La evolución del debate poselectoral después del 25-N me resulta especialmente inquietante. El discurso del supuesto fracaso de Artur Mas y de CiU llenaba páginas y tertulias, no sólo en Madrid, donde se deleitan en reducir Cataluña a CiU y personalizar en Mas todo el proyecto de emancipación nacional catalán. También en Cataluña muchos columnistas y tertulianos han dedicado a reconvertir el discurso del miedo del PP ante la transición nacional en un sorprendente pesimismo bajo la excusa de la gobernabilidad del país. ¿Por qué el país debería ser más ingobernable ahora que finalmente tenemos la suerte de que CiU no podrá pactar con el PP?
No, no se puede hablar del fracaso del proyecto de transición nacional de Mas hacia el ejercicio del derecho a decidir en el camino del Estado propio. Al menos con los resultados del 25-N. Sí ha sido una derrota severa para Mas. Pero, seamos precisos, ha sido la derrota política en las urnas de una candidatura con un programa, una obra de gobierno, unas opciones ante la crisis, un liderazgo, etc., Que pretendía una mayoría absoluta y que en realidad perdía doce escaños. Hay que reconocer que la campaña no le favoreció. Pero, atención: esta formación consolidaba un millón de votos, ahora manifiestamente independentistas.
Por tanto, como han destacado medios internacionales de prestigio, los resultados del 25-N ayudan a situar las personas y las cosas en un mapa muy preciso gracias a la alta participación (un 70%). Es decir, tanto el liderazgo de Mas -debilitado- como el movimiento independentista -fortalecido- han quedado fijados con precisión en el mapa político catalán. Un mapa complejo y plural, como corresponde a una comunidad política moderna marcada por los vínculos seculares de dependencia de España.
Pero este nuevo mapa del 25-N permite resolver muchas dudas. Primero, aclara de una vez por todas que el aumento de participación no altera la proporción entre mayoría soberanista y minoría unionista. Segundo, que la apuesta de la gran manifestación de la Diada -y después también de Mas- no ha quedado tocada el 25-N, a pesar de toda la artillería del PP y de los aparatos del Estado español, sino justamente reforzada. Tercero, que Mas y CiU han visto frustradas sus expectativas de liderazgo único de la transición nacional, y que por tanto deberán saber reconducir el proceso con las otras fuerzas del derecho a decidir. Cuarto, que el proceso hacia el referéndum es irreversible, ya que ha quedado corroborado por los dos tercios del nuevo Parlamento. Y, finalmente, que tanto el presidente del nuevo gobierno como el jefe de la oposición son independentistas, novedad absoluta en la historia de la democracia catalana.
En resumen, contra el discurso del pesimismo o de la tibieza implícito en la falacia de que “España gana”, conviene recordar y recuperar la ambiciosa apuesta de Artur Mas por impulsar la transición nacional. A la vista de los resultados y ante la trascendencia histórica del momento, no me gustaría que ERC desaprovechara su potencial parlamentario y no facilitara a Mas la delicada gestión política de la consulta y de la transición nacional hacia la independencia.
Los días posteriores al 25-N todo el interés del debate público parecía girar en torno a la gobernabilidad del país, la formación del nuevo gobierno y la aprobación de los presupuestos. Pero la cuestión decisiva es si puede haber nuevo gobierno en Cataluña sin pactar un calendario claro y corto de gestión de la transición nacional, con realización del referéndum y previsión de período constituyente. Y es con relación a este calendario que CiU, ERC, ICV-EUiA, la CUP e incluso quizás el PSC deberían trabajar un gran acuerdo de país que diera la estabilidad de una amplia mayoría parlamentaria y que garantizara la transición hasta al referéndum. Sólo un gran acuerdo político como éste daría confianza y serenidad en el país y podría marcar una hoja de ruta inequívoca ante Madrid y Europa.