Resulta que las nuevas proyecciones del presupuesto de Estados Unidos muestran un déficit acumulado de nueve billones de dólares a lo largo de la próxima década. Según muchos analistas, es una cifra aterradora que requiere medidas drásticas, y en especial, cómo no, cancelar las iniciativas para reanimar la economía y suspender la reforma sanitaria.
La realidad es más complicada y menos aterradora. Lo cierto es que ahora mismo los déficit están ayudando a la economía. De hecho, los déficit de EE UU y de otras economías importantes han salvado al mundo de una recesión mucho más profunda. La perspectiva a largo plazo es preocupante, pero no catastrófica.
La única razón para preocuparse de verdad es política. Estados Unidos puede afrontar su deuda si los políticos de ambos partidos se deciden por fin a dar muestras de al menos un poco de madurez. ¿Es necesario decir más?
Empecemos por las consecuencias del déficit de este año. Hay dos razones básicas para el repentino aumento de los números rojos. En primer lugar, la recesión ha provocado una caída acusada de la recaudación fiscal y un aumento del gasto en seguros de desempleo y otros programas del colchón de seguridad. En segundo lugar, se han realizado grandes desembolsos para los rescates financieros. Éstos se cuentan como parte del déficit, aunque el Gobierno esté adquiriendo de paso activos y al final acabe recuperando al menos parte de su dinero.
Lo que eso nos dice es que en estos momentos es bueno tener un déficit. Piensen en lo que habría pasado si el Gobierno estadounidense y sus homólogos en todo el mundo hubieran intentado equilibrar sus presupuestos como hicieron a principios de la década de 1930. Es un pensamiento que da miedo. Si los Gobiernos hubieran elevado los impuestos o reducido el gasto en medio de una recesión, si se hubieran negado a rescatar instituciones financieras en apuros, es fácil que todos nosotros hubiéramos vivido una repetición completa de la Gran Depresión.
Como he dicho, los déficit han salvado al mundo.
De hecho, nos iría mejor si los Gobiernos estuvieran dispuestos a aumentar todavía más el déficit durante uno o dos años. El pronóstico oficial de la Casa Blanca nos muestra una nación atascada en el purgatorio durante un periodo prolongado, en la que el desempleo persistirá durante años. Si todo eso es correcto -y me temo que va a serlo-, deberíamos estar haciendo más, no menos, para sostener la economía.
¿Pero qué hay de toda esa deuda que estamos acumulando? Es mala, pero es importante situar las cosas en su justa dimensión. Los economistas suelen valorar la sostenibilidad de la deuda analizando la relación entre la deuda y el producto interior bruto. Y aunque nueve billones es una cifra enorme, también tenemos una economía enorme, y eso significa que las cosas no son tan terribles como se podría pensar.
Se puede ver de esta forma: estamos contemplando un aumento en el coeficiente deuda / PIB de alrededor de 40 puntos. El interés real sobre esa deuda adicional (de la que hay que restar la inflación) probablemente girará en torno al 1% de los ingresos federales. No parece una carga tan abrumadora.
Pero esto da por sentado que el crédito del Gobierno estadounidense seguirá siendo bueno y que será capaz de obtener préstamos con unos tipos de interés relativamente bajos. De momento, sigue siendo así. A pesar de la perspectiva de unos déficit elevados, el Gobierno es capaz de obtener préstamos a largo plazo con un tipo de interés inferior al 3,5%, lo cual es un interés bajo según baremos históricos. La gente que hace apuestas con dinero de verdad no parece preocupada por la solvencia de Estados Unidos.
Las cifras nos dicen por qué. Según los pronósticos de la Casa Blanca, hacia 2019 la deuda neta federal girará en torno al 70%. Eso no es bueno, pero se encuentra dentro de un radio que históricamente ha sido manejable para países avanzados, incluso aquéllos con Gobiernos relativamente débiles. A principios de la década de los noventa, Bélgica -que está profundamente dividida por diferencias lingüísticas- tenía una deuda neta del 118% del PIB, mientras que Italia -que, bueno, es Italia- tenía una deuda neta del 114% del PIB. Ninguno de los dos países se enfrentaba a una crisis financiera.
Por tanto, ¿hay algo de lo que preocuparse? Sí, pero los peligros son políticos, no económicos. Como he dicho, esas proyecciones para diez años no son tan malas como posiblemente les hayan dicho. Sin embargo, muy a la larga, el Gobierno estadounidense tendrá graves problemas a menos que lleve a cabo algunos cambios importantes. En concreto, tiene que controlar el aumento del gasto en Medicare y Medicaid [cobertura sanitaria para personas mayores y de bajos ingresos, respectivamente].
Eso no debería resultar difícil en el contexto de la reforma sanitaria en general. Al fin y al cabo, Estados Unidos gasta mucho más en atención médica que otros países avanzados, sin obtener por ello mejores resultados, de modo que deberíamos ser capaces de hacer que nuestro sistema sea más rentable.
Pero, naturalmente, eso no va a pasar si -como hacen los conservadores- hasta los más modestos intentos de mejorar el sistema se interpretan demagógicamente como intentos de “desconectar a la abuelita”.
Así que no se inquieten por el déficit de este año; de hecho, lo que necesitamos ahora mismo es dejar que la deuda federal aumente y tendremos que seguir haciéndolo hasta que la economía esté en una vía sólida de recuperación. Y la deuda adicional debería ser manejable. Si nos enfrentamos a un posible problema, no es porque la economía no pueda afrontar esa deuda de más. Es la política, estúpido.
Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
© 2009 New York Times Service.
Traducción de News Clips.