Hace tiempo que Europa, de manera insistente, nos señala el único camino posible para ser reconocidos con voz propia: tener un estado propio. La última vez ha sido esta semana, cuando el Parlamento de Estrasburgo ha aprobado una normativa que permite al gobierno español forzar el etiquetado en español de los productos que lo hacen sólo en catalán debido a que no es lengua oficial en Europa. Hay quien lo ha querido ver como un agravio de la Eurocámara contra el catalán, pero no: es de sentido común que Europa tiene otro trabajo que poner el dedo en el ojo de una lengua milenaria y viva como la nuestra, la decimotercera más hablada en los 27 estados de la Unión Europea. Los diputados catalanes de Cataluña, incluidos algunos del PSC y el PP -¡oh, milagro!-, han corrido a presentar una enmienda para evitarlo, pero les ha salido salado: en enero de 2008, cuando se había empezado a discutir, nadie prestó atención (o sí, y no dijo nada). Tres años y medio después -en Europa, algún día, tendrán que acabar haciendo una ley ómnibus para acelerar los procesos legislativos-, sólo Ramon Tremosa ha votado en contra, Junqueras ha abstenido y el resto -Badía, Romeva, Fisas y Obiols- votaron a favor porque se ve que las virtudes generales de la nueva norma han pesado más que esta “minucia” de poner en riesgo el etiquetado sólo en catalán. Por si a alguien se le ha pasado por alto, vale la pena conocer la reacción sarcástica de Aleix Vidal-Quadras, que ha señalado “el ridículo” que ha hecho la “tropa tribal” que ha querido presentar la enmienda inútilmente, a la que también ha escarnecido como “comando identitario catalán en Bruselas”.
Como he dicho, estoy absolutamente seguro de que Europa no tiene nada contra el catalán. Pero la Unión Europea lo tiene todo a favor de los estados que forman parte. Es por eso que cuando piensa en los derechos de un ciudadano no puede ni quiere desligarlo de las prerrogativas soberanas del estado al que pertenece. Y si España no quiere hacer del catalán lengua oficial en Europa, por coherencia con el hecho de que no sea oficial en toda España, la Unión Europea lo respeta escrupulosamente. Tiene razón Vidal-Quadras: la Unión Europea es un club de “tropas estatales” -no tribales- dispuestas a actuar como “comandos identitarios nacionales en Bruselas”. Y si para España la nación sólo es una y la lengua de conocimiento obligado también, pues el comando vigila atentamente para que no sean dos o más.
Hace un tiempo, un alto cargo europeo me hacía ver una evidencia: la Unión Europea sólo se salvará si sirve a los intereses de los estados que forman parte, no si los debilita. La Unión Europea, pues, no se propone crear un suprapoder que diluya progresivamente la soberanía de los estados. Todo lo contrario, los estados ceden soberanía -no regalan- a Europa para conservar, acomodar y, en lo posible, reforzar su poder estatal en un marco global más competitivo. Por eso, ideas como la de la Europa de los Pueblos son pura poesía romántica junto a la áspera prosa legislativa de la Eurocámara. Y los atajos inventados para saltarse los Estados han acabado en nada. ¿Quién recuerda a estas alturas esa Asamblea de las Regiones Europeas que había presidido Jordi Pujol a principios de los años 90?
Volvamos, pues, al fondo de la cuestión. La Unión Europea siempre ha gozado de una magnífica mala salud de hierro y, se diga lo que se quiera, tiene el futuro absolutamente garantizado porque es una póliza de seguros para los estados que forman parte. Pero, eso sí, en la Unión Europea, quien no es estado, es “tribu”. De modo que da igual que el catalán tenga muchos hablantes, que sea una lengua de cultura o que tenga un papel decisivo en la garantía de la convivencia. Todo eso ya lo saben. Ahora bien: el maltés, con poco más de 300.000 hablantes, es lengua oficial en Europa, y Vidal-Quadras nunca dirá de los malteses que son una tribu, porque tienen Estado. Es por eso que perdemos el tiempo reclamando un reconocimiento que Europa no puede dar aunque quiera. El combate por el catalán en Europa sólo tendría valor como piedra de escándalo para los españoles si España se avergonzara del trato que nos da. Pero España quiere ser lo que es, y hace lo imposible para hacer desaparecer el catalán del País Valenciano, de las Islas Baleares y, más discretamente pero sin aflojar, de Cataluña.
Así pues, todos los que nos sentimos herederos de la larga tradición europeísta de Cataluña, todos los que seguimos creyendo en la contribución decisiva de la Unión Europea a la paz del mundo y al bienestar y al progreso de sus ciudadanos, todos los que pensamos que no hay salvación fuera de Europa, sabemos cuál es el camino que ella misma nos marca para el reconocimiento mutuo: sólo seremos verdaderamente europeos el día en que nos hayamos ganado la independencia.