Teniendo en cuenta el marco político y social en el que nos encontramos actualmente el asunto nos suena a utópico, irreal e intratable, y por ello no es ni mucho menos un tema de conversación al que se pueda recurrir de manera habitual, bien sea para las ocasiones en las que “hay que hablar de algo” o para cuando realmente tengamos intención de dar nuestra opinión al respecto, abiertamente y sin calibrar quién está delante y por qué hemos sacado el tema a relucir.
Siendo optimistas, podremos afirmar que llegará el día en que se nos pregunte a bocajarro si deseamos la independencia con respecto a los Estados español y francés. Se nos brindará la asombrosa posibilidad de ver sueltas las cadenas que nos atan a aquellos y caminar de nuevo en libertad. En realidad todo esto se asemeja demasiado a un sueño irrealizable y en consecuencia ni tan siquiera reflexionamos o parlamentamos sobre ello, máxime dada la situación política en la que nos encontramos a día de hoy.
No obstante, sería interesante que pensásemos y debatiéramos acerca de esta posibilidad ya que, como es obvio, la disyuntiva del sío no traería consigo otras circunstancias político-sociales que deberían ser tenidas en consideración.
Para el día en que nos pregunten si queremos ser libres o no, es de suponer que la sociedad vasca tendrá las ideas claras sobre lo que cada una de las dos opciones va a significar para todos y cada uno de nosotros, a nivel cultural, social, económico y político, tanto en el momento de la votación como en un tiempo futuro.
Pero antes de llegar a estos conocimientos básicos, nosotros mismos podríamos ir planteándonos otras cuestiones de importancia que se nos quedan en el aire. ¿Quién nos va a dejar elegir y por qué? ¿A quiénes irá dirigida esa oportunidad de votación? ¿A los habitantes de Hegoalde? ¿A los de Iparralde? ¿O a todo el pueblo vasco? En ese caso, ¿quiénes son los que constituyen dicho pueblo?
La historia nos dice que pueblo vasco sólo existe uno, el mismo que se encuentra a ambos lados de los Pirineos y sobre el que, por lo tanto, recaería la opción de votar por su independencia. Llegados a este extremo la cuestión se vuelve aún más utópica si cabe y, no sólo por la existencia de unas divisiones administrativas a las que estamos sujetos y que nos están separando, sino por la fragmentación social que sufrimos todos los que formamos la nación vasca y que, lamentablemente, es más grave y autodestructiva que la de tipo administrativo.
Bien es sabido que un pueblo unido en anhelos e intereses, aún estando rodeado de una serie de circunstancias político-administrativas desfavorables, verá con más probabilidad la posibilidad de elegir y alcanzar la independencia que otros cuyos miembros no saben muy bien a dónde pertenecen y qué es lo que quieren.
Quizás primeramente deberíamos cuestionarnos qué pensamos sobre nosotros mismos, si sentimos que formamos parte de la misma patria a la que pertenece un zuberotarra o un alavés, o si esa tierra es exactamente la misma para un guipuzcoano que para un navarro.
Libertad solo hay una, como sólo uno puede ser el pueblo vasco. Pero votos, miles, tantos como opiniones, como puntos de vista políticos; tantos como formas de sentirse vasco. Reconozcamos que la independencia no es un regalo, es un derecho reservado a aquellas personas que viven, de forma consciente, su protagonismo dentro de esa nación a la cual están unidos; nación vasca que, por razones históricas irrebatibles, es merecedora de tal derecho.