“El acusado (Euskal Herriko Laborantza Ganbera) se escuda en una lengua extranjera”. Esto lo dice el fiscal. El acusado es vasco. La lengua extranjera es el euskera. El lugar en el que se ha cometido el presunto delito es Euskal Herria, el pueblo que habla euskera. El fiscal es francés, poseedor de una de las lenguas más poderosas y extendidas del mundo.
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A lo largo de mi vida he aprendido varias lenguas: y mi única pena es no haber aprendido muchísimas más. “Nada humano me es ajeno”, dijo Terencio hace más de dos mil años. Y ¿acaso hay algo más humano que la lengua? Alrededor de la lengua se tejen las ideas, se forman las sociedades, los pueblos. Conoce una lengua y entenderás esa sociedad.
Jamás se me ha pasado por la imaginación calificar de extranjera una lengua que conozco; y las que no conozco son mi carencia, mi ignorancia; y espero que algún día sean mías, cuando las aprenda.
¿Cómo es posible tanta ignorancia, tanta falta de respeto, en gente que se supone que cuida del bienestar público (o, por lo menos, para eso se les paga)?
Sólo se me ocurren dos razones: el miedo y el odio. Curiosamente, estos mismos personajes se derriten de gusto cuando sus retoños hablan inglés, cuando, desde su punto de vista, es un idioma que sí amenaza a sus amados francés y español debido a su ascendente político-económico. ¿Qué amenaza supone el euskera, idioma humilde, que sólo aspira a ser hablado por la gente de su país? Pues sí, parece que supone una amenaza para el chauvinismo de la grandeur de