Frustración constitucional

La vigente constitución española, de la que ahora se cumplen cuarenta años de existencia, fue aprobada bajo la estricta supervisión de los poderes fácticos procedentes del franquismo y en el contexto de la transición a la democracia más violenta en Europa después de la de Rumania. Con todo, el principal problema de legitimidad de este sistema no radica en la turbulencia de sus orígenes (ya que, ciertamente, se colocaron las bases de un marco que podría haber consolidado un Estado español plurinacional y una democracia avanzada y socialmente justa), sino en el hecho de que, después de tanto tiempo desde la creación del orden constitucional, aquella interpretación de la norma suprema que las autoridades centrales del Estado han acabado imponiendo ha estado condicionada por el nacionalismo español más integrista.

En efecto, la cuestión territorial, el gran problema que ha marcado el Estado y que en la actualidad, a través de la causa catalana, lo ha colocado en una profunda crisis hasta el punto de amenazar también todo el sistema de libertades, se podría haber resuelto de una manera más satisfactoria a partir de algunos elementos presentes en el texto constitucional de 1978. Para empezar en el propio silencio sobre el modelo territorial que se podría haber concretado en un sentido más federalista (esto es, con un «pacto entre iguales» que incluyera el reconocimiento de atributos de soberanía a las otras naciones que componen el Estado); y para continuar con alusiones a sujetos de las bases del Estado diferentes de la «nación española» como sucede con la idea de «pueblos de España» contenida en el preámbulo de la Constitución.

Esta vía de profundización en una unión respetuosa con la diversidad nacional fue, sin embargo, dinamitada por el Tribunal Constitucional español en el juicio de 2010 sobre la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006 en un gesto que pasará a los anales de la historia de la frivolidad y, al mismo tiempo, del despotismo judiciales. Con el paso de los años y con el reto independentista catalán, se ha podido comprobar por parte de la mayoría de la población catalana y de bastantes ciudadanos de estos otros «pueblos de España» que la reacción de la jurisdicción constitucional a la reforma estatutaria catalana era la expresión de un mal más profundo que había permanecido amortiguado en las décadas de modernización y de supuesta democratización españolas (así como de integración en el marco europeo) pero que pronto estallaría con toda su crudeza: la persistencia de un aparato del Estado dominado por los sucesores de la dictadura coadyuvado por una base social de un españolismo exacerbado que no estaban dispuestos a que se pusiera en cuestión su hegemonía en el ejercicio del poder.

Después hemos asistido al choque entre las demandas de emancipación catalanas y dicha concepción granítica del Estado nación español y a la posterior represión que tanto ha consternado a la sociedad catalana y también a la opinión pública de otras democracias liberales. Pero más allá de la demanda de autodeterminación catalana el problema derivado de la interpretación constitucional anclada en «la indisoluble unidad de la nación española» se sigue manifestando en la impotencia de las autoridades centrales del Estado a la hora de ofrecer un proyecto atractivo de organización colectiva para todas las realidades que no participen de las premisas de este uniformismo nacional.

En el caso catalán, y aunque se superara la cuestión trágica de los presos políticos con su liberación inmediata y su absolución, el actual gobierno de Pedro Sánchez no tiene ni una sola propuesta política de reconocimiento para disuadir a más de dos millones de catalanes para que dejen de votar independencia, y no la tiene, ni la atreverá nunca a formular, porque España, en sus estructuras constitucionales y en buena parte de una ciudadanía dispuesta a ejercer un veto a cualquier tentativa de reforma constitucional plurinacional y progresista, continúa secuestrada por una mentalidad que el referéndum de 6 de diciembre de 1978 no dejó nunca atrás.

EL PUNT-AVUI