Vía muerta. El difícil encaje de Catalunya con España


España es, cada vez más, una vía muerta para las aspiraciones políticas, sociales, económicas y culturales de los catalanes. Compadezco a los que todavía esperan encontrar una vía de encaje de Catalunya en España con la esperanza que pueda llegar a satisfacer la dignidad nacional de nuestro país, porque cada día hay pruebas más contundentes de la inviabilidad de ese proyecto. En este momento, no conozco nadie que tenga un proyecto de relación que no sea ir aguantando. No lo digo con desprecio, porque no sólo es una aspiración legítima, sino que ha habido razones por haber creído que esta era una buena opción, la menos traumática o la que tenía más oportunidades de éxito. Pero históricamente, los intentos de implorar a los españoles que nos dejaran ser sin tener que renunciar a las propias aspiraciones nacionales, es decir, que entendieran España como una nación de naciones, o una confederación de Estados, o un Estado plurinacional, o una federación asimétrica de naciones y regiones, en definitiva, que fueran capaces de añadir un plural a su proyecto político para convertir España en las Españas, han sido un fracaso tras otro.

Con la recuperación de las instituciones democráticas, la Constitución de 1978 y el Estatuto de 1979, pareció que se abría un camino que haría posible reconciliar la España democrática con la plenitud de la nación catalana. Bien pronto se vio que no era así, y que las puertas que habían quedado ambiguamente abiertas se iban cerrando muy rápidamente. El lunes hará veintiocho años del 23-F. Quién diga que la Constitución deja abiertas todas las posibilidades, miente. Precisamente, lo único que garantiza la Constitución es que pueda ir cerrándolas según sea la voluntad de un Estado consubstancialmente unitarista. Pujol sobrevivió veintitrés años, haciendo de la necesidad virtud, y sabiendo que si abría el melón de la reforma el retroceso sería de una gran magnitud. El optimismo ingenuo de Maragall hizo que se dejara la piel como presidente. ERC perdió la inocencia, también en la Moncloa, en cuatro escenas de sofá de Zapatero con Carod. Mas arrastra el lastre de un pacto que nunca se cumplirá. Y Montilla, en la intimidad, ya debe de tener inconfesables querencias independentistas. En España, siempre acabamos haciendo la pasarela.

Esta semana. las evidencias que España es una vía muerta para los catalanes se han acumulado. La Vanguardia, diario nada sospechoso de veleidades independentistas, especulaba sobre la posibilidad que el Tribunal Constitucional no reconociera el carácter “nacional” que da el Estatuto al himno, la bandera y el Once de Septiembre. Por otro lado, nos enterábamos que las ONG estrictamente catalanas no podrán optar a los recursos del 0,7 por ciento del IRPF. Justo es decir que muchas ONG catalanas ya se habían desnaturalizado en previsión de esta presión que llegaba por otros canales, como por ejemplo vetar su presencia en las asociaciones internacionales. Pero la nueva jugada es perfecta para completar un proceso anexionista que adelanta imparable por tierra, mar y aire. Al expolio fiscal, podremos añadir el secuestro del voluntariado autóctono, con el profundo cambio de cultura asociativa que esto implicará. Por si no fuera suficiente desgracia, Vidal-Quadras, diputado europeo del PP, conseguía que el Parlamento de Bruselas censurara la inmersión en las escuelas catalanas y reivindicara el derecho de los padres a escoger la escolarización en español. Que quede claro que no se trata de defender el derecho individual a recibir la educación en la lengua familiar, porque esto significaría que se hiciera también en árabe, amazic o chino, pongamos por caso. No: es el derecho de imponer la lengua del Estado en contra de una política en favor de la igualdad de oportunidades, de la cohesión social y de la supervivencia de una lengua que sólo se habla aquí. ¡Y para más escarnio, esto se ha hecho en un documento sobre las ventajas del multilingüismo en Europa! La dignidad nacional expresada en unos símbolos, el derecho de nuestra sociedad civil a existir sin tutelas o el hecho de que nadie pueda poner en peligro la cohesión social de los catalanes con el pretexto de la lengua del Estado, España no sólo no nos lo garantiza, sino que es la causa directa del desprecio y del abuso. ¿Alguien podría imaginar una Constitución que menospreciara unos símbolos nacionales que considerara propios? ¿Alguien podría entender que un gobierno forzara la desnaturalización de su sociedad civil si no es porque no la consideraba propia? ¿Alguien se imagina Bruselas discutiendo en Francia la lengua obligatoria de sus escuelas? ¿Cuál es la diferencia? La respuesta es elemental: tener una Constitución propia, que las fronteras del Estado se correspondan con las de la sociedad civil y no al revés y que ninguna lengua se utilice para dividir el país o aniquilar la propia cultura.

Si no fuera por la españolización mental que da carta de naturaleza -y hace invisible- a un sistema de dominación injusto e indigno, las provocaciones permanentes de la España unionista habrían desvelado, ellas solas, la conciencia dormida de muchos catalanes. Si no fuera por la red de intereses que ofrece oportunidades a quienes renuncian a su condición nacional, la causa española tendría los días contados. Si no fuera por sentimientos difíciles de racionalizar, en este momento serían una gran mayoría quienes se habrían dado cuenta de que España es una vía muerta de la cual hace falta salir, porque no nos lleva a ninguna parte.

Noticia publicada al diario AVUI, página 22. Viernes, 20 de febrero del 2009

* Salvador Cardús y Rubio / Sociólogo y escritor

Publicado por Avui-k argitaratua