Protegiendo las partes nobles

El diccionario del ‘Institut d’Estudis catalans’ (IEC) define la palabra «estadista» como «persona experta en el arte de gobernar un Estado». Alguien, no sin razón, puede llegar a pensar que, como resulta que ahora no tenemos Estado, no necesitamos estadistas todavía. Que estos ya se harán presentes entre nosotros, justo cuando tengamos Estado. No digo que no acabe siendo así, por más que, a efectos prácticos, no nos iría mucho peor que los estadistas nos llegaran antes del día glorioso de la emancipación nacional. Mientras esto no ocurra, a falta de estadistas, no sería mala cosa que dispusiéramos de dirigentes con cultura de Estado y, puestos a pedir, con sentido de Estado y todo. Y no sólo dirigentes, sino que hay aspectos formales básicos, elementales, fundamentales, en todas partes del mundo, que también deberían ser compartidos por el conjunto de la ciudadanía.

En algún otra ocasión ya he tocado este tema al que ahora me referiré. Hablo, sin rodeos, del comportamiento de los catalanes -y también incluso de las catalanas- en momentos de una fuerza simbólica colectiva tan incuestionable como es la actitud de mucha gente mientras suena el himno nacional. Aunque ‘Els Segadors’ se convirtió, oficialmente y por unanimidad de todos los grupos políticos, en himno nacional de Cataluña, por Ley 1/1993, de 25 de febrero, no pienso ahora en los que, tal vez incluso sabiéndolo, no lo cantan nunca, como es el caso de los representantes del PP y CS, hecho impensable en cualquier país del mundo. Tengo presentes, en cambio, a todos los demás ciudadanos y cargos institucionales que se identifican con el himno en cuestión y lo entonan sin complejos. Más allá del acierto fónico o no de la misión musical, me interesa ahora fijarme en los gestos y las actitudes que se pueden ver mientras el himno suena, entre aquellos que lo cantan.

Hay gente de buena fe que, en un gesto que es insólito en nuestra historia, estiran la mano derecha en alto, con el dedo gordo encogido y los otros cuatro separados, y lo mantienen así todo el rato. La primera vez que vi por televisión este gesto, en una movilización independentista ante un juzgado, me asusté y me produjo un rechazo instantáneo, por más que quien lo hiciera fuera un demócrata de convicción y alto cargo en la Generalitat. Se parecía demasiado al saludo fascista internacional como para que no me hiciera reaccionar de otra manera. Me producía malas vibraciones, a pesar de que no era toda la mano la que se mantenía extendida en alto y pese que no fueran tres dedos los exhibidos con ostentación, como hacen los nacionalistas serbios y algunos de CS, sino cuatro. Supongo que querían emular las cuatro barras, sin embargo, para cualquier observador ajeno a nuestra realidad, hay que convenir que el gesto hace un daño a los ojos más que considerable, ya que, de inmediato, permite establecer con facilidad una relación gestual con el ritual de saludo del nacionalsocialismo, el fascismo o el franquismo. Los que levantan la mano derecha tal y como he descrito suelen ser personas que se definen independentistas sin más precisiones o matices doctrinales e, inconscientemente, movidos por la emoción del momento no piensan en la interpretación que cualquier forastero pueda hacer de su gesto llamémoslo patriótico.

Parecido podríamos decir de aquellas personas que, para subrayar ante los demás su ideología de izquierdas, levantan el puño -uno u otro según la tradición ideológica de donde provengan- cantando. Precisamente, si algo caracteriza un himno nacional es esto, que representa a la nación y no una forma de pensar dentro de esta. Los himnos nacionales tienen la función simbólica de representar el conjunto de las personas que se identifican con el país que es objeto del himno. Lo cantan, pues, todos los nacionales, al margen de sus convicciones en el ámbito de la discriminación de género, el sistema educativo o el cambio climático. Un himno, pues, es un símbolo de unidad nacional, por encima de las diferencias partidistas. Cuando suena ‘Els Segadors’ debería ser el momento de demostrar una lealtad nacional, una identificación colectiva, pero quizás no es necesario escenificar que, además, se es de izquierdas, patriota aideológico o partidario de las cuatro barras, por decirlo de alguna manera.

La diversidad postural que se observa entre la población catalana, cantando ‘Els Segadors’, es de una riqueza infinita, como la que puede verse mientras suena el himno del Barça o el de una entidad coral: los hay que lo cantan con las manos en los bolsillos; enlazadas por detrás allí donde la espalda cambia de denominación, como quien da tranquilamente un paseo; con los brazos cruzados; puño en alto; mano estirada; charlando al oído con el vecino, comentando la jugada; aprovechando la ocasión para consultar el teléfono; incluso algunos llevan el ritmo y se mueven bailando con los vecinos, de un lado al otro, con la alegría propia de una habanera, e, incluso, los hay que lo cantan con los brazos estirados junto al cuerpo, sin moverse. Es decir, cada uno va al grano y es francamente difícil encontrar alguien que se comporte exactamente igual que la persona que tiene justo a su lado. De manera voluntaria he dejado para el final la posición mayoritaria. El otro día, siguiendo por TV el acto de presentación del ‘Consejo por la República’, podía verse como todos los miembros del gobierno situados en la primera fila (presidente, vicepresidente y algunos consejeros y consejeras) cantaban el himno con ambas manos cogidas por delante del cuerpo, protegiendo las partes nobles, no sea que pase alguna desgracia no deseada, como si alguien de la selección española estuviera a punto de chutar una falta sobre la portería catalana, con una potencia de disparo indescriptible. Francamente, en algunas cosas, no tenemos todavía bastante cultura de Estado, por más Estado que queramos y nos comportamos de una manera tirando a amateur.

En todo el mundo, mientras suena el himno nacional todos mantiene una actitud general de respeto, mientras los civiles lo cantan o escuchan tiesos, con los brazos estirados a cada lado del cuerpo, mientras los miembros de cuerpos uniformados saludan con la mano derecha al mismo lado de la gorra, desde el principio hasta el final, todos muy solemnemente. En algunos países, tanto civiles como militares mantienen la mano derecha sobre el corazón, durante toda la duración del himno, tanto si se trata del propio himno nacional, como el de un país amigo, aliado o visitante. Hay estados, además, que disponen de normativas muy precisas sobre el comportamiento que hay que observar con respecto al himno o la bandera nacionales. Puede parecer, tal vez, una ‘collonada’ -gilipollez- (Pla dixit), esta reflexión, pero difícilmente nadie nos tomará en serio y nadie se creerá que lo nuestro va en serio si nos comportamos de tal modo en la despedida sonora de una ‘calçotada’, una sidrería o una cena de empresa. Y será así por más que cantemos «Bon cop de falç» («Buen golpe de hoz») y advirtamos a nuestro enemigo que tiemble  “en veient la nostra ensenya” («al ver nuestra enseña»). Porque, de hecho, si el enemigo la ve: ¿qué pasará, por qué motivos debería temblar? Bien mirado, ya se sabe:  “quan convé seguem cadenes” («cuando conviene rompemos las cadenas»). Lo que pasa es que, hasta ahora, parece que aún no ha convenido, pero, ojo, si resultase que un día conviniera, que se preparen…

EL MÓN