Bastante lamentable el papel de la Unión Europea en la violación escandalosa de derechos fundamentales llevada a cabo por el Estado español prohibiendo, primero, que el presidente Puigdemont y los exconsejeros Toni Comin y Clara Ponsatí se presentaran a las elecciones europeas, y después, torpedeando que los dos primeros ejerzan como eurodiputados. España, acostumbrada como está a violar las libertades con total impunidad, creía que esta vez también se saldría con la suya. Pero la madeja se iba envolviendo a medida que pasaban las horas y, acobardada, no tuvo más remedio que dar marcha atrás. Entonces, cabreada por el fracaso, puso en marcha una operación para que el Parlamento Europeo, por decisión unilateral de su presidente, Antonio Tajani, prohibiera la entrada a Puigdemont y Comin. Es la praxis del fascismo: un Estado totalitario, como el español, pide a un fascista, como Antonio Tajani, que viole los derechos de los eurodiputados mencionados y del millón de personas que les han votado. A este nivel de degradación hemos llegado: un Parlamento Europeo que se atreve pontificar sobre derechos humanos, presidido por un fascista.
Ésta, sin embargo, es sólo la síntesis de los hechos. Otra cosa son los elementos que rodean la cuestión de la violación de derechos y sus consecuencias. La maldad, con respecto a la prohibición inicial, queda patente en el hecho de que España y sus tribunales sabían perfectamente que era antidemocrática y que vulneraba derechos básicos, y, sin embargo, a pesar de saberlo, tiraron por la directa confiando en que el presidente Puigdemont lo aceptaría sumiso. Pero no hubo sumisión, sino contraataque, y también internacionalización del caso, y, con el rabo entre piernas, España tuvo que rectificar ofreciendo el esperpéntico espectáculo de unos tribunales pasándose el muerto del uno al otro para intentar evitar el descrédito en el exterior.
Al ver a venir que si no se permitía las candidaturas de Puigdemont, Comin y Ponsatí, el resultado de las elecciones europeas quedaría invalidado en todo el Estado español, al ser circunscripción única, la rectificación se hizo inevitable. Pero buena parte del daño ya estaba hecho, porque ha supuesto una pérdida de tiempo para los candidatos y ha violado el principio de igualdad. Sólo hay que ver el perjuicio que supone el impedimento de acceder al Parlamento cuando se están formando los grupos que lo integrarán. En otras palabras, se ha causado un agravio gravísimo a los candidatos, personas inocentes y absolutamente libres de acuerdo con el derecho internacional, y un agravio a la ciudadanía europea que representan.
Sea como sea, está la cuestión que apuntaba al principio, y es el vergonzoso papel de la Unión Europea, que, a pesar de estar electoralmente implicada, ha optado por hacerse la loca, como si la violación española de derechos fundamentales fuera cosa de otro planeta. Confieso que esta Unión que osa dar lecciones de democracia y de valores humanos mientras condena a muerte miles de inmigrantes desesperados que se juegan la vida cruzando el mar para llegar a sus costas me provoca vómitos. Es una diáfana demostración de lo que podemos esperar. Pero es, al mismo tiempo, una razón muy poderosa e incontestable para la independencia de Cataluña. Europa nos dice: “Si no eres un Estado, no eres nadie”. Pues bien, interioricemos que sólo en calidad de Estado, como miembros de pleno derecho de las Naciones Unidas, Cataluña tendrá posibilidad de actuar en contra de todo aquello que considera injusto. La Unión Europea, mira por donde, sin proponérselo, es en sí misma una espléndida apología de la independencia.
RACÓ CATALÀ