España, ¿un bien moral?

La transversalidad de la idea de la unidad de España, es decir, el carácter inamovible de las fronteras estatales actuales, la integridad territorial, pues, es casi absoluta entre los partidos españoles. Sólo una fuerza política es partidaria de que los catalanes puedan decidir su pertenencia en un referéndum pactado y, aun así, hay elementos que hacen pensar que en el nacionalismo español domina, como en todos los nacionalismos, un cierto componente de fe religiosa, más que de ideología política, modelo de sociedad o solución democrática a los conflictos. El caso de Gibraltar es un ejemplo magnífico. En 2016, a propósito del Brèxit, M. Rajoy, entonces presidente del Gobierno y del PP, aseguró que “Gibraltar es español, gane o pierda el Brèxit”, afirmación que se vio reforzada con la complicidad del líder de Podemos, Pablo Iglesias, cuando afirma: “Por supuesto, Gibraltar español”. Del PSOE no hace falta ni hablar, a la espera de una cierta singularidad, porque su posición sobre el tema es idéntica a las anteriores.

Hablando del Peñón, llaman la atención, por lo menos, dos cosas. La primera, que, partiendo de tratados internacionales firmados siglos atrás por el Reino de España, la reivindicación de Gibraltar ha sido permanente tras el Tratado de Utrecht en 1713, en contraste con la falta de interés mostrada por reivindicar Cataluña Norte, pasada a Francia por el Tratado de los Pirineos en 1659. Claro que el primer lugar era español y el segundo, catalán, circunstancia que lo explica todo. La segunda cosa es que se parte de una visión inmodificable de la identidad de un territorio, totalmente al margen de la voluntad de las personas que lo habitan. Y esta voluntad ha sido manifestada con una claridad absoluta, siempre que se ha planteado la oportunidad.

La primera vez fue en 1967, en un referéndum donde acudió a votar el 95,8% dedel censo, de los que 12.138 personas lo hicieron a favor de mantenerse dentro de la soberanía británica (99,64%) y sólo 44 electores expresaron su preferencia para pasar a soberanía española. Hubo 59 votos nulos. Aquel referéndum tuvo lugar el día 10 de septiembre, por lo que esta fecha se ha convertido oficialmente, desde entonces, en el día de la fiesta nacional del Peñón. Más recientemente, el 12 de julio de 2002, se planteó una nueva consulta a la ciudadanía gibraltareña en la que se preguntaba si estaban de acuerdo en que el Reino Unido y el Reino de España compartieran, a partir de entonces, la soberanía sobre el territorio. El resultado tampoco dejó lugar a dudas, ni a matices: el ‘No’ se impuso con el 98,48% de los votos emitidos (17.900), el ‘Sí’ sólo obtuvo el 1,03% (183 votos) y hubo 89 nulos, con una participación del 87,9%. Pero a pesar de la voluntad de la gente que vive allí, para todos los partidos españoles, Gibraltar era, es y será siempre español.

El episcopado español no se ha mordido la lengua, a propósito de la unidad de España y el proceso independentista de Cataluña. Poco antes del 9N de 2014, el obispo de Oviedo, Jesús Sanz, se dirigía a los independentistas catalanes diciéndoles: “¡Que pasen a confesarse!”. Y el pasado octubre, sentenciaba que “la unidad de España es un bien moral” y el independentismo “profundamente inmoral”. Meses antes, en julio anterior, Demetrio Fernández, prelado de Córdoba, se encomendaba al apóstol Santiago a quien oraba por la preservación de “la unidad de España”, pensando que tal vez no tenía otro trabajo. En 2005, el arzobispo Antonio Cañizares, consideraba la unidad de España “una cuestión moral” e invitaba a los católicos a rezar “por la sagrada unidad de España”, convencido de que “la unidad de España es un bien moral”. Y, todavía, en 2012, el inefable Rouco Varela entendía que la opción independentista era “moralmente inaceptable”, al tiempo que la conferencia episcopal española proclamaba que “hay que preservar el bien de la unidad”. El año pasado, Enrique Martínez, miembro de la Pontificia Academia de Santo Tomás, sostenía que “el independentismo es pecado”, a partir de afirmaciones del filósofo y teólogo ¡del siglo… XIII!

Rodríguez Ibarra, el presidente extremeño, se ha permitido, estos días la frase siguiente: “El independentismo me preocupa mucho más que lo que haya robado el PP”. Desde el punto de vista moral, desconocemos si la dice como demócrata, como hombre de izquierdas o, sólo, como español. Sea como sea, en pleno siglo XXI, produce una cierta angustia constatar cómo, en España, parece como si se hubiera asentado una concepción religiosa de la integridad del Estado, la cual, además, es presentada como un bien moral superior a los demás, anticorrupción incluida. Felizmente, la iglesia catalana es, en general, otra cosa distinta. Como lo es también la protestante e histórica Iglesia Evangélica Española (IEE), que, recién iniciado el proceso, reconoció el derecho de los pueblos a su autodeterminación nacional, incluido, en este caso, el pueblo catalán. En todas partes, pues, hay de todo…

NACIÓ DIGITAL