Esa patria de trabucaires

Dejamos atrás todas las vicisitudes que al llegar el siglo XIX, habían dejado la independencia navarra seriamente averiada.

En el siglo XIX, Vasconia, soportó una auténtica sangría entre guerras y atropellos. En todos los conflictos, Convención, Francesada, carlistadas, gamazada, el agobiante centralismo ponía en un brete nuestro sistema foral.

Notablemente elocuente fue lo sucedido con el Virrey Antonio Solá en 1833. Tras la muerte de Fernando VII, la Exma., diputación presentaba protocolario pésame a tan “egregio” funcionario. En semejante trance, no perdió el tiempo el torpe diplomático, al anunciar a la corporación navarra que: “en tales circunstancias, ya no había fueros”.

Bien conocemos pues las trágicas consecuencias de la histórica y pertinaz agresión, contras las esencias de nuestro sistema foral… España siempre con el trabuco al hombro.

Todos los estados tienen problemas. Pero los del estado español adolecen de raíces muy profundas. Raíces demasiado imperialistas, arcaicas -o decimonónicas-, franquistas –España huele demasiado a cuartel y a milico chusquero-. Todo ello, para más INRI, conservado –momificado a puros hisopazos. (bien católicos, apostólicos y romanos…)

Uno de estos problemas, quizás el origen de todos los demás, es el de su cohesión. Algo que conociendo la formación de la patria hispana, esa de “la unidad de destino en lo universal”, tampoco debiera de sorprendernos.

España pues, se hizo a trabucazos. No se hizo con el consenso de la libre voluntad de los pueblos. Nos “amasijo” como si se tratara de dispares y complicados retazos. Y sin más historias nos “malcosía” a unas monarquías corrompidas.

Cabía la esperanza, de que con la llegada de la modernidad, la cosa esa de la democracia y de los derechos humanos, esto cambiaría. ¡Vana ilusión amigo Sancho!

Y es que el asunto si no fuera tan dramático, resultaría una auténtica bufonada. Hoy asistimos al resurgimiento –nunca se fueron- de la orden de políticos trabucaires -y parecían unos críos-, clérigos inquisitoriales, caudillos golpistas, etc.

Todos ellos cofrades de un estado cloaca –que diría L. Agudín-, a cuyos chanchullos y medallas se aferran con uñas y dientes. Y todos, bajo la protección y el patrocinio de preocupantes Villarejos, leyes y mafias togadas…

Pues bien. ¿Cómo aspirar a otras patrias más dignas? ¿Cómo conseguir un estado, -pluriestado- o cualquier otro ámbito democrático, donde la ciudadanía, todas las ciudadanías, puedan expresarse libremente? ¿Cómo hacer desaparecer de esta sociedad a líderes corruptos, de cutre intelecto, que no cesan de amenazarnos con cárceles, y mamporreros?

No sería tan difícil, si la gobernanza estuviera en manos de una ciudadanía solidaria, culta y humanizada.

Hoy por hoy, al estado español –tanto o más que a otros- le cuesta un mundo ponerse al tanto de los derechos humanos. Es su asignatura pendiente.

Probablemente, empiece a superar tal asignatura, cuando en lugar de asustar las calles con tanta policía, promueva la palabra libre de las urnas.

Urnas donde los ciudadanos y los pueblos, podamos expresar libremente cual es el tipo de estado y de gobernanza que proponemos.

Urnas y referéndums. Los necesitamos.