«Un día del otoño de 1943 un libro cayó en nuestras mesas […]. Hubo un momento de estupor, después una lenta rumia. La obra era masiva, hirsuta, desbordante […], llena de sutilezas exquisitas, enciclopédica […], atravesada de cabo a rabo por una intuición de una simplicidad diamantina […]. No cabía la menor duda; un sistema nos había sido entregado» (Michel Tournier)
«Qué emoción… no recuerdo nada semejante desde que descubrí a Keats y Shelley y Colleridge cuando era muy joven» (Iris Murdoch)
Tal vez, y sin tal vez, la obra filosóficamente más consistente, y significativa, de la poliédrica y prolífica producción de Jean-Paul Sartre, apareció en junio de 1943.
Sin lugar a dudas, L´être et le néant (1) es la obra de Jean-Paul Sartre (1905-1980) más significativa y potente dentro de su producción filosófica fue la que se publicó en 1943 hace ahora pues setenta y cinco años. Luego vendría el viraje marxista, vertido en su Crítique de la raison dialéctique (1960), tratando de escapar del individualismo inicial, viraje que fue acompañado de su imagen más pública, mediática y mediatizada, como compañero de viaje y como tal defensor de posturas realmente indefendibles en el terreno de lo político; sus vaivenes fueron lo que llevó a alguno a afirmar que si uno quería equivocarse no tenía más que seguir al compañero de Simone de Beauvoir.
Antes ya habían aparecido algunas obras suyas: la novela La nausea, una recopilación de nouvelles, El muro, un drama sobre la libertad, Bariona, una tragedia de la libertad titulada Las moscas, y lo que ya se respiraba en estas obras, el ansia de libertad, se ve plasmado en el terreno filosófico.
La obra es muestra de la fenomenología existencial y también la propuesta de un psicoanálisis existencial, camino aplaudido por el mismo martillo de Freud y crítico cerval de Sartre, siempre puesto en liza en relación a Albert Camus; me refiero obviamente a Michel Onfray (2). Parte en su travesía, cuyo propósito queda ya expuesto desde el subtítulo: Ensayo de ontología fenomenológica, subrayando la centralidad del ser, mas obviamente , aprehendida desde la óptica del hombre; larga travesía de casi ochocientas páginas. Y si el otro se preguntaba por qué el ser y no la nada, el filósofo francés toma posición, ante los dos polos, del lado del hombre como nada, que baña la insuficiencia de la conciencia, proyectándose en las cosas. Partiendo de algunos conceptos tomados de Husserl, Heidegger, Sartre desarrolla su posición, que no consiste en buscar justificación alguna al hombre, ya que éste es su existir (eksistir = situarse fuera ) frente a los objetos. La conciencia es nada y neantización (podría vertirse con otro neologismo, más cercano al castellano, como nadificación o nihilización) del mundo; esta capacidad de convertir en nada lo real desvela la libertad de conciencia: yo soy lo que hago y nada más, como el camarero que cada mañana vuelve a elegir lo que es y hace. La multiplicidad de reflexiones acompañadas de ejemplos tomados de la vida de todos los días, no sirvieron para que la obra alcanzase, de primeras, notoriedad a no ser en algunos reducidos y selectos círculos; tampoco tuvo problemas con la censura aquella encendida proclama a favor de la libertad en aquellos tiempos de kolaboración, cosa que no sucedió con la publicación y puesta en escena de Las moscas, que venía a exponer los mismos principios (el infierno son los otros, se leía en la obra), que provocó un sonado escándalo, pero es que seguramente en el caso del texto filosófico del que hablamos el volumen de la obra y su propio título les hizo desistir de leerlo. Más notoriedad tenía, por entonces, el personaje que respondía al nombre de Jean-Paul Sartre, por sus clases de filosofía en el liceo Condorcet, que hacían flipar a sus alumnos, y provocaban cierto malestar entre padres, colegas (muy en especial, inspectores) por el modo de actuar del singular profesor que no se conformaba con explicar las tres H (Hegel, Husserl y Heidegger), sino que disertaba sobre literatura, música y cine americanos, y no se privaba de iniciar a sus alumnos en las tertulias de los cafés cercanos, y en otras iniciaciones peor vistas.
Si en la cita inicial del autor de Viernes o los limbos del Pacífico, éste habla de “sistema”, la referencia tiene su parte de razón ya que el libro fue tomado como biblia del existencialismo, al mismo tiempo que la calificación resulta harto discutible ya que la existencia resulta absolutamente irreductible a los conceptos y , en consecuencia, a cualquier sistema, y así nos es extraño que se haya incluido a Sartre en la sena del filosofar propio de los Pascal o Kierkegaard, como pensadores guiados por un espíritu anti-conceptual y asistemático; y no podía ser de otra forma en la medida en que la existencia está caracterizada por el absurdo y por la contingencia. Ahí es en donde la única salida del hombre es considerarse a sí mismo como el que otorga sentido y significación a lo que observa, consintiendo en la libertad por medio de la que postula proyectos que orienten el modo de percibir, en su estado de ser arrojado a la acción. Destacan como ideas-base de su peregrinar la existencia que precede a la esencia, y ese ser del hombre que es una nada, una pasión inútil dirá, ha de hallar su sentido, pues «el hombre es tal como él se quiere, el hombre no es nada más que lo que hace. Tal es el principio primero del existencialismo».
Se sitúa así el filósofo lejos de cualquier concepción anquilosada de una naturaleza humana inamovible, lo que hace –o al menos intenta hacer- que el humanismo propuesto no sea una término pomposo, pero hueco sino que responderá a la actuación de los distintos humanos la definición que de ellos se pueda hacer. Esta indefinición radical de partida, sumerge a los humanos en el vértigo y la angustia, como en las más logradas tragedias. Mas esta nada sirve como impulso para tratar de salir de ella, pues se da una tendencia a la plenitud… como señalase Spinoza todo ser tiende a permanecer en su ser, mas en el caso del que hablamos se marca la plenitud al actuar, ya que en éste se puede optar por ir hacia uno u otro lado, en ese estado de condenados a ser libres, en el que nos hallamos los humanos. Mas esta libertad está ligada a la angustia y el intento de huir de ella es el remedio posible. Y en este esfuerzo por constituirse a sí mismo, sucede que se intente pasar como otro delante de los demás, en un proceso de reificación que es lo que Sartre va a calificar de mala fe; de donde se deriva a nociones como apariencia, autenticidad, y el verdadero ser del aparecer a que se enfrenta todo fenomenólogo.
Aún los sectores más críticos, habituados por aquellos años a la escuela de Henri Bergson, admitieron el carácter innovador de la obra , y el salto que suponía en la medida en que se daba lugar al cuerpo y a la existencia que suponía una renovación de nuestra experiencia a la hora de adaptarse al pensamiento y a la vida. Igualmente no puede ignorarse el mérito que supuso la obra a la hora de hacer penetrar en el mundo filosófico hexagonal la fenomenología implantada en el mundo germánico; aunque no esté de más añadir que su papel no fue el de mero introductor, a no ser en lo temático, del arsenal husserliano, como quedaba netamente claro en su concepción de la intencionalidad, concepto clave en la filosofía del autor de Ideas directrices para una fenomenología y una filosofía fenomenológica puras. La intencionalidad interpretada, y renovada, por Sartre, subraya la exterioridad del mundo en relación a lo que ella que no es más que apertura sobre él; « decir que la conciencia es conciencia de alguna cosa, es decir que ella debe producir como revelación revelada de un ser que no es ella y que se presenta como existente desde el momento en que se revela». Desde la apariencia al ser, y así la conciencia es un ser cuya existencia otorga la esencia, y a la inversa , ella es conciencia de un ser cuya esencia implica la existencia, de modo que su apariencia reclama el ser. El ser está por todas partes.
Señalaba Jean Hyppolite, analizando la obra sartreana, que «entre el mundo y la conciencia no hay nada, mas esta nada no se puede atravesar, y enuncia la separación más radical que pueda darse». Este punto es clave en la filosofía de la libertad de Sartre: todo está afuera, hasta nosotros mismos, cosa entre las cosas, hombres entre los hombres, tema que ya había analizado en su obra anterior La Trascendencia del Ego, y en esa posible interioridad la angustia y la mala fe podrán aparecer como la posibilidad más íntima de la subjetividad. Y ahí es en donde la división sartreana cobra presencia entre el ser-en-sí y el ser-para-sí, como materia y anti-materia, caracterizando este último la conciencia humana, y el drama de los humanos va a residir precisamente en desear en cierta medida que el ser-para-si se imponga sobre el ser-en-si, dando así lugar a la consistencia de la cosa. Ahí solamente podría llegar un dios o Hegel en su capacidad de fusionar los contrarios, mas no va a ser el caso del autor del que hablamos. Precisamente esta incapacidad de lograr ese ser-en-sí-para-sí- es la que hace que el hombre se mueva en la angustia, motivada por la conciencia de la nada, como reflejo del fracaso, de la imposibilidad, estado propio de la libertad de los humanos. Y la conversión de la libertad en absoluto, lo que supone que el hombre fracase una y otra vez en la medida en que trata de fundar su libertad en otra cosa que no sea ella misma; cosa que sucede cada vez que se ciega sobre los posibles que se abren ante él y solicitan sus proyectos. La libertad no puede limitarse más que por ella misma, y esto es lo que se da en la situación y la libertad que no pueden distinguirse como una atribuible a la facticidad objetiva y la otra a la elección subjetiva. La condena es que no somos libres de no elegir, condenados a la libertad…pues ésta es inevitable. Se da una inversión del pienso, luego existo de Descartes, dejándolo en un no soy nada, luego soy libre.
Y una prosa brillante y un cúmulo de atinados ejemplos ( el nombrado del camarero, la nieve y el esquiador que sobre ella se mueve, o las ascensiones a pie a la montaña y los costosos descensos que se diferencian de la velocidad y la libertad proporcionada por el uso de esquís, la navegación, la viscosidad de la miel, la cartera y el dinero que contiene, las miradas, el reloj, la dialéctica del amo y el esclavo revisitada, o situaciones de flirteo y/o sexo )para hacer comprensibles sus sinuosas caminatas, que cierto es que resultan agotadoras, a no ser por los momentos de reposo y diversión que ofrecen los mentados ejemplos, tomados de la cotidianeidad, que dan muestra de una afilada finura analítica en el terreno psicológico.
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Notas
( 1 ) La obra fue traducida por Juan Valmar, El ser y la nada, y publicada por la editorial argentina Losada en 1966.
( 2 ) La defensa de un psicoanálisis materialista fue presentada por el filósofo normado en su Apostille au Crépuscule. Pour une psychanalyse non freudienne ( Grasset, 2010), labor que continuó en su tomo IX de su Contre-histoire de la philosophie: Les freudiens hérétiques ( Grasset, 2012).