El nacionalismo español, ante el proceso soberanista catalán, ha disfrazado sus amenazas de profecías. Pero en realidad son amenazas. Donde dicen “Os derrumbareis” están diciendo “Os derrumbaremos”. Donde dicen “Quedaréis fuera de Europa” están diciendo “Haremos todo lo que podamos para que quedéis fuera de Europa”. Donde dicen “Cataluña es económicamente inviable” están diciendo “Boicotearemos la viabilidad de Cataluña”. Las cosas que se presentan como hechos casi meteorológicos, inevitables, son en realidad territorios abiertos en los que todo dependerá de las voluntades. Sólo de la voluntad de los catalanes, en algunos casos. En otros, también de la de los españoles, de los europeos y del mundo.
En el proceso soberanista catalán, que puede llevar a la independencia y al Estado propio -para mí, estrictos sinónimos-, hay cuatro fases en las que las voluntades se pueden articular de una u otra manera. Obviamente, si el proceso descarrila en una fase, no llega a la siguiente. La primera fase es la del día 25. Según cuáles sean los resultados el proceso se reforzará, se detendrá o se mantendrá con un ala arrastrando. Ya hemos visto, con los titulares eufóricos de algunas de las encuestas del domingo, cuáles son los datos que harán de indicadores: la participación, el resultado personal del presidente Mas y el volumen del soberanismo en el Parlamento. Si los tres datos son buenos para el proceso de crecimiento, los tres, pasaremos a la siguiente pantalla. Si alguno de los tres es malo, el proceso quedará muy tocado. Esta fase depende exclusivamente de la voluntad de los catalanes. Desde fuera de Cataluña se intentará mediatizar -con amenazas, pero sólo votan los catalanes.
La segunda fase será llegar -tras unos buenos resultados el 25- a un referéndum vinculante. Aquí nos encontraremos con la oposición feroz del Estado. Pero en esta segunda fase el soberanismo catalán tendrá aliados internacionales: no hay ningún demócrata en Europa ni en el mundo que pueda entender y explicar en voz alta que el referéndum no se convoque, si estaba en el programa explícito del presidente y del 70% de un Parlamento elegido democráticamente. En la segunda fase, España se resistirá tanto como pueda, pero habrá una fuerte presión internacional, espoleada por el ejemplo escocés y británico, para que el referéndum se lleve a cabo. Incluso por parte de algunos que no tienen simpatías por la idea de una Cataluña independiente. Una cosa es estar en contra de la independencia y otra impedir que la gente pueda votar sobre su futuro.
La tercera fase es quién gane el referéndum. Y aquí sí que el proceso soberanista se encontrará bastante solo. Porque algunos de los sectores exteriores que, por demócratas, se movilizarán por el referéndum, se movilizarán también para que gane la opción de quedarse en España y negociar. La idea de un cambio de fronteras no resulta simpática en el mundo. Habrá campaña por el no en Cataluña, obviamente en España, pero también en Europa y en el mundo. Nos dirán que no nos conviene. Que más vale negociar. Nos lo dirán -si llegamos a esta pantalla, los unos de manera chapucera y amenazadora y otros de modos impecables y finísimos. Pero otra vez la decisión estará sólo en Cataluña.
Y llegamos a la última pantalla. El independentismo gana el referéndum y proclama la independencia. ¿Quedaremos fuera de Europa? ¿Y del euro? ¿No nos reconocerá nadie? Todas estas preguntas, en esta pantalla, ya no tienen sentido. Son preguntas de campaña para las pantallas anteriores, motivos de debate durante el proceso. Cuando se acabe el proceso, si termina en la independencia, dejarán de tener sentido. Entonces llegará -no sé si inmediatamente a España, pero seguro que a Europa- el tiempo de la realpolitik: quizá no nos gustaba la idea de una Cataluña independiente, pero ahora que ya lo es, ¿qué hacemos? ¿Cómo convivimos? ¿La dejamos fuera de Europa y nos amputamos un espacio geográficamente estratégico y económicamente relevante? ¿Le hacemos el vacío internacional? Cuando los hechos se han consumado, el realismo es la primera ley de la política. Si Europa no deja caer Grecia, ¿como se amputaría Cataluña? Si las vías de comunicaciones entre Europa y la Península, África e incluso Asia pasan por Cataluña, ¿dejaremos Cataluña al margen?
En cada pantalla del proceso discutimos lo que discutimos. En la que estamos ahora, la primera, discutimos si tendremos suficiente fuerza política para forzar la convocatoria de un referéndum. En las próximas pantallas, las discusiones serán diferentes y los argumentos y las alianzas también. Ahora lo que nos toca, a pesar de las amenazas, es votar sin miedo.