Un poco de Finkielkraut, para entender a los Verdes y la aversión a los eventos inclasificables

Ayer, los Verdes en el Parlamento Europeo se negaron a aceptar la entrada del president Puigdemont y el consejero Comín en el grupo que comparten con la Alianza Libre Europea, de la que forman parte ERC, Compromís y el PSM. La Alianza Libre Europea reúne a la mayoría de los movimientos independentistas y nacionalistas de la Unión Europea y había propuesto a los Verdes acoger a los dos eurodiputados catalanes.

Poco después de saberse esto, Andreu Barnils tuvo la ocasión de entrevistar a Philippe Lamberts (1), ecologista belga y, al parecer, el principal bastión con Ernest Urtatsun, de ICV, contra la admisión de los dos eurodiputados catalanes, en este caso por su animadversión al nacionalismo flamenco y, concretamente, a la N-VA. Hay que saborear el final de la entrevista, cuando el eurodiputado se va indignado por las preguntas, cuestionando si Barnils es un periodista o un político. Un cuestionamiento bastante significativo, porque implica reducir el papel del periodista, y por extensión el de los ciudadanos, a no discutir de política con los profesionales.

La actitud de Lamberts es lamentable en muchos aspectos, sobre todo vista desde una perspectiva de izquierdas, como es la mía, y especialmente porque quita importancia a la represión que sufren hace años Puigdemont y Comín. Pero no puedo decir que me sorprenda en absoluto. Hace años que sus colegas catalanes actúan de una manera similar o peor aún, rehuyendo el fondo real del debate que hay en la calle y recurriendo constantemente a la anécdota para continuar haciendo estos equilibrios de los que han hecho una manera, también una manera profesional, de vivir.

La cima de este estilo fue la votación de la declaración de independencia, en la que diputados de ICV se aseguraron de enseñar a los jueces que ellos votaban en contra, señalando de este modo quién tenía que ir a la prisión. Y lo hicieron porque quisieron, sabiendo que hacían, como resaltaba en contraste con los diputados de su mismo grupo Albano-Dante, Joan Giner y Àngels Martínez, que fueron impecablemente solidarios no señalando con su voto, y con los de la CUP, que accedieron a votar en secreto sólo para preservar a aquellos de Juntos por el Sí que temían la represión. Se vive muy bien haciendo de ‘enfant terrible’ mientras sabes con seguridad que nunca vendrán a buscarte…

Pero creo que la anécdota de ayer puede desligarse del hecho catalán, aunque tampoco me gustaría pasar por alto que la actitud que los Verdes han tenido ante el problema, mientras no les ha implicado directamente a ellos, ha sido correcta. Y creo que no hay que limitarla porque me parece que estamos ante otra demostración clara del comportamiento típico de una cierta izquierda europea profesionalizada, elitista, que aún piensa que tiene el baremo y el derecho de decidir quién es de izquierdas y quien no, quién es demócrata y quién no, quién está represaliado y quién no. Y en consecuencia, quiénes son los buenos, que son ellos, quién merece apoyo y quién no.

Recientemente, en Francia, Alain Finkielkraut ha dedicado precisamente una parte sustancial de su último libro, ‘À la première personne’, a retratar y criticar este modelo de pensamiento y actuación, a partir de la persecución que él mismo ha sufrido por sus opiniones sobre Israel. Sin compartirlas, comparto el análisis que hace, y que creo que nos puede ayudar a todos a entender también qué pasó ayer.

Finkielkraut utiliza el evidente antisemitismo de una cierta izquierda francesa para contarnos eso tan útil de que no hay que mirar el dedo cuando te dicen que mires la luna. Porque no es que sean antisemitas o que no entiendan el problema catalán, no. Su problema es mucho más profundo y el intelectual francés lo describe acertadamente como ‘la aversión a los eventos inclasificables’. Una definición magnífica, con la que no puedo estar más de acuerdo.

Según Finkielkraut, el debate nace de un hecho que estos izquierdistas consideran que es una contradicción y de la manera como la pretenden resolver. Dice que Hegel proclamó que la razón se realiza en la historia, y Marx, que la lucha de clases es el motor de la historia. ¿Y cómo encaja, en este diseño, el objetivo nazi de exterminar al pueblo judío si eso desafía la comprensión? ‘Que la clase dominante reduzca a la esclavitud a una parte de los suyos ya es muy difícil de entender, ¡pero que, en plena guerra, los mate, no tiene ningún sentido!’.

¿Cómo hace, pues, esta gente, para explicar un hecho como el Holocausto desde la creencia fanatizada de que la lucha de clases es el único motor posible de la historia y, por tanto, el único motor de la razón? ¿Cuál es la reacción de esta izquierda caviar al evento inclasificable que rompe la coherencia y la seguridad de un pensamiento tan confortable?

En el libro, Finkielkraut analiza cómo lo hacen, descubriendo y asumiendo las teorías negacionistas de Robert Faurisson, teorías que no niegan en última instancia que hubo los muertos, pero matizan que en ningún momento Hitler ordenó de manera explícita el Holocausto. Un detalle que les permite, ¡oh!, convertir en casual el asesinato de judíos. De una manera que les permite ‘devolver la historia al lecho por el que debería circular’ y respirar tranquilos: no es que Hitler matara ricos (judío = rico, hay mucho de Dreyfus aquí…), sino que Hitler, simplemente, mataba. Lo que por sí solo no invalidaría ni cuestionaría el dogma sagrado…

No comparto el resto del argumentario de Finkielkraut, que utiliza esta actitud aberrante de una parte de la izquierda francesa como argumento para salvar de sus crímenes al Israel actual. Pero comparto al cien por cien su aguda visión sobre el origen real del problema y admiro su capacidad para identificar esta ‘aversión a los eventos inclasificables’. La definición resalta de una manera admirable como esta gente se acerca a la política imbuida por una fe que no puede ser cuestionada ni por los hechos. Por una fe, ciertamente, que ellos no se cuestionan ni cuando la derecha más extrema y autoritaria de Europa se pone de pie en el Parlamento de Cataluña para aplaudirles frenéticamente; mientras que yo, pobre descreído de mí, temblaría y me moriría de miedo si me pasara algo parecido. (Por cierto, si se me permite la nota al margen, que en las últimas disputas públicas entre alguna izquierda española y gente de la órbita de la CUP hay mucho de eso).

¿Y cuál es el evento inclasificable ahora? Pues que un hombre que ellos creen que es de derechas y que, por tanto, sólo puede ser de derechas porque lo dicen ellos, Carles Puigdemont, de repente es quien encabeza la lucha contra la represión y por la profundización de la democracia, no sólo en nuestro país sino ahora ya también en Europa. Y eso, simplemente, no les cabe en la cabeza. No les cabe en la cabeza que Puigdemont sea más revolucionario que ellos. Y en consecuencia, reaccionan negando la realidad, esperando que, de este modo, la historia vuelva a navegar por el cauce que la fe invoca y ellos puedan continuar en su ‘vivre en bourgeois’. Que es muy cómodo y divertido ser revolucionario sabiendo que la revolución no llegará nunca y sobre todo no te creará ningún problema personal como, por ejemplo, haber de ir al exilio o tener que encontrarte en prisión.

PS 1. Para aclarar dónde está el problema. La cosa no es que Puigdemont no sea de los Verdes, que no lo es. La cosa es que la ALE acepta a Puigdemont y Comín y los Verdes vetan una decisión tomada por sus aliados, incluso sabiendo, como saben perfectamente, que su veto será usado para continuar reprimiendo y acorralando a gente perseguida por hacer política. Lo de ayer es el equivalente en Estrasburgo al discurso que provocó los aplausos entusiásticos de Coscubiela en el parlamento.

PS 2. Supongo que, sin quererlo, me va saliendo una serie, con estos artículos que referencian a otro autor. De modo que si desean repasar los textos anteriores, aquí los tienen:

– https://www.vilaweb.cat/noticies/wolin-democracia-primer-octubre-editorial-vicent-partal/

– https://www.vilaweb.cat/noticies/un-poc-de-fanon-per-entendre-el-nou-catalanisme/

(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/entrevista-philippe-lamberts-ska-keller-parlament-europeu-puigdemont-comin/

VILAWEB

 

Fe dogmática

PILAR RAHOLA

LAVANGUARDIA

Ayer, en un artículo sobre la decisión de Los Verdes de vetar la entrada del president Puigdemont y de Toni Comín en el grupo ALE, Vicent Partal ofrecía una contundente explicación. Decía: a determinada izquierda “no les cabe en la cabeza que Puigdemont sea más revolucionario que ellos”.

Es decir, desde posiciones clásicas de izquierdas, Los Verdes (con los comunes al lado) rechazaban a la persona que, como decía Partal, “encabeza la lucha contra la represión y por la profundización de la democracia, no tan sólo en nuestro país sino también en Europa”. Lo cual tenía dos consecuencias: una, que con la decisión remachaban el proceso de represión y persecución que sufren los líderes catalanes, y lo hacían sin dar valor a la grave vulneración de los derechos humanos; y dos, que los más progres de los progres eran efusivamente aplaudidos por los sectores más reaccionarios del arco europeo. Sólo cabe ver cómo lo ha resaltado la caverna mediática española. Los Verdes, pues, con el belga Philippe Lamberts al frente (imperdible la entrevista de Andreu Barnils en VilaWeb , donde acabó menospreciando al periodista porque le incomodaban sus preguntas), llegaban a niveles tan patéticos de dogmatismo que decidían que Puigdemont era de derechas (así, sin vaselina), a pesar de liderar la lucha por los derechos democráticos más emblemática de la Europa de los últimos tiempos. Y todo por la fobia que el inefable Lamberts tiene a los nacionalistas flamencos. Conclusión: Los Verdes habían retorcido tanto el argumento con respecto a Puigdemont-Comín, que habían pasado de situarse a la extrema izquierda a coincidir con las posiciones de la extrema derecha, nada, desgraciadamente, sorprendente.

El mismo Partal habla de este dogmatismo religioso que los transforma de progresistas indomables en sectarios infumables y recuerda el libro (imprescindible) de Finkielkraut À la première personne , donde retrata el sectarismo obsesivo de la izquierda francesa a raíz de sus posiciones sobre el conflicto árabe-israelí. Con el añadido de que en Catalunya este mismo sectarismo ha dejado a los comunes fuera de los grandes acuerdos en la lucha contra la represión del independentismo. Obsesionados por la vieja lucha de clases, abandonan a aquellos que luchan contra poderes casi absolutos en la defensa de su ciudadanía. Es una aberración ideológica propia de la ideología entendida como religión. Eso sí: han declarado la guerra al puente aéreo. Eso sí que es revolucionario, y no enfrentarse a toda la maquinaria represiva de un Estado poderoso.