Aunque todos sus personajes han tenido historias atribuladas y personalidades ciclotímicas, ninguno resulta tan complejo y desquiciante como el mismo Jerome David Salinger, cuya biografía fue tan literaria que rebasó cualquiera de las vidas ficticias que creó.
Neoyorquino de ascendencia judía lituana, con casa en Park Avenue de Manhattan, fracasó en los estudios, viajó por una Europa cada vez más oscura, tuvo el primer amor con una chica judía de Viena, que después moriría en un campo de exterminio (y a la que él honraría en el relato A girl I knew), tuvo de amante a la hija de Eugene O’Neill, antes de que se casara con Chaplin y, en abril de 1942, se alistó en el ejército norteamericano. A partir de aquí, su vocación literaria corrió paralela a una vida real que parecía de ficción: agente de inteligencia del Estado Mayor, presente en la catástrofe de la operación Tigre (donde murieron 700 soldados ingleses), desembarco en Normandía, entrada en París, con las primeras tropas de liberación, amigo de Hemingway, participante en la batalla de las Ardenas, liberador del campo de Dachau y finalmente, lanzado a una fama planetaria por la publicación de su única novela, El guardián entre el centeno.
Por el camino, muchas amantes pasajeras, a menudo muy jóvenes, un rechazo a la fama sobrevenida que le agobiaba, una tendencia al aislamiento, que se iría acentuando hasta el delirio, y los últimos treinta años de vida, refugiado en un exilio interior, cada vez más feroz, hasta el punto de que llegó a luchar judicialmente para que no se publicara una biografía suya. Huido del mundo, dedicado a escribir relatos que no publicaría, sólo conseguía calmarse con el budismo zen que había abrazado con deleite. Diez años antes de morir, la hija publicó El guardián de los sueños, una especie de confesiones terribles en las que aseguraba que Salinger se bebía la orina, sufría glosolalia y barboteaba palabras indescifrables, y tenía a la mujer en una reclusión tiránica, sin casi permitirle salir a la calle. No es extraño que, más allá de su obra, él mismo se convirtiera en personaje de ficción, como el protagonizado por Kevin Costner en Campos de sueños, o Descubriendo a Forrester, en la piel de Sean Connery y, sobre todo, Rebelde entre el centeno, interpretada por Kevin Spacey y basada en su vida.
De esta mente retorcida y compleja salió, el año 1951, la novela El guardián entre el centeno, que ha vendido más de sesenta millones de ejemplares, está considerada entre las mejores de la literatura universal y se ha convertido en un mito literario que fascina a millones de personas. Un libro tan icónico, que incluso ha sido cabecera de asesinos famosos, como el que intentó matar a Reagan, y que estaba obsesionado por el libro, o Mark David Chapman, el asesino de Lennon, que esperó a la policía mientras acababa la lectura del último capítulo de la novela y aseguraba que él era Holden. Había escrito en el ejemplar del libro: “Para Holden Caulfield. De Holden Caulfield. Esta es mi declaración”. El actor Mel Gibson interpretó a un policía, en la película Conspiración, que perseguía a un asesino que seguía las indicaciones del libro.
¿De dónde nace el éxito de El guardián entre el centeno y qué pasa? En realidad, no pasa nada: un adolescente, en plena hormonación sexual, mal estudiante, inadaptado y gilipollas, que odia a todo el mundo (a excepción de sus hermanos), y que narra, en primera persona, un viaje iniciático hacia ningún lugar. La clave del éxito no está en la historia, sin duda anodina, ni siquiera en el lenguaje vulgar y ofensivo (que escandalizó en el momento de la publicación y que aún hace del libro uno de los más prohibidos en los colleges de todo el mundo), sino en la narración de un adolescente, en voz propia, que consigue ser la metáfora más precisa que se ha escrito sobre la adolescencia. Todos sabemos, en propia piel, lo que piensa y sufre Holden mientras anda por este tráfico tumultuoso de la vida, y de ahí que el libro sea tan magnético, sobre todo si se lee a la misma edad que la del personaje. Salinger, además, consigue diseccionar las tribulaciones adolescentes con la precisión del cirujano, de ahí que, a pesar de los profundos cambios sociales, el libro siga fascinando generación tras generación. Al fin y al cabo, entre aquel adolescente que se refugia en un hostal de mala muerte para pagar prostitutas a cinco dólares y los actuales, capaces de hacer horas de cola delante de la tienda de Apple, hay un abismo enorme, pero el libro lo supera sin problemas, porque no habla de las modas exteriores de los adolescentes, sino de las angustias interiores. “Eso es lo peor de estar deprimido. Que no puedes ni pensar”, dice Holden al unísono que millones de adolescentes que se han sentido, se sienten y se sentirán como él mismo. Salinger no creó un personaje, sino un arquetipo como la Lolita de Nabokov o la Colometa de Rodoreda o el Hamlet de Shakespeare, y por eso mismo es universal. Esta es la clave del éxito: que la historia pasa sin pena ni gloria, pero el personaje se queda para siempre en nuestra retina.
LA VANGUARDIA