El colonialismo español hacia Catalunya ha entrado en una nueva fase que, afortunadamente, será terminal. Si bien ya conocemos la histórica función del Estado español como malversador del dinero arrebatado a los catalanes, la nueva ofensiva centralizadora y uniformizadora impulsada por el PP y el PSOE no tiene un paralelo similar desde los tiempos de la LOAPA.
En consecuencia, Mariano Rajoy tiene razón cuando afirma que el Estado español “no es normal”, sino una rareza incomparable: la plurinacionalidad y pluriculturalidad existentes en la Iberia no portuguesa son ignoradas y combatidas por la metrópoli madrileña. Las instituciones centrales del Estado no han pretendido nunca el fomento y el respeto a las culturas de raíz no-castellana. En contraste, las diferentes ramas de las instituciones federales canadienses han sido plenamente bilingües -en inglés y francés- desde 1867, cuando se aprobó la “Constitution Act” canadiense.
El plurilingüismo, entendido a la canadiense, no implicaría que todos los habitantes del Estado español debieran dominar las cuatro lenguas existentes en Sefarad -aunque sería un objetivo muy loable- sino que las principales instituciones públicas y privadas deberían proveer sus servicios a los ciudadanos en castellano, catalán, euskera y gallego. Desgraciadamente, el suprematismo hispánico, consistente en defender una jerarquía de culturas encabezada por la castellana, permanece como una característica inmutable entre las élites políticas españolas.
La intransigencia y el fanatismo españolista se ha transmitido intergeneracionalmente, sin ningún cambio sustancial entre los planteamientos franquistas y los post-dictatoriales -entenderán que evite hablar de verdadera democracia en el caso español-. También hubo un tiempo en que ciertos anglófonos justificaban la erradicación del bilingüismo a nivel federal y la supresión de la preeminencia del francés en Quebec. Sin embargo, los dos referendos soberanistas consiguieron silenciar estas voces, fortaleciendo el estatus de la lengua francesa e, incluso, consiguiendo que la nación quebequesa lograra una balanza fiscal -según el enfoque monetario- favorable a sus intereses. Nadie se atrevería a hablar de “derecho de conquista” en el Canadá contemporáneo.
La anormalidad española impide el pluriculturalismo y el federalismo asimétrico. Lo peor de todo es que los catalanes somos los que mantenemos la viabilidad financiera del Estado español. Así pues, ante el fracaso evidente de las estrategias pedagógicas y federalizantes impulsadas desde Barcelona y el éxito contrastado del modelo quebequés, ¿cuando conseguiremos un consenso soberanista en el mundo catalanista?