Club Editor publica la ‘opera prima’ de esta autora, que impacta por sorpresa en la literatura catalana ·
El libro es una especie de observatorio del lugar, un paisaje personal, emocional y físico
Roser Vernet debuta en el mundo de la literatura con ‘El medio del mundo’ (Club Editor), un relato memorialístico en forma de prosas cortas, que tienen la fuerza de envolver al lector dentro de una literatura hipnótica, de hacerlo andar por los lugares de su memoria, por los interrogantes de su vida y le hacen tomar conciencia de los lugares que habita, y de cómo los habita, pero también de cómo los habitamos colectivamente. Porque “el lugar es la gente”. Por eso podríamos decir que ‘El medio del mundo’ es un tipo de observatorio de un paisaje personal, emocional y físico.
Cada lugar que habitamos es el medio del mundo. El lugar esencial de Roser Vernet es el Priorat, sobre todo el de la infancia y el de una etapa de madurez fecunda que le ha llevado hasta escribir este libro. De por medio, la clandestinidad, el exilio, el retorno, los amores, la lengua, y la lucha cívica por defender un territorio maltratado, que es habitualmente invisible para el conjunto del país, y que libra todo tipo de batallas. La última, y en tiempo de sequía: el robo del agua del río Siurana.
A pesar de ser el primer libro que publica, Roser Vernet hace tiempo que escribe y que reflexiona y trabaja por el paisaje, la cultura y una forma de gestionar el territorio del Priorat, a partir de la gente que vive (desde la base, se diría). Por eso, la encontramos en movimientos como ‘Prioridad’, de la que fue coordinadora durante los diez años de proceso de redacción del dossier de la candidatura del paisaje del Priorat a patrimonio mundial de la UNESCO. También es fundadora en 2006 del ‘Centro Quim Soler la Literatura y el Vino’ en el Molar, en el que se impulsan proyectos como Priorat en Persona, que vincula el paisaje del Priorat con los escritores del país, para crear un diccionario literario de este paisaje excepcional.
El libro tiene un final de alto voltaje que Vernet dedica a algunas luchas políticas que ha librado el territorio. Una de las grandes batallas ganadas fue la de evitar la construcción de la central eólica que se quería construir sobre la sierra del Montsant. Ese día salió toda la gente del Priorat a mostrar el rechazo. Y trata también las claves de la candidatura del Priorat a patrimonio mundial de la UNESCO.
— Empecemos por la idea que articula el relato, que es el lugar. El lugar como una forma de habitar el mundo.
— El hecho de existir ya implica un sitio. Pero este lugar, de forma querida o no, consciente o no, siempre tiene una importancia en todo lo que somos y en lo que hacemos.
— En la novela, el sitio es físico, pero también es un lugar interior. Y a lo largo del relato, este fuera y este dentro se relacionan, porque van unidos. Aunque el lugar, en este libro, es explícitamente el Priorat.
— La importancia que puede tener el lugar se encuentra precisamente de acuerdo con esto, que no es sólo un espacio donde uno se sitúa y vive, sino que también es una tensión entre ser y no ser y entre irse y volver. El Priorat que yo vivo, que yo habito, y que me habita, no es el mismo que el de cualquier otro. Porque es algo muy personal, aunque hay una parte muy compartida. La relación de cada uno con el lugar no es nunca la misma. Y en cualquier lugar que habitamos y que nos habita, siempre existe esa tensión entre el dentro y el fuera que lo constituye, porque, si no sería un trozo de espacio. Evidentemente, cada uno conforma un paisaje según sus vivencias, sus estratos, formas de entender el mundo, reflexiones, capacidades de interpretarlo o maneras de interpretarlo.
— Más allá de eso, a lo que volveremos, el libro comienza con una proclama que marca el punto de vista. La frase: “El lugar es la gente”.
— Es que el lugar es la gente. Porque más allá de lo propio, ya pones a la comunidad. Y es evidente, porque quienes hablan del lugar son las personas. ¿Qué podemos decir? Que el lugar también habla. Sin la gente, la conciencia del lugar no tiene sentido. Por tanto, esta frase, que tomo del querido artista Jordi Boldú, parece que sea una obviedad, según lo mires, pero te abre muchos caminos de las acciones que hacemos: permite aproximarte o intentar aproximarte, formular reflexiones y despropósitos y lo que convenga.
— ¿Y qué más significa esta proclama?
— Si el lugar es la gente, entonces, si no hay gente, ¿qué pasa? Es de esas frases que me han hecho reforzar un montón de cosas. Porque, ¿qué son los lugares ignotos, si todavía quedan, o los lugares que nunca ha ido nadie, en los que nadie ha transmitido nada? A esto la definición del diccionario llama “una porción de espacio”. Para mí una porción de espacio no es un lugar. Cuando hablo de lugar forzosamente está implícita esta afirmación de que el lugar es la gente. Para mí un trozo de espacio de mar no es un lugar, es un trozo de espacio de mar.
— Cuando habla del lugar lo vincula a otro elemento muy importante en su trayectoria personal y en su conformación como persona, que es esta idea del lugar como paisaje y el paisaje como rostro del territorio. Por tanto, siempre vinculado a la comunidad, a una tradición, una tierra vivida, a una herencia, también.
— El paisaje es uno de los temas que me han acompañado y la definición de Ramon Folch, que el paisaje es el rostro del territorio, desempeña un poco el mismo papel que la de que el lugar es la gente. Estas frases son un lugar, también, donde te quedas y lo exploras, y a partir de ahí ves todos los caminos y senderos que se te pueden abrir y que te conforman unos itinerarios y un mapa.
— Cuando hable de paisaje, no se refiere a la parte estética y esteticista.
— La parte esteticista del paisaje es real y no la niego, pero si decimos que el paisaje es el rostro del territorio, que es la frase en cuestión, más allá de la estética, me lleva a resaltar que cuando hablo de paisaje hablo de esta relación absolutamente íntima y también colectiva entre las personas y el lugar.
— En el libro también habla del paisaje como memoria y de la memoria del paisaje (lo que decíamos de que los lugares son físicos y también son íntimos). Escribe: “Falsificar la memoria o destruir la memoria de los lugares, de los lugares que son la gente, nos condena a errar por parajes estériles. Siempre arrastraremos la duda de hasta dónde hemos sido, o no, cómplices bienintencionados y amnésicos de la derrota”. Esto implica un compromiso sobre el lugar.
— Por un lado, está la destrucción de la memoria de los lugares, que finalmente es nuestra memoria, es como si nos desnudaran, o peor que eso: es como si nos hicieran algo en el cerebro y una parte de lo que somos se borrara. Ésta es la manera más feroz. Pero luego está la otra forma, más maquillada, más suave, que es suplantar la memoria. La tematización, la folklorización, en el peor sentido de la palabra, de las memorias del lugar, que sólo se hace con esta manía de la fachada, para enseñar una pseudomemoria del lugar. Ante esto, podemos hacer ver que no lo vemos, pero pienso que nadie es tonto como para no ver qué pasa. Y no hacer nada es ser cómplice.
— Esto le debe poner nerviosa.
— Hay algo que siempre me ha molestado mucho. Hablamos siempre de los pecados o de las culpas, de la acción que ha hecho la gente, y a mí lo que más me enfada es la omisión. Porque quien hace algo se arriesga, y puede equivocarse, e incluso, puede ser una mala persona. Pero quien no hace nada parece que no es culpable de nada y para mí es peor. Esa complicidad a veces es inconsciente, pero la inconsciencia, ¿qué quieres que te diga? Son excusas de mal pagador. Pienso que tenemos la capacidad y la posibilidad de ver qué ocurre. Y si elegimos cómodamente no hacer nada (no estaba allí, pasaba por aquí y no he hecho nada…), para mí es peor. La omisión me saca de quicio.
— En este sentido, es importante resaltar que esta actitud suya va realmente ligada a un activismo que ha ejercido toda la vida de muchas maneras, pero que al final es político y cultural, que ambas cosas van ligadas.
— Todo es política y todo es cultura.
— Y este libro, inevitablemente, está absolutamente empapado de este activismo, que aparece con una frase tan categórica como “nos roban el agua” o en otro momento, cuando habla veladamente, pero que se entiende perfectamente, de su clandestinidad y exilio o, al final, cuando se explica muy resumidamente, pero con gran intensidad, la candidatura del paisaje del Priorat en la UNESCO. Este activismo ya comienza de muy joven, cuando la no omisión le lleva a un compromiso político y entrar en la clandestinidad. Lo que le llevará al exilio.
— Si has aterrizado o nacido en un sitio, con una gente, en unas circunstancias, con unos privilegios innegables, que te configuran como persona, esto debería implicar ser mínimamente responsable e intentar ser protagonista de tu propia vida y de la vida de tu comunidad. A mí me cuestan entender las actitudes pasivas, porque sencillamente es intentar ser protagonista de tu propia vida y de la vida compartida. Y no hay más misterio. Esto en unos momentos determinados puede implicar una serie de cosas y en otros puede implicar otras. Y hay grados, claro, hay niveles, hay todo lo que quieras, porque hay gente más atrevida y gente más discreta… y cada bestia es cada bestia.
— ¿Cómo le conforma la relación con el lugar la época en la que tiene que irse y no puede volver? Hoy el concepto de exiliado se ha hecho muy presente.
— Siempre tenemos las etiquetas que nos diferencian las cosas. Dicen que una cosa es un exiliado y otra cosa un emigrante. Las fronteras entre esto y aquello son puramente formales o convencionales. Para mí, quien está obligado a irse de un sitio, por las razones que sea (económicas o climáticas, que son las que ahora vendrán o ya vienen, o políticas), es un exiliado. Y esto que digo ahora, seguramente no lo habría dicho antes.
— ¿Por qué?
— Finalmente, todas las razones de irse no dejan de ser políticas, siempre son políticas. Por tanto, irte está bien, pero cuando estás obligado a ello es otra historia. Y revivir en cierto modo el lugar desde fuera, desde la distancia, por un lado, te enriquece esta mirada y te enriquece todo lo que dejas, pero, por otro, también te sesga, porque puede falsear el lugar. Recuerdo haber hablado con exiliados, con hijos de exiliados de la guerra civil (familia Tísner y Murià) y la visión que transmitía del país dejado, el exiliado de aquella época, que siempre tenía la maleta a punto, era la de un sitio precioso. Se generan distorsiones. Ahora, no es necesario haberse exiliado a la quinta puñeta para que te cambie la percepción del lugar. Marchar para estudiar, para trabajar, aunque sea a ciento cincuenta kilómetros del pueblo, ya genera un cambio de mirada.
— En esta idea del exilio y la clandestinidad y cómo conforma la mirada del lugar.
— El hecho de no poder volver es evidente que le añade un grado más. También te ayuda a relativizar cosas y cambiar las prioridades y la importancia que das según a qué elementos del conjunto, de todo. Valorar cosas que no valorabas y dejar de valorar otras. Sobre todo resituas mucho los diversos elementos que acaban conformando no sólo la mirada, sino la manera de vivir en ese lugar.
— Después vuelve y estudia filología y eso también se nota mucho, en el libro. Existe el gusto por las palabras, el gusto por decir exactamente lo que quiere decir. También este gusto por buscar un decir, un tono, y reivindicar una manera de decir propia del lugar. ¿Le ha costado encontrar ese tono?
— Pienso que es de las cosas que más me han hecho disfrutar más: el reto de ser muy precisa con esto. El esfuerzo que pueda haber ha sido muy placentero. Desde la elección totalmente consciente no de una variante dialectal, sino de mi idiolecto.
— El idiolecto.
— El idiolecto es la variante propia, casi personal. El idiolecto puede ser familiar, de esas cosas que sólo se dicen en tu familia, en tu entorno. Por tanto, el idiolecto está hecho de la parte del paisaje, de la parte del lugar que es la lengua, la lengua hablada, porque para mí la oralidad es muy importante, pero hay otras que vienen de unos otros lugares y otros momentos.
— Coger lo pequeño para hacer metáfora y llegar a la categoría es un recurso que utiliza a menudo, con elementos sobre todo de la infancia, de los abuelos, de cuando era pequeña.
— Sí, porque creo que eso sí que es una de las cosas que he aprendido sobre todo del trabajo de los últimos años, de la forma de mirar y de habitar un espacio concreto. La importancia de lo pequeño y de la constatación de esta multitud de cosas diversas que configuran un todo, y que el todo no se entiende sin ese tipo de mosaico de muchas cosas. Pienso que esto es también una cuestión de edad, de haber dado muchas idas y vueltas en otros ámbitos, no necesariamente físicos. Lo que dicen que cuando eres joven quieres cambiar el mundo, ¿no? Y el mundo es muy grande. Y después dicen que es el mundo que te cambia a ti. Para que esto no ocurra se trata de ir reduciendo el ámbito de acción para establecer una relación suficientemente directa, para que no ocurra en el ámbito de las elucubraciones teóricas y poco más. Las teorizaciones son necesarias y no pienso cargármelas, pero si no van vinculadas a algo concreto y arraigado, más de tener los pies en el suelo, no me acabo de sentir bien.
— Hay dos palabras, muy suyas, que aparecen muy a menudo. Una es ‘aspriva’ y la otra, ‘conlloga’.
— ‘Aspriva’, áspero, en el Priorat no quiere decir sólo algo áspero, significa algo solo, sin acompañamiento. También puede remitir a una esencialidad, si tú quieres, sin parafernalias ni faramallas. Esto en sentido figurado.
— ¿Y ‘conlloga’ (1)?
— ‘Conlloga’ es la base del convoy. En el apartado que hablo de ‘conlloga’, es un poco la base de la cooperación bien entendida. Tú solo y sin acompañamiento no puedes abarcarlo todo ni en pensamientos. Ni tú ni el otro. Y hacer ‘conlloga’ es, por ejemplo, que hoy, todos iremos a tu pieza a ayudarte a hacer algo que te toca hacer y mañana vendrán todos a hacer lo que me toca hacer a mí. Es un hábito muy sano en muchos sentidos, pero ahora seguramente sería penalizado por la justicia y por las inspecciones de los Mossos d’Esquadra.
— ¿Por qué lo dice?
— Porque si vas a trabajar a casa de otro, a ayudarle, y no tienes un contrato de trabajo, pues te van a meter una multa. A veces los Mossos se dedican a ir por las piezas a ver si hay alguien que trabaje sin tener papeles. Y la ‘conlloga’ es de esas tradiciones que se matan con la excesiva formalización de cosas desde ámbitos que nada tienen que ver con la realidad de los lugares. Y está en la base de una manera de entender la comunidad, que no hace grandes teorizaciones, pero en la realidad está ahí.
— Antes decía que ‘conlloga’ es la base del convoy. ¿Qué quiere decir con convoy?
— No me lo invento, pero sí que seguramente le añado significado propio: cuando vives en un lugar en el que falta de todo, falta la masa crítica de personas para sacar adelante proyectos, hacer convoy es un hecho de supervivencia. Aunque siempre, en todas las circunstancias, necesitamos hacer convoy. El convoy es hijo de la ‘conlloga’. Es una forma de ir por el mundo y para mí es la única que tiene sentido. Hacer convoy, buscar cómplices para los proyectos y cometidos, más allá de una consideración interesada, es lo más agradecido del mundo.
(1) Puede tener alguna relación con nuestro ‘auzolana’
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