El santuario de Santa María de Uxue guarda cerca de su altar una pequeña hornacina protegida con una reja que encierra el corazón momificado del rey Carlos II de Navarra, al que se ha conocido como “El Malo”. El monarca fue un hombre de carácter, conspiró hasta la saciedad para hacerse con la corona francesa a la que aspiraba, no dudó en ahorcar del puente de Miluze de Iruña a los paisanos que le plantaron cara y tuvo una muerte horrible, consumido por la peste y, según algunos, abrasado en su propia cama en un incendio que le convirtió en una antorcha humana. Quiso que su corazón durmiera la paz eterna en Uxue y, a pesar de las obras que ahora cierran el templo, así lo ha hecho durante los últimos 600 años.
La forma en que falleció el padre de Carlos III “el Noble”, que heredó una notable fortuna gracias a la renuncia navarra a las pretensiones y territorios galos de “El Malo”, no está de todo clara. Distintos historiadores han discrepado sobre el modo, aunque todos coinciden en las calamidades que padeció en sus últimas horas.
El periódico El Eco de Navarra recogió en junio de 1886 distintas teorías, a cuál más cruenta. Pedro Madrazo, por ejemplo, señaló que a finales de diciembre de 1386, el rey se hallaba enfermo en su lecho del palacio del obispado de Pamplona.
Según el médico Pisciña, Carlos padecía lepra. Para aliviar su sufrimiento le aplicaron unos baños de azufre. En ese momento, según esta versión, “se encendió con una vela el pabellón de la cama, las llamas envolvieron a D. Carlos y de resultas de las quemaduras falleció al tercer día, cuando hacía veintidós que guardaba lecho”. La muerte sobrevino el día 1 de enero del nuevo año de 1386.
Otra interpretación, la de Dupleix, mantiene que los médicos del monarca determinaron “meterle entre sábanas empapadas en aguardiente y que al que cosía las sábanas se le ocurrió cortar el hilo con una bujía, con lo que prendió fuego al lienzo y a la cama” y el rey pereció abrasado. El mismo historiados da otra versión y dice que el fuego que consumió a Carlos II no salió de la llama que llevaba el sirviente, sino de “una chispa del calentador”.
Javín, otro estudioso, no da crédito al trágico final de “El Malo”, sobre nombre con el que se conocía al monarca allende sus tierras, y añade que dejó de existir a causa del galopante avance de la lepra, “por habérsele caído la carne a pedazos”.
El guipuzcoano Esteban de Garibay cuestiona que el soberano falleciera consumido como un fósforo al suponer que “estaría bien cuidado”, mientras que Alesón sólo manifiesta que dejó este mundo “bien ordenado de sus sacramentos”.
Sea como fuere, el día 2 de enero comenzó a preparase la sepultura en la hoy catedral de Iruña. En el palacio real un judío llamado Samuel “lo abre en canal y le extrae el corazón” destinado a Santa María de Uxue y “las entrañas para mandarlas a Santa María de Roncesvalles”, según estipulaba el testamento real. El médico hebreo hizo “la disección con el adobo” y metió las vísceras en sendos recipientes sellados con estaño. A continuación embalsamó el cuerpo y roció el cadáver con agua de rosas.
En el palacio, sobre la cama, depositaron dos ataúdes. Uno contenía el cuerpo del soberano y en el otro había dos “picheles” con el corazón y sus entrañas. En ese mismo momento, según describe la crónica, comenzaron a doblar las campanas que siguieron “oyéndose durante quince días con sus noches”.
En Pamplona, Roncesvalles y Uxue prepararon las exequias fúnebres para las que construyeron catafalcos y escaños decorados con la heráldica navarra. Fabricaron 700 escudos y utilizaron 3.200 hojas de oro y 660 de plata para adornar los templos. El recipiente con las entrañas del rey, cuyo paradero hoy se desconoce, llegó a Orreaga el 18 de enero, mientras el corazón viajó hasta Uxue, donde todavía hoy se guarda.
El año 1886, con motivo del milenario de la Virgen morenica, se exhibió el cofre que contenía el corazón. Según la crónica escrita por el cura sanmartinejo Eustaquio Jaso, “este cofre cuadrado tiene 26 centímetros de lado y lo forman gruesas y toscas tablas pintadas. En su frente y en la cara opuesta destaca sobre fondo negro un corazón rojo entre dos pequeños escudos con las arnas de Navarra. Los costados, rojos también, lucen las cadenas heráldicas de color amarillo”.
En la tapa de la arqueta había escrita en letra gótica una leyenda que decía que contenía el corazón del rey. En la parte interior apareció la frase “reparóse, año 1571”. A finales del siglo XIX, el cofre fue supervisado por Iturralde y Suit y Aniceto Lagarde, miembros de la Comisión de Monumentos de Navarra, antecesora de la Institución Príncipe de Viana. El recipiente tenía entonces dos cajitas, “una de ellas esférica, de plomo y partida, está hoy vacía; es la primitiva”.
La otra caja, rectangular, “de latón y tapa soldada de cristal encierra dos pequeñas esponjas, un paño blanco y sobre él un objeto de un rojo negruzco, con muchas cristalizaciones azuladas adheridas a su superficie, desecado y rugoso, que es corazón de D. Carlos II de Navarra”, describieron los observadores de todo cuanto quedaba del rey que quiso dejar en la montaña de Uxue un gesto del último latir.