Operación FUBELT

El senador estadounidense Frank Church destapó la participación de Estados Unidos en el golpe de estado en Chile contra el presidente Allende, en la llamada operación Fubelt.

Frank Church fue un gran senador estadounidense, desgraciadamente poco conocido fuera de su país. Murió en 1984, pero antes avisó con gran valentía de los terribles poderes que iban acumulando las agencias de espionaje contra los ciudadanos. Sus advertencias sobre la NSA, ya en aquella época, suscitan admiración por tan premonitorias como fueron: ‘He podido comprobar la capacidad que hay que la tiranía sea total en Estados Unidos, y debemos asegurarnos de que la NSA y todas las agencias que poseen esta tecnología funcionan dentro de la ley y bajo la supervisión adecuada, porque es así tan sólo como no caeremos nunca en este abismo, un abismo del que no hay marcha atrás’.

Church luchó toda la vida para hacer públicas las maniobras del ‘deep state’, de este Estado profundo que en todo el mundo se ha puesto al servicio de los intereses del gran poder, donde se confunden la economía, las armas y la política, despreciando la democracia y los ciudadanos. Y consiguió de sacar a la luz por primera vez de una manera irrefutable algunas tácticas y algunos métodos creados e inventados para contrarrestar decisiones democráticas incómodas para este gran poder. La comisión que él presidió en el Senado y que lleva su nombre se hizo famosa mundialmente cuando expuso de una manera perfectamente documentada la participación de Estados Unidos en el golpe de estado de Chile contra el presidente Allende. La operación Fubelt.

El mundo es una copia permanente. Todos copiamos de las enseñanzas del pasado y así es como Fubelt se convirtió -en parte gracias, paradójicamente, a la tarea de Church- en el manual para todas las campañas de desestabilización que luego se han hecho en el mundo: desde la compra de medios de comunicación -en Chile fue El Mercurio- hasta el uso de pequeñas desavenencias personales para agrietar un movimiento político, todo se inventó y todo se estereotipó allí. Y es importante entender el porqué si queremos captar la importancia que tiene en nuestro país, hoy.

El arquitecto de aquella monstruosidad fue Henry Kissinger. Y el origen de todo es un texto confidencial suyo en el que explica por qué hay que hacer las cosas de esa manera, subvirtiendo la ley pero a escondidas. Kissinger dice que Allende es el primer marxista en ganar unas elecciones, cosa que no era cierta, pero que ahora no viene al caso. Y dice que, precisamente, que haya llegado a la presidencia por la vía de las elecciones le confiere una legitimidad interna e internacional contra la que no puede oponerse a un golpe de estado clásico -aunque, desesperados porque el proyecto no funcionaba como preveían, lo acabaron haciendo-. En ese texto, Kissinger deja escrito el objetivo a conseguir: ‘Hay que hundir su capacidad de gobernar.’Si no puedes derrotar la legitimidad del gobierno, ensúcialo para hacerle perder.

Impedir la capacidad de gobernar se puede hacer de muchas maneras, pero el plan Fubelt remachó dos técnicas que luego se han ido repitiendo en todas partes, una y otra vez. La primera era sembrar la división entre los partidarios de Allende y la segunda, dificultar al máximo la vida cotidiana, sobre todo creando, a través de los medios, un clima por el que el gobierno de la Unidad Popular acabara teniendo la imagen de un gobierno incapaz, inútil, polémico, ridículo. Los textos de los expertos que la CIA puso a trabajar en el Fubelt resaltan de vez en cuando que la única manera de derrotar a una mayoría es hacer perder en los votantes, uno a uno, la confianza en los políticos que antes han votado conscientemente. Y constatan que la mejor herramienta para lograrlo es crear un ambiente de decepción exagerada. Para ello, afirman, hay que ocultar cualquier éxito del gobierno y amplificar muchísimo cualquier mínimo error. Y así, irlo desgastando, ir hundiendo su capacidad de actuar.

El plan Fubelt tenía dos posibilidades. La primera era tumbar a Allende por esta vía nueva y la segunda, si todo fracasaba, dar un golpe de estado echando a la fuerza al gobierno legítimo y anulando el parlamento, como Estados Unidos habían hecho siempre hasta entonces. En nuestro caso, la segunda vía fue la primera: el 155; pero visto que la población resistió el 21-D y no otorgó la victoria a los unionistas, el Estado se ha encontrado con la necesidad de recurrir a la primera vía que dibujaba el plan Fubelt. Y como no tiene ninguna hoja de ruta alternativa es a lo que se dedica con pasión -y yo diría que con bastante éxito.

Hay muchos votantes independentistas, quizás usted mismo, que tienen la sensación de que este gobierno hace aguas y que no vamos a ninguna parte. Y que el presidente Torra o el vicepresidente Aragonés no están a la altura del envite. Es evidente que el objetivo central, que es hacer efectiva la República, no se ha cumplido. Y que el gobierno legítimo no ha sido restituido, aunque de eso tiene mucha más culpa la presión del juez Llarena sobre el parlamento que el gobierno. Es evidente que este gobierno tiene problemas graves, como la actuación de algunos núcleos del Mossos. Es cierto que las rencillas de partido no ayudan y fomentan un clima tóxico. Pero junto a todo esto que tenemos que seguir reclamando y criticando, y lo digo sólo como una reflexión para mantener vivo el debate, no acabo de entender que no se dé ningún valor a la capacidad con la que, por ejemplo, supo resolver todas las huelgas que tenía delante. O que no se dé ninguna importancia a esta capacidad demostrada de decir no al presupuesto de Pedro Sánchez y de resistirse a sus melodías de Hamelin, por lo que abandona el papel histórico de subordinación al que manda en Madrid. Y eso no es poca cosa, en absoluto.

Y no lo digo por alabarles, sino porque pienso que tal vez deberíamos aprender un poco, también, del pasado. De aquellos mismos manuales que han estudiado los que querrían vernos completamente arrinconados.

P.S. He rectificado el editorial, gracias a la crítica que me ha hecho Isaac García. Tiene mucha razón y siento haberme equivocado.

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