Xamar: “Me preocupa más la permanencia del euskera en Navarra que su extensión”

Autor de ‘Orhipean. El país del Euskera’

Xamar, con un ejemplar del renovado ‘Orhipean’.

Xamar, con un ejemplar del renovado ‘Orhipean’. Unai Beroiz

Xamar (Garralda, 1956), profesor y divulgador, perteneciente a la casa Xamarrena, como a él le gusta indicar, fue el creador de Orhipean, que salió por primera vez en euskera en 1992, y que ahora se reedita actualizado por quinta vez en castellano. Un bello regalo, ahora que se acerca Olentzero, publicado por Pamiela.

Esta reedición debe ser muy especial, 32 años después de la primera impresión en euskera.

–Es un libro que funciona, es la quinta reedición en euskera, la quinta en castellano, la quinta en inglés y la quinta en francés. Se agota cada vez que sale, lo que indica que todavía hay gente que por curiosidad, afición, porque es su país o porque no lo es y lo visita, que quiere saber algo más sobre la cultura de este pueblo tan raro que ha permanecido aquí desde por lo menos los romanos, que sepamos.

Este libro surgió cuando aún no existía internet, y sigue funcionando y sigue siendo hermoso.

–Con el tiempo hemos repasado el texto, y le hemos dado un toque nuevo y más moderno a la parte ilustrada.

Desde esa perspectiva y ese afán divulgativo, ¿cuál es la evolución de la cultura vasca desde los noventa?

–Uf, habría mucho que hablar. El bertsolarismo es un ejemplo de caso positivo especial. La última final de Euskal Herria que se celebró en Pamplona fue una muestra de un desarrollo creativo increíble. Estos años han demostrado que puede ser muy atractivo, incluso para la gente joven, porque es la fiesta de la palabra y de la comunicación. Sin embargo, las pastorales en Zuberoa de ser una expresión popular surgida del pueblo, se ha convertido en un espectáculo para turistas, lo que cambia bastante y empieza a tener menos valor.

El cambio sociológico y demográfico es muy grande, e incide en la cultura vasca clásica.

–Es así, la cultura tradicional está basada en una cultura agrícola y pastoril y de pesca, como ha sido hasta el siglo XIX y XX. Pero aunque la gente viva en la ciudad por ejemplo ahora que se acerca Santo Tomás, se busca vestirse de casero, los bailes tradicionales… un punto de identidad, aunque a veces sea muy superficial. Esa necesidad está en todas las comunidades del mundo.

¿Hay riesgo de derivar en una cultura turística?

–Efectivamente, como el drama que ha ocurrido en el norte del país estos últimos 30 años, donde hemos visto prácticamente desaparecer la comunidad lingüística.

Lo destaca en la portada del libro. El euskera marca esa cultura.

–Como en todos los países. En un aeropuerto concurrido cuando oyes hablar a un grupo en italiano, pensarás en principio que son italianos, y si les oyes en ruso, es probable que sean rusos. Es lo que de entrada identifica a los grupos humanos fuera de convenciones políticas y documentales.

¿Esa identificación es clave para que un sector de la sociedad navarra haya sido reticente al euskera?

–Es absolutamente evidente. Se da otra circunstancia en nuestro país y en nuestra cultura. No sé si existen uno o dos pueblos más en el mundo que se identifiquen tanto con la lengua como para ser el criterio por el que se definen. Eso nos ha traído hasta aquí. Roma duró seiscientos años, y el imperio y el latín desaparecieron. Y sin embargo el euskera no, siendo tan pocos hablantes como eran y somos. Creo que nuestra autodefinición pasa por la lengua. Es muy fácil de adquirir esa identidad, porque con aprender euskera ya eres euskaldun.

Navarra sigue estando marcada por una ley lingüística de los ochenta. Hay una evolución lenta y trabada.

–En efecto, más que la extensión del euskera en Navarra, me preocupa su permanencia. Da la sensación de que en la zona en la que el euskera es oficial no hay problemas, pero los hay y muchos, pues esa oficialidad no es tanta como la de la lengua española. La del euskera cualquier juez te la puede tumbar ‘porque estás discriminado al que no sabe’. ¿Qué está por delante, el derecho de un funcionario o el de toda una comunidad a poder hablar su lengua en su territorio?

Lo dice como vecino de Garralda.

–Zona oficialmente euskaldun, donde el problema de la despoblación es absolutamente terrible. No sé si se están dando cuenta las autoridades de hasta qué punto ocurre. A la larga traerá consecuencias en la comunidad lingüística. Hay gente que me dice que donde el euskera es oficial ya está arreglado, y que los sábados ve a mucha gente. Y yo les respondo: Sí, pero el lunes y el martes igual no ves a nadie en muchos pueblos.

Publicó el libro con 36 años, ahora tiene 68. ¿Cuáles son sus anhelos de futuro para la cultura vasca?

–Todo pasa por una buena educación, con información y contenido. Es importante partir de una buena base. El éxito del libro me asusta un poco, porque indica que están fallando otros mecanismos. Este es un libro sencillo, muy fácil de leer. Cuando me dice algún lector que le obligaron a leerlo en la Facultad de Deusto o en Filología, me asusto, porque pienso que esto está en nivel de escuela e instituto, más que nada. Para saber cómo evolucionar hay que saber qué tenemos. Falta conocimiento sobre la cultura vasca entre la ciudadanía, y de ahí viene la necesidad de la divulgación y este libro. Conociendo lo que tenemos, podremos saber cómo evolucionar.

Su obra también es para tenerla en casa, consultarla y picotear.

–Efectivamente, porque el libro se puede leer por donde se quiera, no es necesario empezar por el principio. Son 30 temas y te puede interesar cómo se forman los nombres de las casas, que de ahí vienen la mayoría de los apellidos, o en qué se basaban las Navidades. En castellano vienen de natividad, el nacimiento de Jesús, en la historia de la Biblia, hace 2.000 años. Sin embargo, en euskera hay dos palabras claves que nos indican en qué se basaba nuestra cultura para celebrar las fiestas. Eguberriak viene de egunberriak, los días nuevos, cuando llega el solsticio. La otra es urte, el año, que en realidad literalmente quiere decir ‘periodo de aguas’. Es por eso que por ejemplo en navarra en Etxaleku, en el valle de Imotz o en Sakana se celebra todavía a las doce de la noche el último día del año no están pensando en comer uvas, sino en recoger el primer agua del año que sale de la fuente del pueblo, para repartir el primer agua del año en señal de suerte. Igual entrar en el año nuevo con un trago de agua es más fácil y menos peligroso que comer 12 uvas a toda velocidad siguiendo las campanadas de la televisión.

Atxaga hablaba de la curiosidad ante la toponimia. ¿Cómo suscitarla en las nuevas generaciones?

–Trabajé 20 años en la Ikastola Jaso, desde que se inició, y una de las pruebas que hacía con los chavales, pamploneses y pamplonesas, era escribir en castellano en la pizarra el barrio en el que vivían. Salía Azpilagaña, Mendillorri, Buztintxuri, Ermitagaña, Aranzadi… y luego los veíamos desde el punto de vista del euskera. Como Iturrama, que quiere decir manantial. Y así poco a poco les hacía ver que donde vivían es una tierra del euskera, evidentemente. Era una forma de motivarles y hacerles conocer la tierra donde viven, la más cercana y entender su lenguaje.

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