Quiso el acaso de los días que recibiéramos por las mismas fechas -27 septiembre- dos noticias muy distintas desde dos puntos símiles de Europa. Mientras en Irlanda la Comisión Internacional para el Decomiso, dirigida por el general canadiense John De Chastelain, certificaba uno de los más osados y valientes pasos del IRA rumbo a la paz en el Ulster -el desmantelamiento de sus arsenales militares-, en Euskal Herria la noticia se la hacían los más de cinco mil manifestantes que, en el mismo día, se habían congregado en distintos puntos del país en las celebraciones del Aberri Eguna, homenaje, precisamente, a los activistas de la lucha independentista que sigue ahí, de armas en mano.
Los apreciadores de comparaciones simplistas tienen pasto fértil para todos los desquiciamientos en torno a detectar las similitudes y diferencias entre la situación vasca e irlandesa. No faltarán incluso -me temo- los que concluirán por la verdad profunda sobre lo buenos que son los “terroristas” irlandeses demostrando, por antonomasia, lo malos que son los vascos.
Asimismo, lo importante a examinar en los dos casos son las condiciones que han hecho buenos a unos y malos a los otros. Y aquí cabe notar, sin infracción a la necesaria objetividad, cómo la frontal, confesional y palabraza España no se ha acercado ni mucho menos a los planteamientos de la soturna y pérfida Albion respecto a sus problemas con las respectivas aldeas insurrectas.
Cogiendo el repaso de Soledad Galiana (diario GARA, 27-09-05), periodista vasca ubicada en Irlanda, nos enteramos del largo trayecto histórico recorrido, desde
“el inicio de las negociaciones entre los diferentes sectores políticos de la comunidad católica norirlandesa a finales de los ochenta y la aceptación pública por parte de las administraciones de Londres y Dublín de los contactos con los republicanos. A ello siguió la firma de la Declaración de Downing Street en 1996, que reconoció el derecho de autodeterminación para la población del norte de Irlanda, y en 1998 del Acuerdo de Viernes Santo, dos acuerdos internacionales que, respectivamente, abrieron la puerta y dirigieron los pasos del proceso de paz. A ello siguió la liberación de los presos políticos en 1999, cuyo papel esencial en el proceso ha sido reconocido incluso por la Administración británica cabe recordar la visita de la recientemente fallecida Mo Mowlan, la entonces secretaria de estado británica a la prisión de Long Kesh en enero de 1998 para conseguir el apoyo de los presos republicanos y lealistas al proceso y finalmente, la creación de las instituciones políticas pluripartidistas”.
En Julio último, el IRA hizo su declaración de abandono de la estrategia armada. Puesto lo que llegamos a nuestro emblemático 27 septiembre, a sus ocurrencias, y a los distintos comunicados emitidos por las direcciones del IRA y de ETA, conocidos en el mismo día.
Se desecha aquí cualquier recapitulación de los hechos históricos respecto a Euskal Herria desde “finales de los ochenta”. Lo conocen, lamentablemente y excesivamente bien, los vascos. Igual que lamentablemente y excesivamente bien parecen desconocerlo los españoles. Al menos aquellos que a efectos de maquinaria de propaganda no pierden una oportunidad para industriar la ignorancia intencional bajo la cual disfrazan la hipocresía que les anima y nos intoxica.
La distancia entre las dos realidades cogidas en un solo día nos renueva la conciencia de lo mucho que queda por andar no en el camino que acercará Euskal Herria a Irlanda. Pero, sí, y muy diferente, en el imprescindible trayecto que tendrá que acercar España a Inglaterra, antes que podamos celebrar la paz, al revés de homenajear a la guerra, en las calles vascas.