Una revolución en un tiempo nuevo

A medida que se acerca el 27 de septiembre, la fecha que el gobierno de Madrid no tiene forma de evitar, se hace más y más visible, tangible, real, la posibilidad de un triunfo del bloque independentista en unas dimensiones que pocos imaginaban hace un par de años. Un triunfo que parece que no dejará dudas respecto a la voluntad dominante en Cataluña y los pasos siguientes en su realización. Es el resultado de una acción acertada, mantenida, constante y unitaria de las fuerzas del sí, concentradas en esta tierra y ante el desconcierto, la desunión, la inoperancia de las del no, divididas entre sus diferentes sucursalismos y los exabruptos y la patente incompetencia del gobierno y sus aliados en Madrid. En términos de retórica política diríamos que se perfila el resultado de la confrontación entre las fuerzas de lo nuevo, que pugnan por cambiar una realidad injusta y caduca y los que luchan por conservarla.

O sea, una revolución.

En términos prácticos, la experiencia mediata y la inmediata, la de ahora mismo, nos dice que debemos estar preparados para todo tipo de vicisitudes en todos los órdenes de la vida colectiva, las amenazas, el uso partidista de las instituciones, las mentiras, las provocaciones, los chantajes sentimentales, las manipulaciones, el recurso a la violencia, el engaño y el abuso. Todos los días, a todas horas, de aquí al 27 de septiembre y, por supuesto, después, habrá algún intento de frenar la voluntad popular de los catalanes, de cerrarle el paso, de torcer su camino. Los ejemplos más recientes así lo prueban: los registros de las sedes de convergencia mediante la Guardia Civil previo aviso a los medios; la carta de Felipe González a los catalanes publicada en otro tiempo del buque insignia del liberalismo español; la reforma exprés del Tribunal Constitucional, paradójicamente inconstitucional, que pretende convertir este órgano sin prestigio ni autoridad en un comisario del gobierno; las declaraciones de Alfonso Guerra, acusando a Mas de “golpista”; las provocaciones del dirigente xenófobo Albiol, forman parte de un frente más amplio, un intento de contener, atemorizar y desfigurar la manifestación de la voluntad democrática de los catalanes.

O sea, una contrarrevolución.

Los presupuestos manifiestos (los latentes son otra cosa peor ) de esta reacción que trata de mantener el statu quo desnudo o disimulando hacerlo con promesas federales, pretenden presentar la situación en términos personales o partidistas que niegan una realidad desagradable a los ojos de los poderes españoles. Hablan de un proyecto personalista de Mas o de una táctica partidista de convergencia con las que ambos tratarían de ocultar sus pasadas fechorías, instrumentalizando la acción colectiva para sus fines. Este intento de personalizar el movimiento y tergiversar su alcance social es compartido por todo el nacionalismo español cada vez más beligerante. La insistencia de los comunicadores y estrategas de Cataluña ‘Si que se puede’ presentan la situación como una confrontación entre Mas, líder de la derecha de los recortes y las reivindicaciones sociales del pueblo sano catalán que ellos representan es idéntica a la del PSC de atribuir la licitación del independentismo en una cortina de humo o la del gobierno y sus delegados territoriales al presentarlo como una fuga de Mas y los suyos a fin de soslayar sus hipotéticos conflictos con la ley.

Al igual que la insistencia del frente contrarrevolucionario en pedir al movimiento independentista el escrupuloso cumplimiento de la ley. El impuesto respecto a la legalidad vigente vuelve a unirlos a todos en la misma engañosa empeño: cuando el gobierno remacha que los independentistas deben cumplir la ley, dicen lo mismo que los socialistas y Felipe González, para quienes la ley vigente es el límite y que los de Podemos cuando señalan en voz baja que el derecho de autodeterminación no es legal hoy por hoy en España.

En un proceso revolucionario las cuestiones de legalidad se relativizan, porque lo que está en juego es la legitimidad, madre de la legalidad. Pero no hay que llegar a este extremo. Llama la atención que el frente contrarrevolucionario pase por alto o ignore que, hasta hoy, el movimiento independentista ha sido escrupuloso en el cumplimiento de la legalidad mientras que, a la inversa, el gobierno se la salta cuando le parece y, cuando no puede saltarse la ley, la cambia con un golpe de pluma, en 24 horas gracias a su rodillo parlamentario lo que, de hecho, equivale a saltarse la ley, y así mismo llama la atención que la oposición de izquierda, la dinástica, la que se hace llamar “transformadora” y la emergente no tengan nada que decir ante este hecho y lo den por bueno.

Y es que si el nacionalismo español de derechas se enfrenta a su fracaso en Cataluña, en eso también está hermanado con el nacionalismo español de izquierdas que ha sido incapaz de entender la naturaleza del proceso independentista catalán. Tantos años esperando la llegada de una revolución que creían suya y no han sido capaces de ver lo que se ha desplegado y avanza delante de sus ojos. Víctimas de sus renuncias (en el caso de los socialistas) o de sus gafas ideológicas (en el de los comunistas y neocomunistas) no se han dado cuenta de que en Cataluña el eje nacional y el social van unidos en una forma nueva de potente movimiento reivindicativo, democrático, pacífico, social y nacional al mismo tiempo.

Una revolución en el contexto de una sociedad desarrollada. Quizá la primera en la historia. Resulta irónico que, cuando se da un movimiento popular en cierto modo comprensible según las categorías marxistas, las formaciones que antes profesaron el marxismo sean incapaces de verla. Sobre todo porque se lo impiden, a todos, estos dogmas ideológicos que se traducen en el hecho de no cuestionar los marcos estatales heredados, tan producto de la acción depredadora del capitalismo en la historia como siempre.

Lo supimos desde el principio, pero el desarrollo de los acontecimientos lo ha probado, que los que tratan de sofocar el independentismo catalán son los verdaderamente alienados en una concepción nacionalista trasnochada mientras van predicando que el internacionalismo avanza e el mundo.

Porque es la práctica y sólo la práctica la que nos ilustra sobre lo que es correcto o incorrecto de nuestras teorías y nos obliga a refinar nuestros conceptos. Las elecciones del 27 de septiembre, cuyo resultado depende el futuro de España como nunca antes, son plebiscitarias por defecto (ya que el gobierno no permitió un referéndum) según los independentistas y unas elecciones autonómicas ordinarias según todos los demás. Lo que está claro es que por las prácticas a  las que estos mismos recurren que esto no es cierto y que son ellos los primeros que, al valerse de todos los medios, legales o ilegales, dejan al descubierto sus verdaderas intenciones .

La revolución catalana y la fuga de Cataluña deberían abrir un tiempo nuevo en España. Pero no tengan duda: tampoco lo verán.

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