Turquía tiene una larga tradición de intentar solucionar sus problemas con las armas (armenios, Kurdos, griegos, chipriotas,…) pero los actuales gobernantes, que aspiran a ver su país dentro de la Unión Europea, apuestan por la vía política para hacer frente a los conflictos. Turquía tiene la voluntad de ser una potencia regional pero para llegar necesita primero solucionar los graves problemas de convivencia interna y con sus vecinos. El último paso efectuado ha sido la reconciliación con Armenia. Pero una vez más las buenas intenciones se han quedado cortas porque el fuerte nacionalismo turco añora pasados imperiales. Los gobiernos turco y armenio han firmado acuerdos de reconciliación pero los turcos, a continuación, han puesto condiciones para abrir las fronteras mutuas.
En los últimos tiempos y con el actual gobierno islamista moderado del primer ministro Erdogan se está produciendo una evolución política que se traduce en una serie de hechos significativos. Turquía afloja su tradicional alianza con Israel y se acerca a la Irán. Estos cambios políticos no favorecen nada la aspiración turca al ingreso dentro de la UE y se suman al hecho de que 30.000 soldados turcos ocupan el norte de la isla de Chipre, estado que es miembro de la UE. No parece posible que sin una reconciliación con Grecia y sin salir del norte de Chipre, donde se empeñan en mantener con sus soldados y su dinero una fantasmagórica República Turca del norte de Chipre, Turquía tenga ningún tipo de posibilidad de entrar en el club comunitario, que después del ”si” irlandés al Tratado de Lisboa se prepara para acoger a Croacia e Islandia.
– El genocidio armenio será estudiado
El 1915 los turcos protagonizaron el primer genocidio del siglo XX matando a un millón y medio de armenios (según cifras de los armenios, mientras que los turcos todo lo más aceptan medio millón y hablan de 300.000). Eran tiempos de la Primera Guerra Mundial, de derrumbe del imperio otomano y nacimiento de un fuerte nacionalismo encabezado por el general Ataturk (padre de los turcos) y los armenios eran el enemigo interior favorable al enemigo ruso, una quinta columna que había que combatir y eliminar. Los historiadores y escritores turcos que han discrepado de la versión oficial han sido tratados de traidores y algunos han sido obligados a exiliarse, caso del premio Nobel de literatura Oran Pamuk.
El pueblo armenio nunca ha olvidado el genocidio y Turquía nunca lo ha reconocido. Con el acuerdo ahora firmado entre los dos gobiernos se establece la creación de una comisión que estudiará y tendrá que aclarar aquellos acontecimientos para restablecer la verdad histórica. Armenia renuncia a cualquier reivindicación de territorio turco y Turquía pone como condición para abrir la frontera mutua que Armenia se retire de los territorios ocupados en la república caucàsica de Azerbaiyán. Los azerís son un pueblo turco y los armenios ocupan desde hace una veintena de años un 20% de su territorio, dentro del cual está la región de Nagorno Karabakh, habitada por 120.000 armenios.
– Decepción del pueblo kurdo
En el conflicto con los kurdos también las buenas intenciones turcas se han quedado cortas.
Son ya veinticinco años de lucha armada, con unas 40.000 víctimas, entre el pueblo turco y la minoría kurda (entre 12 y 19 millones, es decir, el 29% de la población, según cifras del diario francés “Le Figaro”). Presionado por los Estados Unidos, a quienes interesa la solución del tema kurdo para poder establecer una alianza turco-iraquí que facilite su retirada militar de Irak el 2011, el gobierno turco, el pasado julio, dijo que satisfaría las reivindicaciones de los kurdos pero, de momento, se ha limitado a unas pocas reformas culturales, como el proyecto de poder usar la lengua kurda por la radio y la televisión y devolver el nombre kurdo en pueblos y ciudades kurdas. Pero ya existen doce televisiones por satélite que hablan kurdo. Las esperanzas suscitadas entre los kurdos están desapareciendo.
En las montañas Qandil, al Kurdistán iraquí, hay unos 4.000 combatientes del PKK (Partido de los Trabajadores Kurdos), que controlan una área montañosa con un centenar de pueblos. Su cabeza militar, Murat Karayllan, afirma que “es tiempo de iniciar una vía política y pacífica: es la única solución. En veinticinco años los turcos han intentado todas las opciones militares, sin éxito. Por primera vez han dejado de negar la existencia del problema kurdo y se han comprometido a encontrar una solución, este cambio es pues una en adelanto”. Pero más allá de las buenas palabras el gobierno turco ha dicho todo lo que no haría: ninguna amnistía por los rebeldes, ninguna negociación con el PKK, no a la introducción de la lengua kurda en las escuelas, ninguna autonomía para las regiones pobladas por kurdos, ningún tipo de reconocimiento del pueblo kurdo dentro de la Constitución turca, no se detendrán las operaciones militares. Todas estas negativas son precisamente las reivindicaciones del PKK y de su líder encarcelado, Abdullah Ocalan. De momento, el PKK mantiene una tregua unilateral pero si Turquía “juega el juego peligroso de dar prioridad a sus planes militares, dice Karayllan, en detrimento de la opción política, nuestras tropas están a punto para responder”.
La política actual de medias tintas, de quedarse a mitad de camino, no le servirá a Turquía para poner fin a los conflictos internos y externos que le impiden ejercer el papel de potencia regional e imposibilitan un futuro acceso a la UE.