La escudería del grupo Opus Dei-Universidad de Navarra nos ha provisto de una “nueva” y “breve”, según su título, Historia de Navarra. Se trata de: “Historia breve de Navarra” de Jesús María Usunáriz Garayoa. Madrid 2006. Editorial Sílex.
La obra sigue el desarrollo cronológico normal en todas las historias de sociedades concretas. No soy historiador, por lo que no me siento capacitado para hacer una crítica de su exposición de la antigüedad y del entronque demográfico y cultural de los vascones originarios (o por lo menos anteriores en presencia) con los diversos pueblos que, de paso o con interés de conquista, se asomaron a nuestro solar.
No obstante, me sorprende sobremanera la afirmación que hace Usunáriz en su resumen sobre “Sociedad y economía en la época Altomedieval” en la página 58 del libro, donde afirma textualmente: “Una sociedad que se configuró, sin duda, con los aportes de las tradiciones indoeuropeas, de la civilización romana, de la concepción cristiana y de los aportes de los pueblos germanos”. El sujeto de tal sociedad, obviamente elidido por el autor, sí es citado en cambio por Lacarra: “El territorio (navarro) estaba habitado por gentes de estirpe vasca, que llevaban largos siglos de aislamiento de los pueblos vecinos. Es verdad que la ruta del Pirineo por Roncesvalles sería recorrida por todos los pueblos que, procedentes del centro de Europa, invaden la Península. Pero son pocos los invasores que quedan en el país”. José María Lacarra. “Historia del Reino de Navarra en la Edad Media”. Pamplona 1976. Edición Caja de Ahorros de Navarra, página 21. El cambio, ocultación o ignorancia del sujeto en el resumen indicado exime de cualquier tipo de crítica; se comenta por sí sola.
Esta tendencia a infravalorar el elemento autóctono de su población le lleva a mantener alguna tesis que no he visto en ninguna otra historia de Navarra, aunque, si Usunáriz lo dice, tal vez sea verdad. Me refiero a la que aparece en la página 106 cuando sostiene que en el siglo XIV “La población franca llegó a representar más del cuarenta por ciento en las merindades de Estella y de las Montañas…”. Me resulta muy difícil de imaginar que fuera de este modo, a pesar de que el autor lo justifique por “los núcleos de francos de Pamplona, Estella y Puente la Reina.”
Desde el punto de vista de la política desarrollada en el reino también hay planteamientos que ocultan, o cuando menos enturbian, la realidad de lo acontecido. Así, por ejemplo, en la página 80, Usunáriz dice que el reino “… tuvo que hacer frente a los intentos de Castilla por recuperar las plazas que Carlos II había conquistado aprovechando la guerra civil”. Cuestión evidentemente cierta; pero lo que Usunáriz no dice es que se trata de territorios de La Rioja que previamente fueron conquistados por Castilla durante el siglo XII, a los que de igual forma que los de Gipuzkoa, Araba y Bizkaia nunca había renunciado el reino de Navarra.
Considero insidiosas las afirmaciones que realiza sobre la época de la conquista del reino de Navarra por Castilla en 1512. Afirma en la pagina 145: “… los partidarios de los Albret…” y seguido dice “…200 caballeros navarros fieles a la dinastía de Albret…”. En ambos casos es una forma velada de sustituir la crudeza de la conquista de un Estado por otro, por el conflicto interno entre facciones. Los que Usunáriz califica de partidarios o seguidores de Albret eran los defensores de la legitimidad de un Estado europeo independiente frente a la voracidad imperialista de su vecino castellano; no una simple “parte” dentro de una guerra intestina.
En este sentido resulta esclarecedor respecto a la ideología de su autor la forma en que plantea el debate sobre la inserción de Navarra en la monarquía hispánica. En la página 155 dice que “en tiempos más recientes el debate ha sido protagonizado por Jaime Ignacio del Burgo y María Cruz Mina.”. Reduce a dos las alternativas posibles. Según la primera (del Burgo), Navarra fue felizmente incorporada en el ámbito donde le llamaba su vocación histórica, en España, con un respeto exquisito de su situación de “reino de por sí” y de los derechos inherentes a tal condición; cuando Navarra cede “parte” de sus prerrogativas (pasa de ser reino distinto a simple provincia española, se suprimen sus poderes propios, como el legislativo a través de las Cortes etc. etc.) lo hace “voluntariamente”, para su “modernización” y “adecuación a los nuevos tiempos” y por amor a la “patria común”, a España. En la segunda (Mina), se niega cualquier derecho previo a Navarra; su situación se considera como de “privilegio” frente al resto del territorio de la “nación” y los “privilegios” de los que disfruta le son arrancados por el Estado español, también en aras de la “igualdad” y, de nuevo, para su “modernización” y “adecuación a los nuevos tiempos”.
En resumen, las interpretaciones válidas según Usunáriz sólo son dos: o te sometes por amor “a la patria grande”, a España, o España te somete en aras de la “igualdad” y “libertad” de todos los españoles. La opción de considerar la conquista como injusta y origen de todas las “disfunciones” que ha padecido y padece Navarra desde el siglo XVI y hasta nuestros días, queda descartada a priori. Del mapa mental que organiza el libro de Usunáriz sólo se puede obtener como consecuencia la sumisión. La interpretación emancipadora y democrática queda así excluida hasta de su posible consideración como “verosímil”.
Hay momentos del libro en los que la perspectiva “finalista”, es decir la visión de la situación actual como la única viable, traicionan el subconsciente del autor y le llevan a cometer errores de bulto. Por ejemplo, en la página 169 afirma que entre 1608-1614 “…se produjeron fuertes enfrentamientos entre los vecinos de los valles de Erro y Baztan y los franceses de Baigorri”. Se produjeron enfrentamientos, sin duda; pero en ese momento todavía Baigorri no pertenecía a Francia, era territorio navarro independiente aunque el rey de Francia fuera la misma persona que el de Navarra. El “Decreto de Unión” de Luis XIII de Francia es de 1620.
Más adelante, en la página 210, dice que a finales del siglo XVIII “La consecuencia del desarrollo de la red de caminos en Navarra fue, ante todo, que se facilitó la comunicación de las comarcas navarras entre sí y de éstas con otras provincias limítrofes…”. A finales del XVIII Navarra, la Navarra conquistada por Castilla a comienzos del XVI, no era todavía una “provincia española”, seguía siendo un reino diferente del de Castilla. La frase “otras provincias limítrofes” revela la mentalidad profunda del autor.
En la página 189 y hablando de la Guerra de Sucesión española tras la muerte de Carlos II “el Hechizado”, sostiene que “Mientras que Aragón, Valencia y Cataluña, por los decretos de Nueva Planta, vieron abolidos sus fueros e instituciones y se rigieron desde entonces por las leyes de Castilla, Navarra los conservó como premio a su fidelidad.” ¡Igualito que con Franco tras la de 1936-39, frente a las “provincias traidoras”! Una cosa son los intentos de las sucesivas monarquías españolas por lograr la unificación de su Estado y otra que los borbones quisieran ganarse más enemigos en el momento de consolidar su nuevo y real estatus.
Es interesante la profusión con la que referencia Usunáriz a María Puy Huici en los aspectos relativos al entramado institucional del reino tras la conquista. Sin embargo, su importantísimo trabajo sobre la conquista de 1512 es citado de pasada, en la bibliografía, así como el fundamental de Pedro Esarte sobre el mismo asunto.
No quisiera terminar este comentario sin hacer una reflexión sobre el (mal) trato que hace de nuestra lengua privativa, el euskera. Para evitar tener que referirse al mismo, no hace ninguna referencia a los idiomas que históricamente se han hablado en el territorio navarro y eso en un libro de historia de una sociedad concreta es una carencia grave. Las escasas referencias a palabras en dicha lengua aparecen en la página 200 cuando habla de “la alimentación de hombres y animales: trigo y centeno (zikiroa, zekalea) para las personas, cebada (garagarra) y avena (oloa) para los animales”. En realidad centeno es zikirioa o zekalea. Y, por si acaso, trigo es garia. También es curioso que no aparezca ninguna referencia al mijo, artoa en euskera antiguamente, artatxikia después de la introducción del maíz que pasó a ocupar su nombre. Lo mismo ha sucedido en otros idiomas como el portugués y el gallego, como variante del mismo; la palabra milho designa a ambos cereales.
En el mismo sentido cuando en la pagina 246 habla de Espoz y Mina y dice que se le unieron “miles de hombres -navarros, aragoneses, riojanos y vascos-…” ¿Ignora Usunáriz cual era el idioma materno del nacido en Idocin, Francisco de Espoz y Mina?
En resumen, se trata de una obra que, bien por el sesgo del entorno en que se desenvuelve su autor así sea inconscientemente, bien por puros intereses propagandísticos de la línea editorial que apadrina a Usunáriz, transpira ideología por todos los poros. Las ausencias de índices, sobre todo, pero también de imágenes que sirvan de apoyo a la lectura, tampoco hacen que mejore el juicio sobre la misma.