Y ahora, ¿qué?

Una vez más, Pedro Sánchez ha salido adelante y ha conseguido dos premios en la misma rifa. Por un lado, ha sido investido presidente del gobierno español sin haber ganado las elecciones. Y eso lo ha hecho, descarado, por vez primera en la corta etapa más o menos democrática reciente. Por otro, ha cerrado un gobierno con operarios fieles y excluyendo a las ministras de Unidas Podemos, que tanto trabajo le dieron durante la pasada legislatura. Ya puede bramar la derecha y la extrema derecha españolas -valga la redundancia-, que las penas sin pan son más agrias.

Las cábalas que de ello se han derivado en Madrid –que se han derivado de la composición del nuevo gobierno– son todas coincidentes: un núcleo duro, liderado sin fisuras por el presidente, que tratará de resistir la orquesta –o banda– de la derecha y de negociar a la vez con el independentismo catalán para no perder todas las sábanas en la primera colada. Pedro Sánchez sabe, negociar. Y eso bien que lo sabe Esquerra Republicana, que, por mucho que se empeñe, la pasada legislatura tuvo que soportar el desgaste de unos resultados muy magros en cada acuerdo.

Las incógnitas, las incertidumbres y las contradicciones se encadenan, porque ahora Sánchez tendrá que hacer exactamente eso: frenar una ofensiva que incorpora a casi todos los poderes del Estado mientras se escaldan con la ley de amnistía y contentar a los independentistas de Junts y Esquerra , que compiten uno contra el otro para mostrar a la parroquia un trofeo más importante. Todo esto no es fácil de combinar, aunque el actual líder del PSOE es capaz de ligar con limón un alioli.

Mirando desde esta parte del mundo una de las novedades que más ha llamado la atención del nuevo gobierno de Pedro Sánchez es la exclusión de cualquier voz potente del PSC. Jordi Hereu es excepción y anécdota. El exalcalde de Barcelona no brilla precisamente por ser un hombre de aparato resolutivo en momentos dramáticos. Tuvo suerte cuando prometió el cargo de ministro de un tirón y sin liarse.

Dicen los expertos y sondeos que pueden ser los socialistas catalanes quienes más provecho electoral saquen del pacto entre Junts y el PSOE. Podría ser. Sin embargo, de entrada en un momento de máxima dificultad para aclararse con el independentismo catalán, Sánchez ha prescindido de ellos. No cuentan. Delegó la negociación con Junts en uno de sus fontaneros más eficaces, Santos Cerdán, y ahora se ha parapetado con el nuevo ministro Jesús Bolaños para tratar de contentar o al menos contener a la gente de Puigdemont. Sin embargo, ningún socialista catalán ha sido elegido en esta nueva etapa para lidiar con Esquerra i Junts. Y esto no lo habrán decidido ellos.

Aclarada la previa, el primer ‘Y ahora, ¿qué?’ del nuevo momento en el caso de Pedro Sánchez es una obviedad. Ahora, a verlas venir ya agarrarlas de una en una. Sánchez quiere mandar y mandará. Contra el viento y contra la reacción. ¿Se puede gobernar cuatro años sin aprobar una ley que no sea por decreto y con presupuestos prorrogados? Pedro Sánchez es capaz. Al menos lo intentará y en eso se juega mucho.

El segundo ‘Y ahora, ¿qué?’ corresponde al independentismo catalán. Quizá Esquerra lo tenga más claro, pero vete a saber si más fácil. Pere Aragonès pretenderá alargar la legislatura hasta el remate. Porque las encuestas no le son nada partidarias y cuanto más las pueda retrasar, mejor. Mejor para él. Dicen los sondeos actuales que el PSC aumenta muchos diputados y sacaría diez a los republicanos, y que el independentismo ahora ya no lograría la mayoría absoluta.

No sé exactamente qué estrategia pretende desplegar el president Aragonés, pero, sea la que sea, todo, menos convocar unas elecciones que perdería. Ésta es la estrategia de Esquerra. Mejor dicho, ésta es la estrategia de Pere Aragonès. Seguro que Oriol Junqueras tiene otra, que no pretende desbancar al actual presidente como candidato antes de las próximas elecciones. Los platos rotos, que los pague otro. Desde el poder, Esquerra sólo aspira a mantenerlo, pero no acierta a determinar su cómo. Por ahora, alargar es vencer.

En cuanto a Junts, su ‘Y ahora, ¿qué?’ sólo pretende superar el acuerdo con Pedro Sánchez. Mantenerlo es como besar a una boa. Carles Puigdemont no ha podido evitar investir al presidente español, pero sabe que a esto le puede suceder una amarga factura porque le deja en evidencia ante una parte de sus votantes. A Puigdemont no le ha perdido la fe, porque nunca la ha tenido. Se ha visto obligado y ni siquiera creerá que la amnistía prometida va a valer la pena. Al contrario de Esquerra, el líder de Junts solo aspira a no alargar un apoyo en el que no cree.

Que se desengañen los sensatos. El independentismo no recuperará la unidad, por muy falsa que fue ni por mucho que el president de la Generalitat apele a ella sin demasiada fe. La pregunta ‘Y ahora, ¿qué?’ aplicada al independentismo en su conjunto tiene una respuesta amarga: Y ahora, nada. Quienes quieren desplazar y sustituir a los tres partidos independentistas con representación parlamentaria actual ni siquiera han trazado una alternativa plausible. La cuarta, la quinta y la sexta lista son por ahora como sus números homólogos en la baraja. O no están o no sirven. Y ahora, ¿qué? Y ahora, nada.

EL MÓN