MILENA era guapa pero de una belleza distante, su rostro era dulce pero no afable, su cutis, con sombras de agotamiento, estaba casi siempre pálido. Lo verdaderamente cautivador eran sus ojos, de un azul intenso que brillaban por sí mismos. Era hija del conocido médico de Praga y catedrático de universidad Jan Jesensky. Cuando la conocí mas íntimamente, me contó también su pasado; supe así que de 1920 a 1922 había sido novia de Franz Kafka. Conoció al escritor cuando tradujo al checo La metamorfosis. El gran papel que desempeñó Milena en la obra y la vida de Kafka, el más importante narrador en lengua alemana del siglo XX, puede deducirse de sus diarios y de las Cartas a Milena, publicadas en 1952”.
Margarete Buber-Neumann, a quien le debemos esta semblanza de Milena Jesensky (Milena, editorial Tusquets) nació en Postdam (Alemania) y su vida fue un horror. Casada con un hijo de Martin Buber, filósofo e ideólogo del sionismo progresista, mantuvo el apellido al divorciarse para contraer matrimonio con Heinz Neumann, alto dirigente del Partido Comunista Alemán. Tras el triunfo del nazismo, ambos se refugiaron en la Unión Soviética, donde vivieron en la asfixiante y paranoica atmósfera del Hotel Lux, un coto de dirigentes comunistas exiliados que eran las piezas a cobrar, donde los teléfonos estaban intervenidos, el correo controlado y el temor a los chivatazos generalizado. En 1937, el fatídico año de las purgas y el terror, Heinz Neumann fue arrestado por la NKVD, policía política soviética antecesora del KGB, y desapareció sin dejar rastro. Un año después, Margarete era detenida, ingresada en la prisión Butirka de Moscú, acusada de trabajar junto a su marido para escindir el Partido Comunista alemán y condenada a un campo de concentración en Siberia.
testimonio tremendo Su testimonio es tan tremendo como el Archipiélago Gulag de Alexandr Solzhenitsyn, aunque, bien mirado, este último se queda corto porque Margarete Buber-Neumann vivió el calvario de los campos de concentración del derecho y del revés: casi moribunda entre aquel ejército de espectros con quienes compartía infortunio, fue conducida a Moscú, donde se le trató con toda delicadeza hasta que, una vez presentable, ¡fue entregada a los nazis! Esta entrega de camaradas a sus peores enemigos era parte de una de las cláusulas secretas del acuerdo entre Hitler y Stalin de 1939 en virtud de la cual exiliados alemanes en la Unión Soviética considerados heterodoxos eran devueltos al Reich. Así que vuelta y vuelta en la parrilla, como una improbable San Lorenzo, Margarete tocó dos veces fondo en los campos de concentración comunista y nazi. Si les interesa conocer los detalles del viaje al infierno de ida, vuelta e ida no duden en leer sus memorias Prisionera de Stalin y Hitler (Editorial Galaxia Gutemberg). En el campo de concentración de Ravensbrück, donde el mundo se había vuelto ciego y reinaba la noche ceñuda, se produjo el extraordinario encuentro y convivencia -“conmoriencia” sería más preciso si existiera tal palabra- entre Milena y Margarete. Milena había sido, brevemente, militante del Partido Comunista checo, pero tanto su postura como su actividad políticas estaban delimitadas y determinadas por un criterio moral propio, ya que para ella los valores humanos eran mucho más importantes que el programa del partido. A partir de 1920, Milena empezó a escribir para diferentes periódicos de Praga. Al poco tiempo, se había convertido en una de las más conocidas periodistas checas. Hasta su captura trabajó en el periódico de la clase media izquierdista Pritomnost; le preocupaba en especial el problema de las minorías nacionales en Checoslovaquia.
esperanza vana Hitler había engañado a las democracias occidentales en el Pacto de Múnich y el destino de la joven República de Checoslovaquia era cuestión de tiempo: el que el dictador nazi se tomara para hacerse con el país como quien roba manzanas al paso de sus tanques. A pesar de la situación de amenaza contra Checoslovaquia, en el verano de 1938 Milena no había abandonado todavía en absoluto la esperanza de que tanto el ejército como el pueblo checo fueran capaces de presentar resistencia a Hitler. Ignoraba que tanto ella como sus compatriotas se encontraban en una posición perdida de antemano. Cuando se produjo la anexión alemana (1939), Milena pasó a la clandestinidad organizada en los grupos patriotas checos. Detenida y acusada de terrorismo por la Gestapo, tratamiento generalizado para todos los que se opusieran al nazismo en los países ocupados, fue llevada al campo de Ravensbrück. Allí descubrió la amarga verdad de la colaboración de bastantes prisioneras alemanas de ideología izquierdista con sus represores. Hoy llamaríamos a esa conducta “síndrome de Estocolmo”, pero Milena iba más lejos aún. Cierto, 22 millones de alemanes no habían votado a Hitler pero, cierto también, pareciera como si el ciudadano de cualquier país llevara en su interior, consciente o inconscientemente, la marca de su nación. Una especie de seguridad que tiene en sí mismo, que es como un reflejo del poder del Estado al que pertenece. Margarete Buber-Neumann, alemana como habíamos dicho, anota: “Desde que Alemania ha adquirido tanta fuerza y desde que su propaganda infla dicha fuerza como se hinchan las velas por sí solas y vuelan por encima del agua, los alemanes caminan del mismo modo por el mundo, como dominadores orgullosos, afirmando que son de mejor sangre que los demás”.
Lo terrible es que ese insano espíritu nacional corroía todo, las relaciones con los carceleros de las SS y las propias relaciones entre las presas, más aún las relaciones entre las militantes comunistas. Margarete detalla: “Éramos prisioneras y no podíamos replicar a las voces ni devolver los golpes; habíamos sido privadas de todo derecho. No pienso únicamente en las superiores que nos maltrataban, como las jefas de bloque y de departamento, sino también las simples prisioneras. Entre dos políticas veteranas del bloque I culminó una de estas polémicas con una exclamación inaudita: ¡Cuándo estemos fuera de aquí, tendrás que responder ante el partido!”
Juicio demoledor El juicio de Milena sobre el comunismo, producto de su extraordinaria perspicacia y ajeno a la experiencia de haber vivido en una sociedad sovietizada, era claro y demoledor. Confirmaba de esa peculiar manera lo que había escrito el científico y filosofo cristiano Blaise Pascal tres siglos antes: “Uno puede llegar a la fe mediante los signos externos de la fe”. Por el contrario Margarete había necesitado pasar de ser esposa de dirigente de ringorrango de la Internacional Comunista a “enemigo del pueblo” para llegar a la misma conclusión.
Entre los años 1940 y 1944, dos mujeres mantuvieron la más extraordinaria relación en el más pavoroso lugar imaginable: el campo de concentración nazi de Ravensbrück (Alemania). Esta es su historia, inseparable de la de los dos regímenes políticos que
La vida, o lo que fuere, en el campo de concentración, transcurría golpe va, golpe viene. Margarete cuenta: “Los golpes son difíciles de soportar, pero mucho, mucho más intolerable es que todos los días te den pruebas de que no vales nada. Afirma el cristianismo que el hombre es purificado y ennoblecido por el dolor. La vida en el campo de concentración ha demostrado lo contrario. No hay nada más peligroso que el sufrimiento, que un exceso de aflicción. Y la afirmación vale igualmente para el individuo aislado que para pueblos enteros. Una idea anticipada de todos los castigos del infierno consistirá en tener que volver a vivir la propia vida con la perspectiva de su conocimiento, siendo lo peor no ya la visión interna de los actos evidentemente malos, sino la de aquellos que en algún momento habíamos considerado buenos”.
Cuando, en 1941, Hitler atacó alevosamente a los rusos, muchos de los políticos de otras naciones y no solo comunistas se entregaron a una exaltación pro-rusa. Milena, vista de azor, anticipó el cuadro de lo que podría esperarse de una Europa bajo el dominio de Stalin, profetizando lo que ocurriría en 1945.
Es un hecho contrastado, las dictaduras comunistas así lo revelan, que el deseo de la justicia social absoluta ha creado las injusticias sociales más graves del mundo y la ocupación en el destino del otro -descuidando la propia existencia- ha llevado a los asesinatos en masa más espantosos.
Las dictaduras de Hitler y de Stalin demostraron que la industria moderna puede ser perfectamente desarrollada con esclavos, tan solo hace falta no permitir que falten hombres ni materia prima. Los campos de concentración rusos, al igual que los alemanes, fueron instituidos para aislar a los enemigos del Estado y ambos sistemas coincidieron en su desprecio al individuo y en considerar lícita su utilización como esclavos.
“Como Milena era escritora, al oír mi relato de los acontecimientos en Siberia resolvió -si continuábamos con vida y alguna vez nos veíamos en libertad- publicar un libro. En su fantasía creó una obra sobre los campos de concentración de las dos dictaduras. Esta posibilidad de liberarnos de nuestro medio ambiente y abandonarnos a temas a los que no tenían acceso las SS representaba mucho. En el campo de concentración, en el que cada día puede llegar la muerte, el espíritu no es tampoco una fortaleza inexpugnable”.
Milena no pudo publicar su libro. Aquella que había sido destinataria y musa de la correspondencia amorosa más inspirada del siglo XX no pudo transmitir de propia mano su viaje al averno al morir de tuberculosis en el campo el 17 de mayo de 1944. Kafka le había escrito en una de sus cartas:“Querer la muerte pero no el dolor es mala señal, porque de ser así nos atreveríamos a morir”. El autor de El proceso nunca imaginó que su novela se hiciera realidad en la pasión y muerte de su amada.
Margarete consiguió llegar con vida a la liberación del campo. Dedicó su existencia a la lucha contra el nazismo y el comunismo al que había servido con tanta fe como posterior amargura. Murió en Fránkfurt en 1989, no sin antes haber dejado escrita, en cumplimiento de su promesa, la biografía de Milena y su autobiografía, durante cuatro años compartida allí donde el género humano perdió su condición.
DEIA