Una lucha contra y entre vascos: la guerra civil en la literatura vasca

En 2019, la exhumación de los restos de Francisco Franco, ocho décadas después de su victoria sobre la España republicana, dominó la cobertura de la sociedad y cultura españolas en la prensa internacional. Esa exhumación y la polémica en torno a ella se vieron como símbolos de la falta de resolución de la guerra civil, la dictadura que la siguió y la transición a la democracia. La cruz monumental del Valle de los Caídos, donde ya no yacen los restos de Franco, recuerda el pasado bélico y cataliza los debates sobre qué se debe hacer con su legado. A su vez, en otras geografías de la península ibérica alejadas de su centro, son otros los puntos de referencia que sirven estas funciones. El Monumento a los Caídos de Iruña, aunque ya no contenga los restos de Mola o Sanjurjo, o la cruz de Olarizu sobre la ciudad de Gasteiz forman parte de geografías cotidianas que recuerden la matanza del 36. El debate sobre estos símbolos puede hastiar, pero no da señales de cesar.

Aparte de los monumentos, otras practicas culturales actúan como lo que el historiador francés Pierre Nora denomina lugares de memoria, que cristalizan recuerdos vividos en interpretaciones simbólicas. Tal es el caso de la literatura, que responde tanto a problemas universales como a los de entidades particulares, llámense comunidades, culturas, pueblos o naciones. La guerra no ha dejado de ser tema frecuente en la literatura ibérica, aunque la ola de memoria de los finales de 90 y la siguiente década dé señales de haber superado su cresta. Si el Monumento a los Caídos no invoca las mismas memorias que el Valle de los Caídos, tampoco la nutrida literatura vasca sobre la guerra civil habla de la misma guerra o sobre los mismos debates. Si Solados de Salamina (Javier Cercas, 2001), por ejemplo, cuenta la historia de España como una trágica lucha entre derecha e izquierda, una obra como Gudari zaharraren gerra galdua/La guerra perdida del viejo gudari (Ramon Saizarbitoria, 2000) muestra una herencia confusa, ya que izquierdistas y derechista apoyan la república y los vascos luchan en ambos bandos.

Entiendo por literatura vasca aquella escrita en euskara y en otros idiomas (con más frecuencia en castellano) por autores que se identifican como vascos y que representan la realidad vasca o asuntos ligados a su identidad. La interpretación en prosa del conflicto en el contexto vasco empezó de inmediato en obras como la novela por entregas Loretxo (Txomin Arruti,1937) y la crónica del lehendakari José Antonio Aguirre en De Guernica a Nueva York pasando por Berlín (1942). Las seguirían Ekaitzpean (Bajo la tormenta, 1948), del exiliado militante del Partido Nacionalista Vasco Jose Eizaguirre. Otras representaciones, como el diario de guerra El abrazo de lo muertos (1970) del exrequeté José de Arteche, que había militado en el PNV, tendrían que esperar hasta tiempos más propicios para publicarse dentro de la España franquista. Más allá de los escritores menos conocidos recogidos en trabajos de investigadores como Kortazar o Mari Jose Olaziregi, en las últimas décadas, los autores más leídos de la literatura vasca han dedicado novelas o partes de sus novelas a la guerra civil. Véanse, como ejemplos, Euzkadi merezi zuten (Merecieron un país llamado Euskadi, 1985) de Koldo Izagirre, Behi euskaldun baten memoriak (Memorias de una vaca, 1991) y Soinujolearen semea (El hijo del acordeonista, 2003) de Bernardo Atxaga, Gorde nazazu lurpean (Guárdame bajo tierra, 2000) y Lili eta biok (La educación de Lili, 2015) de Saizarbitoria, la trilogía de Ramiro Pinilla Verdes valles, colinas rojas (2004-2005) y Elkarrekin esnatzeko ordua (La hora de despertarnos juntos, 2016) de Kirmen Uribe.

Euzkadi merezi zuten (Merecieron un país llamado Euskadi),
Koldo Izagirre, 1985.

Igual que sus puntos de vista ideológicos, los enfoques literarios de los novelistas vascos son diversos, desde la serie de flasbacks que conectan un crimen de guerra en la Ribera de Navarra a las secuelas de la muerte de un etarra donostiarra en Antzararen Bidea (El camino de la oca, 2008) de Jokin Muñoz, hasta la reconstrucción fragmentaria, documentalista y oral del pasado de Ondarroa, pasando por la guerra, en Bilbao-New York-Bilbao (2009) de Kirmen Uribe. Lo que tienen en común en los casos más enriquecedores es el esfuerzo de abarcar el difícil dilema de representar una guerra de naturaleza dual: una guerra nacional para Euskadi y también en palabras de Kirmen Uribe y de otros “una guerra entre vascos”.

Como han recogido historiadores como Juan Pablo Fusi, la guerra en el País Vasco siguió pautas particulares al no limitarse a una guerra entre la izquierda y la derecha. Si los partidos de obreros se organizaron para tratar de sofocar el golpe militar, el posicionamiento del PNV, que lideró el gobierno vasco durante la guerra, fue único. Su ideología conservadora y confesional lo alineaba con el bando nacional mientras que su raison d’être, conseguir la autonomía en contra del centralismo derechista español, lo hizo optar tras alguna vacilación por la República. Por otro lado, los carlistas, sobre todo navarros, formarían la única fuerza realmente popular y voluntaria a favor del bando nacional, y jugarían un papel importante en la sublevación en Navarra y en la conquista de Gipuzkoa y Bizkaia.

Las circunstancias inusuales se ven retratadas en la literatura vasca sobre la guerra. Peneuvistas como Aguirre tratarían de definirse como los verdaderos herederos del carlismo, católicos y demócratas de tradición antigua, por encima de los requetés. José de Arteche, en su diario de guerra y llamada a la paz, a pesar de haberse alistado en el requeté, señala la hipocresía del belicismo del bando que dice actuar a favor del cristianismo y crítica su represión de la lengua vasca. Las novelas más recientes, como Gerezi denbora /Tiempo de cerezas, de Inazio Mujika Iraola (1999), incluyen luchas violentas entre facciones republicanas y, a su vez, esfuerzos por rescatar enemigos del otro bando de las represalias.

Gudari zaharraren gerra galdua (La guerra perdida del viejo gudari)
Ramon Saizarbitoria, 2000.

Ramon Saizarbitoria tal vez sea al escritor vasco de primera fila que más haya explorado el legado de la guerra dentro de la sociedad vasca actual. Su penúltima novela, La educación de Lili, utiliza algunos de los motivos más comunes del boom de memoria histórica: un investigador/autor, nieto de un veterano, trata de descubrir los datos de un crimen olvidado. Sin embargo, la novela evita el maniqueísmo: el crimen trata del supuesto asesinato de un falangista navarro carismático y simpatizante con el idioma y cultura vascos y con los habitantes del pueblo donde está desplegado. Al final, nada en la novela es lo que parece; ni el linaje de una de los protagonistas, ni el heroísmo del abuelo peneuvista del narrador, ni la perfección del falangista navarro, ni la vileza de su supuesto asesino también falangista. El heroísmo y villanía no existen en la novela de forma pura.

Si es evidente que la guerra civil española no se presta a la simplificación, se puede encajar en esquemas reduccionistas aún menos en el contexto vasco. Sí algunas de las causas de la guerra, como la democracia versus el autoritarismo y el laicismo versus la confesionalidad, han quedado resueltas, otra, la naturaleza de España como estado plurinacional, evidentemente no. La literatura vasca sobre la guerra civil no ofrece soluciones claras a esta cuestión, sino que arroja luz sobre las contradicciones y dudas sin resolver del pasado.

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