Orilladas en el mar Báltico existen tierras que son países con historias densas y memorias tan conflictivas como las de cualquier otra nación, aunque apenas aparecen en los textos, o en los congresos y seminarios donde se habla de los procesos sociales relativos a la construcción de memorias públicas. Sin embargo, los países bálticos tomaron en su día el reto de contar y evocar las décadas de ocupación y dictadura.
Tras su declaración unilateral de soberanía en 1990, Lituania tardó apenas tres años en inaugurar en Riga el Museo de la Ocupación, una respuesta improvisada a la apelación civil que generan siempre los procesos de transición democrática. Cuatro años más tarde una profunda remodelación consolidó la institución, definió las formas expositivas y tomó la decisión de establecerlo como museo disciplinar, de historia contemporánea de la nación, y con una cronología ceñida a lo que su nombre exigía, la ocupación alemana y soviética, pero con poca referencia a los procesos de resistencia y su evolución. Una opción temática que permite interrogarse de nuevo sobre una cuestión que ya es un clásico: ¿qué memoria se quiere, la del trauma o la de la construcción democrática? Aunque la opción por una u otra evocación nunca es inocente, puesto que un museo siempre es un espacio de poder con independencia de lo que hable, sea pintura, labranza, historia o atuendos.
El museo del que hablo informa sobre el país y las dos ocupaciones, la alemana y la rusa, y distingue entre ellas como distinguimos entre los dos brazos de un cuerpo. Recuerda a quienes sufrieron y murieron bajo el terror de aquellos regímenes, y exhibe su relato con una museografía sin imaginación ni conocimiento de las estructuras museográficas modernas, ya que el museo no es más que una sucesión de paneles compactos y de objetos. El 75% de la financiación del museo procede, principalmente, de tres entidades privadas: la American Latvian Association, la World Federation of Free Latvians y la Latvian Relief Organization Daugarus Vanopi, que, junto con otras organizaciones privadas menores, constituidas por letones instalados fuera del país, especialmente en Estados Unidos, controlan el peso de las decisiones. El Estado letón, por su parte, garantiza la financiación de las exposiciones temporales del museo y algún programa educativo.
Más reciente es el Museo de la Ocupación y de la Lucha por la Libertad, inaugurado en julio de 2003 en Tallin. También su financiación está repartida entre el Estado y varias entidades de emigrantes instaladas en Estados Unidos, que han invertido importantes recursos en el moderno edificio y en un despliegue de proyectos educativos que superan con creces al resto de los países bálticos. Propone una museografía más moderna y con más capacidad comunicativa que el de Riga o de la vecina ciudad de Vilna, aunque coinciden en lo que cuentan. En el Museo de Tallin todos los recursos simbólicos utilizados –decisivos en las estrategias de comunicación de cualquier museo– están orientados a identificar nazismo y comunismo, sin matiz, hasta el punto de haber generado importantes polémicas en el interior del país.
La presencia de la ayuda norteamericana durante los años de ocupación soviética tiene un énfasis extraordinario tanto en la exposición permanente como en la imagen promocional del museo. Su primera exposición temporal, inaugurada el 14 de marzo de 2004, fue una muestra-homenaje a las emisoras Voice of America y Radio Free Europe, financiadas por la Embajada de Estados Unidos en Estonia, emisoras que ciertamente ayudaron a la resistencia a la dictadura, aunque sólo a un tipo de resistentes.
Pero el caso más emblemático es el del Museo de la Ocupación y de las Víctimas del Genocidio de Vilna. Inaugurado en 1997 e instalado en un importante lugar de memoria para los lituanos –un bien restaurado palacio que albergó a los servicios de inteligencia soviéticos– la museografía utilizada es simplemente rancia, sin ningún esfuerzo innovador, pero contundente en su narrativa, que al tratar de la ocupación, ni siquiera hace referencia al periodo nazi, sino que identifica la ocupación exclusivamente con la invasión y permanencia soviética, probablemente porque la guerrilla que luchó contra los nazis entre 1941 y 1945, estaba fundamentalmente compuesta por comunistas autóctonos, que desde 1945 fueron vigorosamente represaliados por los soviéticos, puesto que los comunistas lituanos constituyeron el más importante núcleo político de oposición a la ocupación rusa. Al ignorar el periodo de ocupación alemana, el museo también ignora la deportación de los judíos lituanos a los campos de concentración, y desde luego las operaciones de la División Azul española que, entre 1942 y 1944, estableció su cuartel general y sus acciones de apoyo al ejército hitleriano en Vilna.
Los museos de esas hermosas tierras frías ilustran maravillosamente bien la diferencia que sobre el comunismo soviético existe entre las sociedades del oriente y occidente europeos. Mientras que en occidente es entendido y valorado como el fracaso de una utopía construida con dificultad durante siglos en el transcurso de las luchas democráticas e igualitarias, para los ciudadanos del oriente europeo es algo bien distinto a un fracaso, es una expresión más de la naturaleza del totalitarismo, un rostro más; de ahí las equiparaciones entre comunismo y nazismo que exhiben los museos de nuestra Europa más oriental, aunque esa equiparación les obligue a ocultar o a falsificar.
Público