Yo anduve de parranda con Arrimadas

“Ni el Sinn Féin ni el IRA habrían firmado ningún acuerdo sin la liberación de presos”. Este es el diagnóstico del profesor Jonathan Tonge, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Liverpool, sobre los Acuerdos de paz de aquel trascendente Viernes Santo de 1998. Mo Mowlam (1949-2005), la briosa secretaria de estado para Irlanda del Norte (3 mayo 1997 – 11 octubre 1999) nombrada por Tony Blair, entendió enseguida que con presos, incluso con presos condenados por delitos de sangre, no se conseguiría la paz. Viví aquellos años en directo, a veces acompañado por la profesora y amiga Montserrat Guibernau, y los puedo asegurar que el ambiente en Belfast era explosivo. Nunca mejor dicho. Pero Mowlam entendió que “jamás se construye nada en base al reproche”, que es, también, lo que Jordi Cuixart ha escrito en una carta que mandó al digital cultural Núvol, a raíz de la discusión sobre la necesidad o no de superar el “Ni olvido, ni perdón” propio de todas las causas por la libertad. Cuixart cree que sí, que debemos superarlo, como también lo creyeron así el Sinn Féin, el IRA, Mowlam… y Tony Blair, el entonces joven primer ministro laborista, representante de una generación que deseaba comerse el mundo y que acabó hundida por las mentiras que provocaron la guerra de Iraq y escándalos de todo tipo. El giro de Blair debió ser tan brusco que incluso Mowlam se opuso y abandonó el partido en 2001. Pero esta es otra historia.

A diferencia de Margaret Thatcher, que siempre decía “un crimen es un crimen”, atenazada por el recuerdo del atentado del IRA que sufrió el 12 de octubre de 1984, Blair supo hacer política y ceder cuando hacerlo beneficiase el diálogo. Cuando MoMo, que era el sobrenombre con el que todo el mundo conocía a Mowlam, fue nombrada ministra para Irlanda del Norte, no dudó en tomar decisiones arriesgadas a pesar del ambiente hostil que encontró al asumir al cargo. Lo explicó ella misma en 1997 en una buena entrevista con la BBC y, más adelante, en un libro de memorias cuyo título es muy evocador: Momentum: The struggle for peace, politics and the people (2002). Mowlam no perdió ni un segundo y se trasladó a The Maze, la prisión de alta seguridad ubicada a unos quince kilómetros de Belfast. Allí estaban encerrados terroristas católicos y protestantes, separados en dos alas. En una ocasión, en pleno proceso de paz, el IRA rompió las negociaciones y volvió a los atentados. Entonces Mowlam volvió a la cárcel para advertir a los presos: “Yo vengo hoy aquí, el día que ha habido un atentado, porque es en estos momentos cuando más se debe dialogar”. E hizo lo mismo con el presos protestantes de la UVF cuando los terroristas unionistas se resistían a apoyar las negociaciones la paz.

En tiempos de paz cualquier cosa es posible

Pasados cinco años de la firma de los acuerdos de paz, en The Maze no quedaba ningún preso. 447 condenados por terrorismo, incluidos 116 por delitos de sangre, se habían beneficiado del programa de excarcelación anticipada negociado en el Acuerdo de Viernes Santo de 1998. Los radicales del DUP, el partido del reverendo Ian Paisley (1924-2014), hoy aliado imprescindible de Theresa May, tuvieron que tragarse unas excarcelaciones a las que se oponían con todas sus fuerzas. A decir verdad, el DUP se opuso a todo. A los Acuerdos, también, naturalmente. No querían oír hablar ni paz ni de reconciliación. Les parecía que negociar y ceder fortalecía a los republicanos partidarios de la reunificación de las dos Irlandas. Aquel era un no a todo visceral, miedoso pero vengativo. Esa misma gente, radical y malhumorada, finalmente se involucró en el proceso y en 2006 el DUP firmó una versión revisada de los Acuerdos de paz en Saint Andrews (Escocia), cuya consecuencia fue que Londres firmara la orden de restauración de la autonomía, suspendida desde octubre de 2002. A partir de entonces Ian Paisley y Martin McGuinness (1950-2017) se convirtieron en dos grandes amigos. Clérigo y seglar se pusieron en marcha para remar juntos por la reconciliación. En tiempos de paz cualquier cosa es posible. Yo mismo he andado de parranda con Inés Arrimadas, a bailar en la discoteca Bling Bling Barcelona de la calle Tuset o en la terraza de El Molino del Paral·lel, antes de que la líder de la oposición quisiera encarcelar a todos los independentistas.

Antes de ayer se cumplieron 21 años de la firma de los Acuerdos de paz de 1998. La mayoría de los protagonistas están muertos o retirados de la política. Y sin embargo, Irlanda del Norte lleva más de un año sin gobierno, y los parlamentarios de la Asamblea vegetan ociosos por el castillo de Stormont, además de que, como lamenta el profesor Tonge, “hay más muros físicos de separación entre las dos comunidades ahora que en 1998”. En el conflicto de los condados del norte de Irlanda perdieron la vida 3.523 personas entre los años 1969 y 2001 y los rencores siguen vivos. La paradoja es que los que en aquel tiempo eran los más exaltados y clamaban por la unidad indisoluble del Ulster con el Reino Unido, hoy en día están al borde de provocar con su apoyo exaltado al Brexit lo que ellos mismos consideraban el “gran desastre”: la reunificación de la isla. Irlanda del Norte está en el centro del Brexit por la cuestión de la salvaguardia que propone Bruselas si no se consigue un acuerdo —que Irlanda del Norte siga integrada en el mercado único, trasladando la frontera entre la Unión y el Reino Unido al mar de Irlanda. Los analistas no tienen claro que se pueda celebrar un referéndum de unificación como reclama el Sinn Féin aprovechando el desconcierto general. La intransigencia unionista puede tener un claro efecto disgregador —en Irlanda y en Escocia— que repercutirá sobre la Unión Europea y su configuración actual. Y es que ya no existen conflictos locales. Todos son globales y locales a la vez. Eso es algo que estaría bien que también lo tuviéramos en cuenta aquí.

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