Los beneficios de la Gran Guerra

El próximo 11 de noviembre hará cien años que acabó la Gran Guerra, un conflicto que, según algunos historiadores y no pocos publicistas, reportó a España unos grandes beneficios derivados de su neutralidad. Ahora bien, estudios bien documentados sobre los efectos de aquella conflagración en el conjunto de la sociedad española nos muestran un resultado no tan positivo.

Los efectos inmediatos del estallido de la guerra, en verano de 1914, fueron muy importantes en el terreno de la economía. Si bien hubo una notable caída de las importaciones procedentes de los países beligerantes –sobre todo, de materias primas y maquinaria–, también se produjo un incremento considerable de las exportaciones a estos países y a los latinoamericanos, cuyos mercados fueron casi abandonados por las exportaciones británicas. Pronto el tradicional déficit comercial español, evaluado en una media anual de unos 200 millones de pesetas, pasó a convertirse en un saldo positivo, de entre 300 y 500 millones al año. Los sectores más beneficiados por la demanda exterior serían la siderurgia vasca –que multiplicó por 5 sus exportaciones–, el carbón asturiano, el textil catalán (lana, algodón y confección), el químico y las compañías navieras. Estos sectores consiguieron unas ganancias económicas excepcionales –calculadas en unos 5.000 millones de pesetas– que, además, fueron poco gravadas fiscalmente gracias a las habilidades parlamentarias de los catalanistas Francesc Cambó y Joan Ventosa, que en el año 1916 frustraron la aprobación por el Congreso de Diputados del impuesto de beneficios extraordinarios de guerra ­elaborado por el ministro de Hacienda Santiago Alba.

Ahora bien, esta euforia exportadora fue acompañada de una inflación muy elevada, que encareció rápidamente el coste de la vida. Así, entre los años 1913 y 1918 el índice­ ­general de precios pasó de 100 a 218, mientras que el índice de los salarios sólo llegó a 125. En el año 1918, ante la grave crisis de subsistencia de los productos más básicos, se creó el Ministerio de Abastecimientos con el fin de intentar frenar la carestía de la vida. La protesta de los trabajadores se materializó en la primera huelga general convocada conjuntamente por la CNT y la UGT –16 de ­diciembre de 1916–, y después, en la gran huelga general de agosto de 1917. Era tanta la indignación popular que una manifestación de mujeres contra “la vida cara” asaltó el Gobierno Civil de Barcelona en enero del año ­siguiente.

Acabado el conflicto, se produjo una bajada notable de las exportaciones españolas y se volvió al déficit comercial, que primero fue de unos 500 millones de pesetas al año, pero que en 1922 ya superaba los 1.500 millones. Esta situación obligó a acentuar el tradicional proteccionismo: el llamado arancel Cambó. Por otra parte, la Hacienda pública, al no hacerse ninguna reforma fiscal seria, prosiguió en su baja recaudación y tuvo que recurrir constantemente al endeudamiento público.

Hoy buena parte de los historiadores señalan los efectos desestabilizadores provocados por la Gran Guerra en la vida económica, política y social española de hace un siglo. Del conflicto surgieron unos sectores burgueses ciertamente más ricos, pero también más conservadores. De entrada, la mayor parte de sus ganancias no fueron invertidas en economía productiva, sino en gastos más bien suntuarios. Un joven empresario y economista próximo a la Lliga, Pere Gual Villalví, no tuvo ningún pesar al escribir que en Catalunya “se había desperdiciado el tiempo de la guerra dejándolo pasar sin renovar la estructura de nuestra vetusta organización industrial”.

Pero esta burguesía enriquecida tampoco se mostró partidaria de hacer reformas administrativas para modernizar el Estado, menos aún tuvo voluntad de democratizar el sistema político de la Restauración. En España se estaba manifestando claramente aquel fenómeno que John M. Keynes denunciaba como un peligro desestabilizador para toda Europa: “El afán inmoderado de ganancia de las clases capitalistas”. En el año 1919 había en España unas clases populares más empobrecidas que antes de la guerra, que se estaban radicalizando ideológicamente y eran fácilmente influenciables por el sindicalismo revolucionario. La gran conflictividad que estalló en el campo español –el llamado “trienio bolchevique”– y en el mundo industrial vasco y catalán –irrupción del pistolerismo– fueron el lógico resultado del desigual reparto de los beneficios acumulados durante la Gran Guerra.

La polarización social que se manifestó en España a partir de 1918 era mucho más acusada que en la década anterior y coincidió con la crisis de un sistema parlamentario que era incapaz de constituir gobiernos estables: entre 1918 y 1923 hubo en España once gobiernos. En septiembre de 1923, un monarca atemorizado, unos militares autoritarios, unos políticos negligentes y una alta burguesía a la defensiva impusieron la opción dictatorial pensando que así evitarían peligros mayores. El golpe militar de Primo de Rivera fue, de hecho, también un “efecto colateral” de la Gran Guerra.

LA VANGUARDIA