Vox no es un partido político. Formalmente sí lo es, porque reúne todos los requisitos legales que una agrupación franquista necesita para disfrutar de este estatus en un Estado como el español donde Franco, si viviera, estaría tranquilamente repantingado en el sofá de su casa mirando la tele. En Alemania, Hitler no podría hacerlo, pero Franco, en España, sí. Basta con mirar cómo murió uno y cómo murió el otro. Vox es el heredero ideológico de aquel fascismo. Pero sus votantes no son como los toros de lidia, que según se dice constituyen una raza aparte creada únicamente para la Fiesta Nacional española. Quiero decir que los votantes de Vox no son un conjunto de individuos diseñados genéticamente para votar esta formación, sino que ya existían antes como votantes del PP, de Ciudadanos y del Partido Socialista. Sí, sí, del Partido Socialista también. ¡Por supuesto, que sí! Basta con observar las manifestaciones “por la unidad de España”: los cuatro muy juntitos, codo con codo, Vox-PSOE-PP-C’s, en medio de una ringlera de siglas y símbolos netamente fascistas. Las fotos que dejan constancia de la presencia de Miquel Iceta, Salvador Illa y compañía en estos encuentros ultranacionalistas españoles, hablan por sí solas.
Vox es el fruto de una operación de Estado contra el independentismo, una operación que puede ser desactivada en cuanto deje de ser necesaria. Todo depende de Cataluña. Mientras Cataluña ha permanecido sumisa y obediente, la existencia de Vox ha sido carente de fundamento. No había que apalear catalanes en la puerta de los colegios electorales, ni tener presos políticos, ni medio gobierno catalán en el exilio, ni inhabilitar presidentes de la Generalitat, ni criminalizar artistas, alcaldes, concejales o ciudadanos demócratas. Cuando el sujeto calla, el dominador se relaja. Pero el Uno de Octubre lo cambia todo y España se siente obligado a abandonar la posición de lo que nunca había dejado de ser, es decir, un Estado franquista en reposo, para emprender la actual cruzada contra los infieles catalanes. Es así como todas las instituciones españolas, gobierno, casa real, tribunales, fiscalía, policía, Guardia Civil, fuerzas armadas, CNI, cloacas del Estado… se activan bajo un pensamiento único, como corresponde a un Estado de pensamiento único, que dice que la unidad de España está por encima de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Estos últimos tres años hemos tenido notables ejemplos de este paroxismo español, un paroxismo que prescinde de los dictámenes de los tribunales europeos y de las Naciones Unidas. Ocurre, sin embargo, que hay que mantener las formas y guardar las apariencias. Por ello, al igual que si quieres que no se note mucho que eres un facha, un racista, un machista o un homófobo tienes que ponerte al lado de alguien que sea más facha, más racista, más machista o más homófobo que tú, también a los partidos del 155 y factótums de la cruzada (PP-PSOE-Ciudadanos), les convenía la presencia de un artefacto como Vox que dijera lo que piensan pero que no pueden decir. No hay nada mejor para parecer buen chico que tener al lado un energúmeno. En otras palabras, Vox es el instrumento que hace el trabajo sucio a PSOE, PP y Ciudadanos; Vox es quien pone la denuncia que ellos no se atreven a poner, Vox es quien vomita lo que ellos no pueden vomitar, Vox es quien agita la catalanofobia que ellos no pueden agitar… Lo han creado para eso, para no tener que poner en evidencia su totalitarismo, como lo hacen sin escrúpulos, por ejemplo, Turquía, Rusia o China. La Unión Europea tiene sus topes.
Esta operación de Estado es tan diáfana, tan de manual español, que lo que llama la atención no es su montaje, sino que haya un partido independentista que la legitime advirtiéndonos del peligro de que Salvador Illa sea presidente con los votos de Vox y de la necesidad de crear un cordón sanitario contra este partido. Como si ser presidente de Cataluña con los votos del PP y Ciudadanos no fuera lo mismo, como si PP y Ciudadanos no fueran partidos de extrema derecha y de raíz franquista y catalanofóbica. Sobredimensionar a Vox, poner el foco en esta formación, es hacer el juego a la operación de Estado, es hacer buenos aquellos partidos que el Estado quiere hacer pasar por buenos.¿Entonces con qué intención puede querer un partido independentista seguir el juego del Estado haciéndonos creer que el peligro para Cataluña es Vox? Pues, por ejemplo, con la intención de que, llegado el caso, no se vea como una barbaridad que ocupe el gobierno de Cataluña junto a Podemos con el apoyo externo del PSOE de Salvador Illa. Se entiende, ¿verdad? De los electores depende de que este tiro en el pie no sea posible. El peligro, amigos, no es Vox; el peligro para Cataluña se llama Estado español. No es de Vox de quien hay que protegerse y liberar; es del Estado español.
EL MÓN