La toallita húmeda como síntoma

En un mundo atascado, donde hay atascos de tráfico y colas en todas partes, los atascos de toallitas húmedas tiradas a los inodoros cuestan a Europa mil millones de euros al año. La cifra es tan sospechosamente redonda que hace pensar que el que la ha calculado no se ha esforzado mucho, pero es verosímil.

Junto a la rotonda -que simboliza la idea de ir dando vueltas a todos los temas sin resolver ninguno- la toallita húmeda es otro signo de los tiempos. Una metáfora de cómo arreglamos las cosas, de forma rápida y superficial. Y suave, que no haga daño. Hay que reconocer que de mi infancia con papel del Elefante, que era poco agradable, a ver niños que disponen de la suavidad húmeda de la toallita, habiendo pasado por el papel de dos capas que hacía las delicias del perrito de Scottex, hay un abismo.

El problema es que la toallita húmeda, por mucho que presuma de que se autodestruye, no lo hace inmediatamente. Nos parece -y este es otro signo de los tiempos- que si lo tiramos, tiramos de la cadena y tapamos enseguida para no verla, desaparecerá por arte de magia. Y no. El mundo subterráneo es poco mágico, está lleno de rincones y tuberías donde esos trastos se encallan y colapsan el sistema. Nos parece que nos podemos deshacer el pasado, pero siempre nos persigue.

La cultura del usar y tirar se llamaba kleenex, en honor del pañuelo de papel más famoso, pero ahora es aún peor, porque lo que tiramos se encarga de recordarnos que quizás somos lo que pensamos, y seguro que somos el que comemos, y precisamente por eso somos lo que evacuamos, y cómo lo evacuamos. Y cómo contaminamos es una prueba evidente de que lo nuestro es una huida hacia delante tan fantasiosa y tan aparentemente suave como la toallita que nos ha prometido que desaparecerá para siempre y se convierte en una pesadilla.

ARA