El rey de Vox

Felipe VI es un soso, sí, y parece que no dice nada en sus insípidos discursos, salvo aquel 3 de octubre, cuando dejó de ser rey de los catalanes. Pero hay más madera de la que parece, en palabras y en simbología. Sus últimas intervenciones son un clarísimo boceto de un verdadero programa político de futuro. Nada explícito, pero sí bastante comprensible, si nos esforzamos un poco en hacer la exégesis del vacío y la rutina intelectual que esconden un contenido preocupante para los que quieran continuar como súbditos suyos en el futuro.

En pocos días nos ha ofrecido dos discursos clave, ante los estamentos corporativos esenciales para un Estado que cada vez necesitará más imponerse por la fuerza: militares, paramilitares policiales y jueces.

Los conceptos no son nada originales, pero últimamente sus destinatarios los escuchan de una nueva manera, como una llamada que resuena en su interior y que activa el interruptor de su ADN patriótico. Primer concepto, entre líneas, que ya nos entendemos: el rey es el rey, el rey es el «jefe». Cuando los políticos fallan, el rey se activa… Segundo concepto: la Constitución establece límites para el poder político y para la soberanía del pueblo, pero en el fondo deja un gran margen de actuación para el poder real y real (de la realeza). Tercer concepto: los uniformes (militares, paramilitares, policiales, judiciales) son la columna vertebral de España, y tienen al frente el monarca uniformado, jefe supremo de todos los uniformados.

A Felipe VI no le basta con simbolizar, con mandar en temas de defensa y gran parte de los asuntos exteriores del reino de España, él quiere mandar más. No le basta con ser el rey que reina pero no gobierna. Quiere reinar y gobernar, insatisfecho con su poder casi absoluto en dos áreas estratégicas para un Estado. Su padre y él han hecho y deshecho en estos dos ámbitos todo lo que han querido y un poco más, y los gobiernos españoles les han dejado hacer: poner y quitar generales, nombrar ministros y embajadores, pactar pedidos para la industria armamentística, exigir tanques, aviones, misiles…

Por eso ahora ha pulsado el botón rojo, el de las grandes crisis: el monarca quiere más poder. Y a evidenciarlo cuando se saltó al presidente del Gobierno, Rajoy, con aquel miserable discurso televisado del 3 de octubre. Ejerció de jefe de Estado desacomplejadamente. Unos días antes ya había hecho lo mismo, cuando -presuntamente, ¿verdad?- exigió que los paramilitares castigaran a los catalanes a palos. No sólo dio les luz verde: él lideró la solución drástica, brutal, que nadie ha asumido públicamente. Esto explica el guión que ha seguido Felipe VI desde entonces, ganando cada vez más margen de maniobra, más autonomía respecto a los poderes constitucionales. Aquel discurso televisado fue la declaración fundacional de un nuevo estilo de monarquía, mucho más intervencionista, imponiéndose a Rajoy o a Sánchez.

De árbitro, moderador y neutral, nada de nada. Suave, discretamente, se va posicionando como el auténtico salvavidas de España, el rey militar, el rey judicial, el rey policial. Mientras la gente se fija en las barbaridades de Vox, él va barriendo para casa y dibujando un nuevo modelo de monarquía para el futuro.

Digamos que borbonea, aprovechando los huecos evidentes de liderazgo político y apoyado en los auténticos poderes que necesitan un mascarón de proa para seguir mandando. Su modelo es una monarquía autoritaria fundamentada en un rey débil, alto y guaperas, sí, pero de cortísima talla política, basada en formalismos democráticos huecos por dentro, sometido a los poderes económicos, atado corto. Con permiso para ejercer de protagonista del «teatrillo» monárquico, escoltado por la policía, el ejército y los jueces, protegido por los grandes medios de comunicación.

O sea: una combinación del poder «hard» del Estado, el monopolio de la fuerza bruta, la coerción y la ley para blanquear una operación política de largo recorrido, un cambio histórico disfrazado como una reacción de supervivencia amparada en una Constitución de la que se ríen cada vez que la mencionan.

El rey se está poniendo al margen de la política, para situarse por encima de la política, para encarnar aquello tan bonito y tramposo que llaman «razón de Estado».

Inspirándose en el bisabuelo Alfonso XIII, camuflado detrás de las animaladas de Vox y de la convergencia pragmática de las derechas, pronto sólo le faltará encontrar su Primo de Rivera y un renovado modelo de «dictablanda», que en estos tiempos de trumpisme se presentará como una «demodura», una forma de monarquía autoritaria y nacionalista, aparentemente democrática. Finalmente, de manera natural, todo ello desembocará en la «democracia orgánica», el gran invento del «abuelo Paco» , que como todo el mundo debería saber es la que sale de los órganos del monarca y que se impone a través de militares, paramilitares, policías y jueces, con la colaboración de los periodistas afectos al régimen.

Atentos a los próximos pasos del rey del pueblo, el salvador de la patria, que no le hará ascos a ser, después de todo, el rey de Vox.

EL MÓN