Un golpe de estado de palacio

El escritor fascista italiano Curzio Malaparte -un buen escritor, por cierto- publicó en 1931, en francés, “Técnica del golpe de estado”, una especie de manual para la conquista del poder donde el autor se inspira muy directamente en las experiencias de la Revolución Rusa, encarnadas en Lenin y en Trotsky, y en la marcha sobre Roma de Mussolini que puso el cimiento del estado fascista. Viene a explicar cómo es posible la conquista del estado, sobre todo en un régimen parlamentario, a través de un grupo más o menos reducido o minoritario, organizado, compacto y violento, que sabe aprovechar sus oportunidades y las debilidades de la democracia. Cuando estos golpes de estado triunfan, se acaban llamando a sí mismos revoluciones. Pero Malaparte también menciona de paso otro tipo de golpes de estado, y pone en éste el ejemplo del de Primo de Rivera, promovidos desde el interior del mismo poder, golpes de estado desde dentro, no desde fuera. Malaparte no los llama así, pero estos serían los clásicos golpes de estado de palacio, o simplemente golpes de paz. No se trata aquí de conquistar el poder por quien no lo tiene. Se trata de conservarlo, concentrarlo y marcar sus límites por parte de quien ya lo tenía, apartando a alguien que también lo tenía o creía tenerlo. En la definición que da Wikipedia “el golpe de palacio es una forma de golpe de estado a través del cual un gobernante o un sector de gobierno es desplazado por otras fuerzas que pertenecen al mismo gobierno”. Dado que la palabra gobierno es en este caso ambigua o polisémica, en esta definición me parece mejor sustituirla por la palabra “poder” o por la palabra “Estado”.

En este sentido, el auto del Tribunal Supremo negándose a ampliar la amnistía a los independentistas catalanes que había juzgado sería un caso paradigmático de golpe de estado de palacio. Un golpe de estado desde dentro. Un sector del poder, parte de la judicatura, desplaza el poder ejecutivo y el poder legislativo y se niega a cumplir sus resoluciones, adoptadas de manera perfectamente legal. No es sólo una revuelta. Es un recordatorio del lugar en donde reside el núcleo esencial del poder. En el golpe de estado de palacio, quienes se consideran depositarios de la esencia del poder y de los principios fundamentales que lo legitiman apartan, desautorizan o simplemente ignoran los demás sectores del poder que consideran menos legítimos y menos esenciales que ellos. Si el poder ejecutivo y el poder legislativo hacen cosas, en el uso de sus atribuciones, que no nos gustan, no pensamos cumplirlas. En el auto dictado por el Tribunal Supremo diciendo que no aplicarán la amnistía legislada lo importante no es lo que se dice, sino quien lo dice. No son los argumentos para no hacerlo. Es la voluntad de no hacerlo por quien se cree con el poder de ejercer esa voluntad. En resumen, el auto del Supremo podría haber sido más breve: no pensamos aplicar la amnistía porque no nos da la gana. Sin esforzarse demasiado, lo han envuelto con una acumulación de prosa delirante, seguramente dictada por las tripas o por otras vísceras sensibles a las subidas de testosterona, más que por la técnica jurídica o el sentido común. Un poder se considera la salvaguarda del Estado y expulsa a otro poder que le parece tibio o sospechoso. Un golpe de estado de palacio. Un clásico.

Este exótico auto del Tribunal Supremo merece un puesto de honor, ciertamente, en la carpeta con la historia de la represión del Estado contra el independentismo catalán. Pero también merece un puesto de honor en otra carpeta, la que nos documenta sobre la naturaleza del Estado español presente. Los golpes de estado para conquistar el poder suelen exhibir fuerza bruta, capacidad coercitiva, para producir sus efectos. Los golpes de estado de palacio, por el contrario, se hacen en los despachos y consiguen sus objetivos con mayor discreción. Ciertamente, a veces es necesario complementarlos por un recordatorio violento de quien tiene la fuerza y ​​de quien está dispuesto a utilizarla. El golpe de estado del 23-F español (en mi opinión, un golpe de palacio) sacó tricornios y tanques a la calle, pero donde triunfó es en los despachos: marcando los límites de la transición, reforzando el papel de la monarquía y poniendo los cimientos por la Loapa, tras desplazar del poder a un Adolfo Suárez que, siendo parte del poder, parecía dispuesto a sobrepasar los límites de las concesiones asumibles por su núcleo duro. Del mismo modo, el actual golpe de estado del Tribunal Supremo necesitaba antes la represión salvaje, y ésta sí amnistiada y aplaudida, del primero de octubre. Y ambos golpes necesitaban un discurso televisado del rey. Padre e hijo.

Dice también Wikipedia que los golpes de palacio, a diferencia de los golpes revolucionarios, de derecha o izquierda, de los que habla Malaparte, porque los de palacio se caracterizan por “mantener la continuidad general del régimen, aunque puedan suponer un cambio de rumbo considerable” y que siempre se hacen conservando una apariencia de legalidad, a fin de garantizar esta imagen de continuidad. Y además dice otra cosa. El artículo correspondiente de Wikipedia tiene toda la pinta de haber sido redactado pensando más en Argentina que en España, pero leído desde este lado del Atlántico dice cosas curiosas. Dice que el nombre de golpe de estado de palacio proviene, como es evidente, de “las luchas internas dentro de las monarquías”, normalmente arbitradas por el mismo rey, que elige quién desplaza y quién es desplazado, quién tiene poder y quién no tiene quien no tiene derecho a mandar y quién tiene derecho a desobedecer. Y dice también que “es muy habitual que se produzcan golpes de palacio en aquellas dictaduras que han nacido precisamente de un golpe de estado” (del otro tipo). Por eso decía que el auto a través del cual el Tribunal Supremo da su golpe de estado de palacio no pertenece sólo a la enciclopedia de la represión del catalanismo, sino que pertenece también a la enciclopedia sobre la creación, la configuración y el juego de poderes del Estado español. Y nos remite de una forma u otra a la fundación de este Estado español contemporáneo la próxima semana hará ochenta y ocho años y del hilo que, a través de la “Ley de la Sucesión en la Jefatura del Estado” promulgada por el régimen franquista en 1947 y cumplida a través de la designación de Juan Carlos de Borbón como sucesor el 22 de julio de 1969, después de jurar los Principios y Leyes Fundamentales del Movimento. Lo que más adelante se conocería como el ‘atado y bien atado’.

Y es que para que haya un golpe de estado de palacio, como el que ha habido, lo que hace falta es que haya un palacio. Un palacio real, quiero decir.

EL MÓN