Y si la calle es nuestra, ¿por qué no hemos ganado todavía?

La añorada Isabel-Clara Simó siempre decía que uno de los mayores problemas del catalanismo era la falta de un cuerpo doctrinal serio. O, mejor dicho, que las masas no asimilan el cuerpo doctrinal serio que algunos autores han creado en el curso de los años. Coincido bastante con esta apreciación y creo, además, que se traduce constantemente en una dependencia tan ridícula como alarmante del discurso español, de cualquier ‘chorrada’ –ya me permitirá la palabra– que éstos ponen en circulación, del ‘frame’, que dicen ahora, que siempre dibuja el españolismo.

Ayer, por ejemplo, ocurrió algo divertido. Varios periódicos españoles, y TV3 también, se dedicaron a rendir cuentas sobre los asistentes a las manifestaciones de la Diada, con el objetivo nada disimulado no de contrastar cuántos manifestantes había, sino tan sólo de presentar el independentismo como un movimiento fracasado y terminado.

En concreto, ‘Crónica Global’, que es el diario preferido del presidente Illa, anunciaba a bombo y platillo que en la manifestación de ayer tan sólo había participado un 5% de los asistentes de la de hace diez años. Afirmación que acompañaba con un gráfico que decía que en 2013, en la Vía Catalana, habían salido a la calle 1.600.000 catalanes.

Pero lo curioso ocurre cuando entras en el archivo de este diario, y buscas la noticia que publicaron ellos mismos el 11 de septiembre de 2013.

Porque entonces estos 1.600.000 catalanes del gráfico que publicaban ayer se reducen milagrosamente y sin explicación alguna a 400.000 –a lo sumo, porque en el artículo insisten en que no hay pruebas de que se completara la cadena (tal como suena) y, por tanto, especulan que quizás no éramos ni tantos.

Debatir en estas circunstancias es literalmente ridículo. Esta gente hacía propaganda en 2013, fuera cual fuese la realidad, y la sigue haciendo hoy. Y mueve y pone las cifras de la forma que le conviene en cada caso; sin molestarse en conservar una mínima apariencia decente. Discutir de algo en este contexto haría reír si no fuera que, precisamente, resalta la gran dependencia emocional respecto al discurso español que tanta gente tiene todavía en Cataluña.

No censuro el comportamiento de estos españoles. Quico Homs ya explicó tiempo atrás que un director de un gran diario Madrid le había dicho, en privado: “Por encima de la verdad está la unidad de España”, frase paralela a la famosa que Carlos Lesmes, como a presidente entonces del Consejo del Poder Judicial, soltó en septiembre de 2017, con motivo de la inauguración del año judicial. Y definitorias ambas de la anormalidad en la que se mueve siempre esta gente. Simplemente, necesitan la violencia y las mentiras porque la realidad les supera.

Pero ellos hacen su trabajo. En cambio, ya me cuesta más entender –aunque con los años me he ido acostumbrando– a toda esa gente, independentista, que parece gozar regodeándose en cada hipotético fracaso que los españoles nos ponen delante de la cara.

Algunos –entre los comentarios de ayer, por ejemplo, los había– tratan de encajar esto en un debate optimismo-pesimismo que a mí me cansa. Yo no soy optimista; soy positivo, que es algo muy distinto. Pero reivindico que todo este gusto por la derrota no tiene que ver con el pesimismo ni con el optimismo, sino con la colonización mental.

El peso del poder colonial y de los consiguientes mecanismos banales de afirmación, por definición y siempre –tanto si salen a la calle 1.600.000 personas como si salen 73.500– se esforzará por hacerte creer que no tienes ninguna posibilidad de ganar. Y entrar en su juego es ayudarles. Involuntariamente, si lo desean, pero ayudarles.

Por este motivo la colonización de la conciencia, o cultural, ha sido un tema central en la obra de los grandes pensadores anticoloniales –de Fanon a Thiong’o, de Amílcar Cabral a Saïd, de Gayatri Chakravorty Spivak a Albert Memmi, por decir unos pocos.

Nosotros también tenemos mucha gente que contribuye a construir ese cuerpo ideológico del que hablaba Isabel-Clara Simó, de una perspectiva no colonizada. Ayer Gabriel Bibiloni, por ejemplo, desmontaba en un artículo magnífico la tontería esta del reino independiente de Mallorca que justifica la ‘diada’ inventada. Tenemos libros nuevos y magníficos como los de Damià del Clot o Antoni Simon. Hay mucho trabajo hecho y que se hace todos los días.

Pero todavía hay, entre nosotros, demasiada gente que no sabe desnudarse del españolismo banal, de la reverencia por lo que se dice en Madrid y lo que dice el dependentismo. Y si no hemos ganado todavía, también –en parte, no substancialmente, pero en parte también–, es por eso.

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