¿Vuelta al Ruedo?

Comprender la historia equivale a comprender el pasado como una fuerza que actúa sobre el presente

  1. M. Coetzee

Sin ser muy aficionado al deporte de masas (léase, espectáculo), me entero de que la Vuelta a España pasará por Zuberoa este 2023. El Tour de France también, pero esta competición además empezará en Bilbao. Ambos eventos deportivos cruzan la muga, como ‘buenos europeos’. En cambio, la Itzulia (Euskal Herriko Itzulia o Itzulia Basque Country) discurrirá por los territorios peninsulares pero no cruzará a Iparralde. ¿Acto fallido? ¿Simbólico? Significativo por supuesto. Desconcertante, en cualquier caso.

Ocurre que cada vez más nos acostumbramos a que las actividades de nuestro país en clave simbólica, nacional, se refieran a la EAE. Lo vemos en ETB y tantas otras entidades e instituciones. Hace unos días un escritor ¿vasco? explicaba que la trama de su última novela transcurría en una cueva del corazón de Euskal Herria, en el macizo de Aizkorri. Desde luego, Aizkorri está en el país pero, sin negarlo, al presentarlo como el corazón del territorio (a veces como la montaña más alta de Euskadi) diríase que esa visión del mapa nos remite a la EAE/CAV.

A cuenta del ‘procés’ catalán el periodista Vicent Partal advierte que muchos observadores ajenos, pero también naturales, han acabado por identificar Cataluña con el Principado. “A este respecto, en el Principado todavía pesa demasiado el mapa de la región española que lleva el nombre de Cataluña y la identificación acrítica entre comunidad autónoma española y nación” (“Macron no es el extranjero invitado: no menosprecien la Cataluña Norte”, V. Partal, Vilaweb, 9.1.23). Es un problema de enorme calado, que incide en la comprensión que los propios sujetos tienen de su nación.

Esta identificación entre el mapa autonómico español y la comunidad nacional nos está sucediendo también a nosotros. País Vasco. Basque Country. Euskadi… ¿No es lo que pasa con el nombre que Sabino Arana propuso para designar el actual país del antiguo reino de Navarra, y se ha quedado en un reducido ámbito autonómico, un parque temático de la vasquidad occidental?

Sin embargo, Partal añade una reflexión inquietante. “Reducida a comunidad autónoma, Cataluña sólo se explica por referencia a España y en España. Reducida a puro departamento, Cataluña sólo se explica por referencia a Francia y en Francia. Pero Cataluña, si quiere ser una nación –y quien dice Cataluña dice Països Catalans– debe explicarse por sí sola”.

Esta identificación acrítica entre comunidad autónoma y nación (País Vasco, Cataluña) tiene mucho que ver con la fragmentación territorial que nos aqueja, y que proviene de siglos de violencias, imposiciones, ocupaciones y guerras sobrevenidas desde ambos Estados. En efecto, las divisiones administrativas que nos han encajado han acabado, por la inercia del discurrir cotidiano y la dinámica del nacionalismo banal (Michael Billig), por generar identidades apócrifas. Parciales. Bastardas. Guipuzcoanos, navarros (sólo los de Alta Navarra), vascos (solo los de una parte), vizcainos…

Es un problema de conciencia nacional, evidentemente, y por ello un problema de relato. Una nación, como dice Partal, “debe explicarse por sí sola”. No hemos desarrollado un relato nacional que nos englobe, que nos dé entidad colectiva, y que explique esas vicisitudes y fragmentaciones territoriales –históricas, sobrevenidas, violentas– que inciden sobre el concepto de nuestra nación.

Es natural que, sin un argumento narrativo detallado, crítico, explícito, de episodios tales como la conquista de 1512 (y la fractura territorial de Alta y Baja Navarra), la invasión de 1200 (y la fractura entre el territorio actual de la EAE/CAV y Navarra), el Renacimiento en Baja Navarra, el fracaso del proyecto de Estatuto de 1931, etc., etc., no dispongamos de una percepción unitaria de la nación vasconavarra.

Al contrario, la aculturación y la asimilación de relatos españoles y franceses nos ha conducido a la celebración de los más indignos episodios de ruptura interior, de quiebra y división interna, y los acabamos festejando y transformando en hitos colectivos: la batalla de San Marcial, Beotibar, López de Haro, Ignacio de Loyola, los cañones de Belate en el escudo…

El escritor Miquel de Palol, en un artículo reciente, afirmaba: “Un Estado no es un ente sociopolítico que una comunidad es, sino que la comunidad tiene. Lo que se es o no se es, es una nación. Y una nación se fundamenta en un relato, y el relato se construye en torno a elementos que los actuales gestores de la catalanidad parecen desconocer, o ser incapaces de articular: la historia, las realidades y los emblemas, los símbolos, las tradiciones, las costumbres, las figuras, los mitos. Las arterias que discurren por estos ámbitos son las de la cultura: pensamiento, ciencia y arte”. (Mirar hacia adelante o no ser. Miquel de Palol. El Punt-Avui. 28/12/22)

Cuando celebramos eventos colectivos tan simbólicos (nacionales, de acuerdo con Michael Billig) como una vuelta ciclista al país, o estas fiestas locales tan vinculadas a la identidad, deberíamos tener presente esta reflexión que atañe al relato. Para que no suceda que, como Iparralde en la Itzulia, acabe sirviendo para fragmentarnos, para alejar y enajenar territorios. Para que, en definitiva, no sea una vuelta de tuerca más; una Vuelta al Ruedo (ibérico; sin la menor pretensión de bromear ni hacer juegos de palabras).