal registrada desde inicios del presente siglo y la explosión de su crisis en 2008-2020, cuando la crisis climática señala inexorablemente la necesidad de una gran transformación, que pone sobre la mesa la exigencia de contenidos utópicos, de diseños políticos audaces y de formas de movilización que recurrirán a muchos de los elementos y metodologías utilizados por las composiciones de clase precedentes, etcétera, etcétera: estos tiempos de la forma Estado, de la organización política del sujeto productivo y de del antagonismo de su poder constituyente son diversos, contradictorios y no lineales ni homogéneos, pero la acumulatividad de los estratos políticos, teóricos, estructurales y ontológicos de su proyecto político antisistémico brinda la oportunidad de operar con una heterogénesis de tiempos que la práctica política antisistémica debe integrar, mediar, reelaborar continuamente en función de la teoría de la autonomía de clase y de la constitución política en la forma organizativa posible de los sujetos productores de valor: se trata, pues, de la inmanencia y la dialéctica del tiempo específico de cada proceso estructural y sectorial, de la reelaboración permanente de la autonomía de clase, de la teorización y la puesta a prueba de las diversas modalidades de la organización política del conflicto y la resistencia, de las tentativas de construcción de la forma partido más apta a la precipitación de esas temporalidades diversas en un proyecto de transformación revolucionaria racional y viable en una coyuntura histórica específica.

Negri vive su subjetividad política en esta mutación permanente pero acumulativa de la composición de clase y de sus tiempos de constitución, al tiempo que teoriza la dignidad de la clase y sus modalidades de constitución y controla y entrelaza los tiempos diversos de la acción política constituyente históricamente posible al hilo de la mutación de la forma Estado, sus modalidades de soberanía y governance y la transformación del campo político y de los correspondientes sistemas de partidos, procesos que constituyen la sustancia misma de la lucha de clases y de la lógica del conflicto y de la resistencia a la dominación y que colocan al teórico y al militante comunista en la recomposición permanente de los tiempos y las lógicas de la constitución política que la reproducción posible del poder constituyente abre en cada coyuntura. Negri reivindicó y teorizó, en consecuencia, la dignidad sociológica y sobre todo política de las distintas figuras proletarias con las que se cruzó a lo largo de su vida militante —del obrero masa y el obrero social a la plena madurez de la multitud, que es el sujeto de clase por antonomasia en las condiciones de lucha de clases en el periodo final del ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense y de su crisis terminal, que se articula con la propia crisis irreversible del capitalismo como sistema histórico– para contribuir a dotarlas de las condiciones mínimas de posibilidad para su eventual constitución política antisistémica, que se organizaría mediante un poder constituyente en el proceso mismo de las relaciones laborales de (re)producción de valor en los lugares de trabajo (la fábrica y la sociedad) y se expresaría en los ámbitos y espacios en los que ese genuino poder constituyente puede concebir las condiciones políticas de la producción de la reproducción en la mejor tradición de un constitucionalismo hiperdemocrático, que es tan expansivo como inteligente, para dotar a la producción de valor de toda la dignidad constitucional de un derecho fundamental, porque su garantía es la garantía de la justicia, la igualdad y la sostenibilidad absolutas de la reproducción social. Esta certidumbre analítica en la dignidad y la esencialidad del carácter de clase de la reproducción social dota a la militancia de Negri de la fuerza contagiosa de un proyecto político animado por esa racionalidad de la apertura máxima de los espacios y procesos de acción singular y colectiva en la soldadura virtuosa de sus respectivas potencias: el poder constituyente de la clase es la condición objetiva de la singularidad proletaria y esta el zócalo último de la ética y la moral individuales en un mundo no dominado por la pura violencia de las relaciones de producción capitalistas y por ende la garantía de la producción de institución, norma y autoverificación democrática.

La dignidad de la clase o de la multitud es, pues, para Negri la expresión máxima de una ontología que no puede permitirse el estúpido lujo de tolerar la desigualdad, la injusticia o el sometimiento de ningún sujeto singular reconocido igualmente en su máxima dignidad política, lo cual comienza por la colocación en el centro de la acción política de la suerte de los desheredados de la tierra en un proceso ascendente de reparación, de integración y de expansión de los derechos fundamentales a escala no nacionalmente general sino a priori realmente global en el proceso mismo de transformación y reestructuración de los circuitos y estructuras de producción de valor capitalistas en lo que en la teoría marxista Negri llama comunismo.

5. La asombrosa parábola de Antonio Negri ha constituido un esfuerzo titánico por pensar, organizar y producir estas condiciones exigentes de producción y militancia de la teoría marxista para dotarla de la fuerza suficiente como para destruir la eficacia siempre sobredeterminada de las relaciones de poder de clase y de su constante violenta recreación ideológica, jurídica, discursiva y militar, que produce de modo permanente la enunciación de lo socialmente más abyecto (Gaza, Ucrania, Melilla, Steccato di Cutro, Mediterráneo migrante) como el núcleo más precioso de los sistemas democráticos actuales y sus correspondientes campos políticos, que deben aceptarse como la situación ideal de habla de lo políticamente posible y que postulan las formas Estado realmente existentes como la expresión consensual de tal desequilibrio: la permanente capacidad productiva de dominación y de expropiación de estos sistemas políticos y de estas formas Estado, en ruta en el momento presente hacia su mutación autoritaria y dictatorial por mor de las distintas versiones de los proyectos políticos liberales, socialdemócratas y conservadores reaccionarios, no garantiza las condiciones mínimas de dignidad de los procesos de producción de valor ni la justicia social para la mayoría proletaria de la población global y, por consiguiente, deben ser radicalmente impugnados en su forma actual y destruidos como la expresión última de la racionalidad política. La negación de ambas premisas –el carácter racional de la producción de valor y la neutralidad democrática de la forma Estado– y la afirmación radical de la autonomía de la clase constituyen el núcleo incandescente del proyecto intelectual y político de Antonio Negri y la matriz de su expansión por venir: no hay normatividad democrática alguna, si persisten las condiciones de explotación capitalistas; no existe forma Estado legitima alguna, si el poder constituyente proletario y por ende hiperdemocrático no anima hasta la médula la fisiología de la totalidad de las relaciones de producción de valor y de reproducción social y la lógica geopolítica que las sustenta en el apuntalamiento del mercado mundial, de su sistema financiero-monetario global y de su lógica de inversión y producción de catástrofe; no hay representación política viable, si la autonomía de clase no se constituye en sujeto político predominante a escala posnacional en los diverso campos políticos nacionales. Negri afirmó con su obra y con su actividad militante que todos estos rompecabezas y dilemas podían ser resueltos teóricamente, que la teoría y la práctica política organizada a partir de esta complejidad podía convertirse en política democrática antisistémica de masas y que la realización de este proyecto constituye hoy la forma más sofisticada de comportamiento político, de reafirmación del sustrato ético y de racionalidad intelectual y revolucionaria.

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EL SALTO