Hacía días que quería escribir este artículo, pero me he dado un tiempo prudencial para ver hasta dónde puede llegar la hipocresía colectiva liderada y atizada por el conglomerado integrado por partidos, instituciones públicas, grandes medios de comunicación y otros satélites de los alrededores. Desafortunadamente, parece no tener fin. ¿Podremos razonar algo más allá de una pantalla?
Este clima que generan nuestras sociedades occidentales, consiguen que seis segundos de televisión colapsen toda la actualidad durante más de un mes mientras ignoramos los dramas y vejaciones que tenemos a la vuelta de la esquina. Naturalmente, cuando hablo de estos segundos, me refiero al beso de Rubiales a Jennifer Hermoso. Un acto chapucero y propio del que se cree con total impunidad por el hecho de ser hombre. Es la consecuencia de unos valores machistas que todavía impregnan nuestro día a día. El escándalo generado ha motivado que el personaje sea apartado de su cargo y tiene por delante un proceso judicial. Muy bien y adelante, esté donde quiera que esté. A partir de ahora, algunos se lo pensarán a la hora de actuar con la pose del “macarra”.
Desde el día del famoso pico, como lo llama el chulo Rubiales, fue creciendo la polémica y todo eran proclamas contra la discriminación de las mujeres y el patriarcado. Las muestras de solidaridad hacia la jugadora madrileña se multiplicaban. Venían de Suecia o de Estados Unidos. Todo el mundo con la futbolista española.
Veía toda esta controversia y pensaba en el libro ‘Sin velo’ de la activista canadiense de origen egipcio, Yasmine Mohamed. Lleva un subtítulo para enmarcar: “Cómo el progresismo legitima el islam radical”. Su autora cuenta en primera persona, entre otras cosas, como cuando tenía veinte años fue obligada a casarse con un miembro de Al Qaeda en la Columbia Británica con quien tuvo una hija. Más tarde, huyó para protegerla de la mutilación genital femenina. El relato de esta mujer es un viaje a las siniestras catacumbas de la misoginia islámica que vive en barrios y ciudades occidentales. Desde Vancouver hasta Barcelona.
Yasmine Mohamed tira con bala contra las izquierdas estadounidenses y europeas a las que acusa de cómplices de este drama que viven miles y miles de mujeres musulmanas. Les desmonta sus pobres tópicos con la precisión de una campeona de esgrima. Sobre el velo afirma: “Declarar que el velo islámico es un elemento cultural, es tan ridículo como declarar que la tiara papal también lo es”. También en pocas palabras describe el escenario de la mujer en los países islámicos. Impresiona sólo leerlo: “Son mujeres en Irán que son azotadas y encarceladas por no lucir un paño prescrito por un Estado regido por la sharia. Son mujeres en Arabia Saudí que son torturadas en prisión por pedir el derecho a conducir un coche o a viajar sin el permiso de un tutor masculino. Son chicas en Afganistán que son fusiladas por querer ir a la escuela. Son muñequitas en Sudán que se queman ellas mismas porque no quieren que las casen por obligación. Son niñas en Egipto que luchan por mantener sus cuerpos intactos, sin ser mutiladas por una máquina de afeitar”.
Cuando lees estas atrocidades que demuestran que la mujer es considerada, como mucho, un simple animal reproductor en según qué lugares, no puedo dejar de preguntarme dónde están todos aquellos (y aquellas) que han puesto el grito en el cielo por el tema Hermoso. Tampoco nadie pió cuando Rubiales decidió celebrar la copa de España en Arabia Saudí durante un grupo de años por 240 millones de euros. ¿Dónde estaban entonces los derechos de las mujeres de ese país? ¿Las Irene Montero, Yolanda Díaz o Tània Verge, por poner sólo unos ejemplos, protestaron?
Pero no hace falta ir hasta Riad para saber que hay mujeres mortificadas en vida. Están también entre nosotros y quizás a pocas calles de nuestra casa. Pero preferimos escandalizarnos por un beso.
EL MÓN