No hay esperanza, sólo miedo. Todos vamos con el piloto automático de las distopías puesto. Paradójicamente, son las ficciones que nos hacen vivir. Nos hemos convencido de que vivimos en una época de involución. Ciertamente, las señales son manifiestas: retorno de la ultraderecha, de nuevo la amenaza nuclear por una guerra en el corazón de Europa, crisis climática, fundamentalismos religiosos, vivienda inaccesible para los jóvenes… Podríamos alargar y detallar más la lista. Hace tiempo que renunciamos al paraíso del cielo de los creyentes y a los paraísos en la tierra de los militantes. Hace tiempo que la idea ilustrada de progreso perdió su encanto. Estamos instalados en el nihilismo, en el ‘no-future’.
¿Se puede vivir sin esperanza? Sí, por supuesto. Tanta gente, a lo largo de la humanidad, simplemente ha sobrevivido. Pero, poco o mucho, imaginar alguna luz al final del túnel, regalarse alguna brizna de optimismo, es lo que acostumbramos a hacer todos. Por muy instalados que estemos en el fatalismo, buscamos alguna válvula de escape. La cuestión es que no sólo sea reactiva, a la contra. La cuestión es no ceder ni a la angustia ni a la catástrofe.
Bruno Latour, fallecido hace unos meses, ha dejado como último legado un libro-conversación con el periodista Nicolas Truong, jefe de opinión de ‘Le Monde’. En ‘La Tierra’, traducido por Adrià Cruells y publicado por Arcàdia (1), sintetiza su deseo por el porvenir humano, convencido de que “el papel de un abuelo o de un filósofo no es anunciar el fin del mundo”. Contra los “colapsólogos” y los “catastrofistas”, Latour augura un regreso a la Madre Tierra como camino de salida hacia un nuevo tiempo que supere el Antropoceno (el impacto de los humanos industrializados sobre el planeta). “Nos civilizamos con la modernidad [científica y filosófica], pero mal, ya que hemos llegado a un callejón sin salida. Ahora podemos recivilizarnos con la cuestión ecológica”, que no puede ser una nueva religión. (Aunque recomienda a la Iglesia una teología que suponga pasar del Dios que se hizo hombre a un Dios que se la Tierra, un camino que ya habría tomado el papa Francisco con la encíclica ‘Laudato si’) .
Una ciencia humilde ante la Tierra
La ‘teoría gaia’ del científico James Lovelock, también recientemente fallecido, es el punto de partida de Latour: los seres vivos fabrican sus propias condiciones de existencia, idea confirmada por la microbióloga Lynn Margulis a través del estudio de los virus y las bacterias. Galileo levantó los ojos hacia el cielo, Lovelock los bajó hacia el suelo. Y Latour, como filósofo con mirada sociológica y antropológica, busca la forma de aterrizar esta idea y de evitar que sea interpretada como una reacción contra el progreso tecnológico. La nueva comunión con la Tierra no puede negar la libertad ni la abundancia. No se trata de renunciar a los avances tecnológicos, máquinas y objetos fabricados, que ya forman parte de nuestra naturaleza humana. Eso sí, “hay que elegir, discernir, la buena tecnología de la mala tecnología” y poner “las condiciones de habitabilidad por encima de las cuestiones de producción”.
Propone, pues, una ciencia y una tecnología más modestas, atentas a las consecuencias de los propios avances. (Habría sido interesante, en este sentido, escuchar sus reflexiones sobre la inteligencia artificial). Para Latour, los científicos no pueden erigirse como los únicos intérpretes del mundo. Entre otras cosas, porque sus verdades son cambiantes: la ciencia está en permanente evolución y eso es lo mejor que tiene o que debería tener, humildad ante la Tierra.
La, digamos, verdad de Latour está a caballo de la política, la filosofía y la ciencia. No en un sentido relativista, sino de forma transversal. La ciencia (o la tecnología) por sí solas no nos salvarán. Y lo mismo ocurre con la filosofía y la política. ¿Qué política, entonces? “La ecología es la nueva lucha de clases […], los conflictos ya no son sólo sociales, sino geosociales”, a partir de unas clases más de tipo cultural que propiamente marxistas y “que todavía se están formando”. Unos conflictos que tendrán que afrontarse desde la aceptación de nuestras dependencias mutuas y desde una nueva racionalidad ambiental. Éste es el esbozo de una nueva esperanza.
(1) En español: https://www.casadellibro.com/libro-habitar-la-tierra/9788412592665/13600761
ARA