Mis últimos días en Balcarce y en la cercana Mar del Plata fueron relajados, como impregnados del sosiego de esta Pampa invernal adormecida. He de confesar que abandonar el casco urbano de una ciudad argentina me causaba un cierto temor. Hay mucho chabolismo, demasiada mugre e incertidumbre, excesivos rostros amargos en los suburbios. Gente que espera, sin saber definir sus anhelos. He visto una Argentina postergada, resignada, “quedada”, con el corazón quemado por la corrupción que les gobierna. Quizás espera la voz de algún San Martín que les impulse a sublevarse hasta tomar la Casa Rosada.
El golpismo es un estigma endémico en América latina. De alguna forma se presume que sigue latente y marca inevitablemente los parámetros en los procesos económicos. Los golpistas están al servicio de la oligarquía, unas pocas familias “criollas” -los argentinos las conocen requetebién y las recitan como si se tratara de los jugadores del Boca-. Cuentan con el apoyo y la connivencia de USA y con el asesoramiento de la Escuela de las Américas (hoy “Instituto de cooperación para la seguridad Hemisférica”), la institución, como es bien sabido, más tétrica de torturadores, violadores, genocidas y desestabilizadores del continente americano. En este magma inmoral se han movido los Galtieri, el “homus horribilis” Menen, Videla, los De la Rúa, Duhaldes…
Estos truhanes son los responsables directos de, entre muchas otras, las siguientes gestas: fuga de “la plata”, con la descapitalización brutal, y la venta del país al imperialismo. Como consecuencia, la pobreza afecta al 40% de unos 37 millones de habitantes, pues incluso “la reactivación” se concentra en sectores exportadores que, según el economista Pedro Lozano, apenas genera empleos. El crecimiento económico no se redistribuye. La brecha entre ricos y pobres se hace cada vez más profunda. Al parecer -la andadura de Kirchner está por ver, aunque no parece suscitar grandes esperanzas-, falta una política orientada a crear más empleo y aumento de ingresos por la vía de salarios, jubilaciones y subsidios de desempleo. La economía argentina padece una incapacidad crónica de generar divisas; una profunda dependencia del imperialismo, y el grave peso retardatario de la gran propiedad del campo. Las empresas mineras y petroleras, a las que Duhalde otorgó el privilegio de no ingresar al país hasta el 75% del valor de sus exportaciones, siguen reteniendo sus fondos en el extranjero.
Son algunos apuntes. No soy quién para estructurar científicamente semejante berenjenal, semejante “quilombo”, que diría mi amigo Walter Negri.
Pero lo que aguijonea mis sentimientos, más que el entendimiento, es la triste realidad del argentino, sea mendocino, marplatense o porteño. Todos coinciden en el mismo diagnóstico: la corrupción está instalada en la política; los parlamentos no funcionan, son ornamentales, mesnadas de pesebreros; todo lo organizan los mismos sinvergüenzas de siempre. Nunca se han ido, y los “milicos”, las fuerzas del orden y los jueces, están a su servicio.
Y sin embargo, Argentina acoge. Se resigna y no es un pueblo triste; sufre escasez y comparte contigo sus menguados bienes. Es un pueblo vivo, solidario y muy desasistido. Pero amable, generoso. Yo, al menos, así lo percibo.
-Debéis instalar un cartel encima de vuestra casa que rece así: “consulado Basco” -bromeaba con mi amigo Juan Walter-.
No es una simple ocurrencia. Y vayan estas líneas como homenaje a esta entrañable gente, ya nuestra gente, a Graciela, la etxekoandre, a la inteligencia y afabilidad de Vanesa y Romina; a Luly, la pequeña sorgiña. Han acogido en su hogar de Balcarce a todos los jóvenes bascos que últimamente, becados por la universidad pública de Nabarra, han pasado por la Universidad de Mar del Plata para acabar sus tesis de ingeniería. Y su desinterés, lo he podido comprobar, es inacabable, bastante más que la verde extensión de la Pampa.
Es un ejemplo. Pero es así el argentino medio, como lo es el boliviano o el uruguayo, y en general, con ciertas matizaciones, el latinoamericano. Que ahí está, postergado y esperando, que grita al cielo pero se resigna y reza, que maldice al político corrupto y le vota, que habla de revolución y se carga de temores. Pero tiene una cosa bien clara. Sabe que, aunque las cosas estén tan enmarañadas, sean tan “truchas”, indefectiblemente la coyuntura cambiará y un día será propicia; y habrá que estar agazapado para salir y reventar las calles hasta arrojar la corrupción a la Ría del Plata.
Euskalherria envió a muchos de sus hijos a Argentina. Calles, plazas, avenidas, empresas, surgen por doquier con apellidos y topónimos bascos. Como poco les debemos apoyo y solidaridad, y nuestro agradecimiento. Algo que Europa les está negando, como si se llevara a cabo una nueva conquista, siempre connivente, cuando no confabulada, y siempre comprensiva con los depredadores y malversadores del patrimonio latinoamericano.
Por supuesto, no es un conchabeo gratuito cuando el logotipo de telefónica aparece como las ortigas, en el último rincón del último pueblucho, o en Santiago de Chile, arrogante y esbelta, confundiéndose con el “smog” y las nieves andinas. O el BBVA; o Repsol; o Iberia; y tantas otras firmas, inglesas, francesas, yanquis… Ahora también chinas.
Pero ahí está mi esperanza en las gentes, y en los pobres de América latina, antes que en esta Europa explotadora, insolidaria y caduca, soñando con la palabra de Allende: “Mucho mas temprano que tarde,/ de nuevo se abrirán las grandes alamedas/ por donde pase el hombre libre/ para construir una ciudad mejor.