Santi Vila, un pájaro de jaula

Las recientes declaraciones del exconsejero Santi Vila en una entrevista en el Diario Vasco, son de esas que provocan vergüenza ajena. Y no porque sorprendan -ya hace tiempo que el independentismo ha hecho caer la máscara de un buen grupo de políticos-, sino porque, además de ser ilustrativas de una campaña de promoción personal, indican un grado bastante elevado de malignidad. Y es que en hace falta mucha malignidad para burlarse cínicamente de aquellas personas que han sido tus compañeros en el gobierno de Cataluña y que el Estado español, de acuerdo con unos principios absolutamente totalitarios, mantiene en prisión como si fueran asesinos en serie por el solo hecho de haber permitido que la ciudadanía pudiera votar. Sólo los regímenes fascistas tachan de terroristas y de golpistas a los políticos demócratas que ponen las urnas al servicio del pueblo. Según Santi Vila, sin embargo, estas personas vejadas por el Estado, por los tribunales y por los cuerpos policiales españoles, «no son presos políticos». Sus palabras textuales son estas: «No son presos políticos, son políticos presos». Dios mío, ¡cuánta mezquindad y cuánta malignidad! Es la misma frase, exactamente la misma, que el 17 de octubre de 2017 dijo el Partido Popular a través del entonces ministro Rafael Catalán. Es decir, la frase oficial de los totalitarios encarceladores.

Mientras Alemania, Bélgica, Suiza o el Reino Unido, con sus decisiones, ponen en evidencia el totalitarismo español, Santi Vila escupe sobre los presos, adopta el papel del ‘negro bueno’ que repite como un loro el discurso del amo blanco, y hace méritos para que el Estado y los tribunales españoles lo miren con buenos ojos en la causa que tiene abierta. «¡Que soy de los vuestros, jolin!», Viene a decirles. No le basta que el Estado, premiando que no es independentista -sólo un hombre nacido en Granollers, una pequeña y laboriosa ciudad del ‘nordeste español’-, lo haya dejado en libertad mientras sus excompañeros están entre rejas o en el exilio. ¿Con qué cara podría mirarles a los ojos? Se entiende, sin embargo. No hay nada como vivir en casita, sobre todo ahora, que por las noches ya refresca.

Entre las perlas que el señor Vila suelta en dicha entrevista, hay cuatro de destacadas. Una de estas es la que dice que el Proceso está muerto. Justo el mismo discurso de Inés Arrimadas y Xavier García Albiol, representantes de la ultraderecha española en Cataluña. En la segunda perla, referida a los lazos amarillos, el señor Vila dice: «Me incomoda que se ensucien los espacios públicos; es una apropiación indebida». De nuevo el mismo manual de Ciudadanos y PP. En la tercera perla, Vila, fiel a su rol de ‘negro bueno’, insiste en que si hay encarcelados y exiliados es «por incumplir las leyes». Todo negro bueno sabe que los negros, les guste o no les guste, se regirán por las leyes del amo blanco y no por las suyas. Las leyes de los negros no tienen ningún valor por democráticas que sean. Y la cuarta perla es esta frase: «La solución es votar algo». No importa qué, claro. Es verdad que los catalanes quieren votar, pues que el PSOE organice una mascarada que les engañe para que todo siga igual. Bastaría con organizar un referéndum-trampa que, bajo el lema «por el autogobierno», no sería más que la votación de un nuevo Estatuto decorado con un par de zarandajas envueltas por fuera y vacías por dentro. Y si Cataluña «lo aprueba» -dice Vila-, «has matado el perro y la rabia». Palabras textuales. Este es el concepto que tiene Santi Vila de la independencia de Cataluña. El perro es el pueblo, y la rabia es la libertad. En otras palabras, el referéndum-trampa actuaría como desinfectante, lo que, como sabemos, satisfaría mucho a José Borrell, conocido millonario apologista de la desinfección.

Si la situación no fuera tan seria, sería bastante divertido escuchar a un pájaro de jaula como el señor Vila titulándose «soberanista». Soberanía, señor Vila, sólo hay una. ¡Una! Y es la del pueblo que es dueño de pleno derecho de su vida y de sus decisiones. No hay otra. O eres soberano, o no lo eres. O eres libre, o no lo eres. O tienes voz y voto en las Naciones Unidas, o no los tienes. El resto es pura vacuidad. Es como proclamarse pájaro y querer vivir en una jaula. «Sobiranista», en definitiva, es el eufemismo del españolista vergonzoso, que no se atreve a confesarse que lo es y que cree haber encontrado la piedra filosofal en esta esperpéntica contradicción: «Soy soberanista, pero no independentista». Y así va por el mundo, como el rey desnudo. En este caso, sin embargo, no hace falta la réplica de ningún niño. Basta con la de un loro. Aquel loro verdulero de una antigua y encantadora novela de Raymond Queneau que repetía : «Parlotea, parlotea, es el único que sabes hacer».

El caso de Santi Vila tiene muchas similitudes con los de Manuel Valls y Duran. Son tres defenestrados que, cada uno a su manera, se esfuerzan por volver a sentirse vedettes ante las cámaras de televisión. Con el buche lleno de resentimiento, no tienen ningún escrúpulo en esposar a su pueblo incluso blandiendo las leyes totalitarias que lo someten y humillan. Tres figuras patéticas y oxidadas, que, como la Norma Desmond, de Wilder, no soportan el ostracismo y el anonimato. Norma Desmond, desesperada y loca de despecho, claman: «¡Yo soy grande! Son las películas las que se han hecho pequeñas!» Y Vila, Valls y Duran, defenestrados y rencorosos, claman: «¡Nosotros somos grandes! Es Cataluña, la que se ha hecho pequeña!» Toda su ideología, enmascarada de retórica fea, se resume en este principio: los catalanes no pueden tener Estado, porque el único estado de los catalanes es la sumisión.

EL MÓN