Siempre que podía, Xavier Rubert de Ventós explicaba que él se había hecho independentista en Madrid y, como aquél que dice, obligado y de mala gana: primero, porque, en la época del “pájaro en mano”, él no quería sentirse ni de la banda catalana ni de la banda española; después, porque, en reuniones del PSOE (partido al que pertenecía), hablaban de los catalanes como de los “otros”, como si él no lo fuera. “¡Soy independentista -acababa clamando al cielo con las manos- para poder estar en España cómodamente!”. Lo explicaba de este modo cuando le entrevistamos en 2007, cuando presentó ‘De la identidad a la independencia’ (Empúries), revisada, en 2014 y en la manifestación del 11 de septiembre de 2017.
En el primer caso, tras una gran manifestación a favor de la inversión en infraestructuras a la que había acudido al día siguiente de salir del hospital, con tres costillas rotas describía lo que había generado su acercamiento al independentismo: “Yo soy más bien españolista. Soy el único, con Ramiro de Maeztu, que ha escrito un libro a favor de la hispanidad. Pero es que esta relación del pájaro en mano genera lo peor de ellos y de nosotros”.
Xavier Rubert había sido diputado por el PSC en la segunda legislatura, de 1982 a 1986. Su incomodidad fue ‘in crescendo’, según explicaba, cada vez que se hablaba de las reclamaciones de la Generalitat o del grupo de Minoría Catalana donde estaba Convergència.
“He asistido a reuniones del Congreso —explicaba en EL TEMPS— en las que se hablaba de los catalanes como ‘ellos’” y de los modos para ‘hacerlos callar’ o ‘engañarlos’: “Eso delante de mí, ¡como si yo no fuera catalán por el hecho de que era socialista como ellos!”, se indignaba Rubert. “Yo era como un niño que escucha las cosas. Veía cómo hablaban de Miquel Roca cuando pedía los trenes, precisamente. ‘Le daremos —decían delante de mí— las vías y nos quedaremos con las estaciones y él, contento’”. Es muy sintomático que Rubert de Ventós pusiera un ejemplo de trenes, porque entonces, hace quince años, acababa de movilizarse para ir a una manifestación reclamando infraestructuras —que básicamente eran ferroviarias— y hoy en día el problema —con tres parches improvisados— todavía sigue existiendo (cercanías, estación de la Sagrera, falso corredor mediterráneo, etc.).
Pero el detalle más antiestético de aquella escena en los despachos del Congreso era otro, que le incomodaba aún más: “Hablaban de mí, de cómo darme por el saco a mí. Allí somos ‘ellos’”.
Esto era la prueba del nuevo nacionalismo excluyente: que le marginaron a pesar de estar allí sin ni darse cuenta de que estaba allí.
En ‘De la identidad a la independencia’, una obra de 1999 que el autor revisó en el 2014 para la Editorial Empúries, Rubert de Ventós explicaba su catalanismo nada esencialista: “De Cataluña, que quede claro, yo no busco ni pido ninguna esencia: apenas la independencia. Independencia, que fue algo que Jaume I la arrebató al rey Luis de Francia en 1258, que ha sido reprimida y mortecina durante mucho tiempo y que deberá ser otra cosa cuando la construyamos a partir de unas instituciones democráticas”.
En las entrevistas explicaba con claridad que esta opción era la única posible después de ver fracasar dos intentos muy distintos a encajar Cataluña y España. Los impulsores de estos intentos —decía— eran dos amigos suyos, Miquel Roca y Pasqual Maragall, que habían intentado “establecer unas relaciones con Madrid de una manera transparente, por un lado, y cordial, por otro”.
Roca, decía Rubert de Ventós, montó el Partido Reformista, “que, en vez de reivindicar el pájaro en mano, decía cómo debía ser España” para evitar desequilibrios y envidias, y no obtuvo ningún apoyo.
Y Maragall “dijo cómo debe ser España para que yo me sienta cómodo en ella” y España, empezando por su mismo partido, rechazó la propuesta (recordemos Alfonso Guerra advirtiendo que el TC pasaría el cepillo al texto del Estatut).
Pasqual Maragall hizo el prólogo a ‘De la identidad a la independencia’ y explicaba así lo que quería expresar Rubert de Ventós: “Para morir de hambre basta con que seas africano, pero para que te nieguen la existencia como pueblo es necesario que seas nacional de una nación-sin-estado. Entonces pueden exterminarte con todas las de la ley. Así concluye la diatriba de Rubert contra el dogmatismo de los derechos individuales invocados, por ejemplo, por Savater o Vargas Llosa”.
Rubert de Ventós recordaría después que “el origen de la democracia es precisamente defender los derechos colectivos”.
Las metáforas de Xavier de Rubert de Ventós no siempre eran fáciles e instantáneas, porque tenía el conocimiento de un sabio y la mente de un filósofo, pero siempre eran reveladoras. Tras la manifestación de la Diada del 11 de septiembre de 2017, la que calentaba motores para el 1 de octubre, Rubert de Ventós lo alertaba: “Ya dije en un discurso el Día de la Vía Catalana que el fuego en el corazón no nos cree humo en la cabeza. Quiero decir que, de todo esto, guardemos la energía, pero no la ‘tontería’. Yo no quiero desear la independencia; yo quiero la independencia”.
EL TEMPS
Publicado el 6 de febrero de 2023
Nº. 2017