Turbulencias en el eje derecha-izquierda

Hasta ahora, al menos en los análisis más periodísticos y en las encuestas, la brújula de orientación ideológica se ha organizado casi en exclusiva sobre el eje derecha-izquierda. Sin embargo, y sobre todo vista la previsión de un notable crecimiento de la extrema derecha en las próximas elecciones europeas, este eje se ha ido enturbiando y el dibujo de este viejo orden político lineal se tambalea.

En los Països Catalans solemos añadir el eje nacional, ahora igualmente agitado y cada vez más diluido por el primero. Aquí todavía debatimos sobre si tendremos gobiernos poco o muy de izquierdas o poco o muy nacionalistas. Pero el problema de fondo es el mismo en todas partes: situar los partidos en un solo eje derecha-izquierda simplifica la realidad, por mucho que uno se escude porque facilita su representación y esconde sus inconsistencias. Sin embargo, impide considerar las nuevas dinámicas populistas y autoritarias, tan bien repartidas a derecha e izquierda.

Por poner un caso que nos toca de cerca, mantener el eje derecha-izquierda nos ahorra poner la cuestión de si el PSC es realmente de izquierdas, y si se ajusta a un verdadero ideario socialista la defensa del reprobado modelo turístico del Hard Rock, la B-40 hasta Granollers que tiene en contra a todo el mundo agrario del Vallés o la ampliación del aeropuerto de Barcelona al margen de los sectores ambientalistas. Como también remueve toda lógica ideológica el hecho de que las patronales catalanas suspiren por tener un govern presidido por Salvador Illa supuestamente socialista.

Pero es a nivel europeo donde el eje derecha-izquierda vive momentos de gran turbulencia. Dos casos recientes: la conservadora Von der Leyen dice que es fácil trabajar con la ultraderechista Meloni y que se aviene a pactar con ella, y en los Países Bajos han hecho coalición gubernamental la extrema derecha y los liberales del Partido Popular por la Libertad y la Democracia. También entre la misma extrema derecha hay desavenencias nada despreciables por el apoyo a Putin y Zelenski. Y creo que no es exagerado decir que Isabel Díaz Ayuso o Dolores Montserrat, del Partido Popular, por populistas y autoritarias, no harían un mal papel junto a Marine Le Pen y la propia Giorgia Meloni.

Todas estas aguas turbias ahora se producen en la derecha del eje porque tienen las de ganar, sí, pero pasaría lo mismo en la izquierda, en la que, significativamente, ahora mismo se ignora la existencia de extremo alguno. Cuando los extremos crecen, los antiguos equilibrios se tambalean. Primero, porque los espacios extremos moderan el discurso al ver cerca al gobierno. Y después, porque los espacios fronterizos más centrales se avecinan desesperadamente para no perder los votos que se les van.

Soy de la opinión de que no deberíamos aferrarnos a viejas y simplistas clasificaciones que ya no se ajustan ni a los nuevos contenidos ideológicos de los partidos ni a la percepción que tiene el votante. No podemos seguir situando cómodamente en la extrema derecha a Le Pen y Meloni al margen del perfil de sus votantes o de sus evoluciones ideológicas y estratégicas. Hacerlo nos sitúa fuera de la adecuada comprensión de la realidad social y política de nuestro tiempo. Tampoco podemos seguir creyendo que se puede combatir democráticamente la extrema derecha con cordones sanitarios, negándoles el derecho –y el deber– de participar en un debate público abierto cuando ya están ahí. Hay suficientes evidencias de que los cordones sanitarios no hacen más que reforzar la legitimidad de estos partidos, victimizándolos.

No digo que no exista un eje derecha-izquierda clásico. Digo, en primer lugar, que ese eje ya no mantiene una linealidad clara. Pongamos por caso, no pienso que Junts esté más a la derecha que el PSC. Digo, en segundo lugar, que existen nuevos ejes que especialmente en la toma de decisión del voto se sobreponen a las categorías de derecha e izquierda. Por ejemplo, el que va de la radicalidad democrática al autoritarismo obsesionado con la seguridad. Y opino que la izquierda ‘woke’, la de la cultura de la cancelación y la corrección política, es más autoritaria que democrática. Y digo, en tercer lugar, que los nuevos espacios de debate político en la Red favorecen un nuevo eje que va del populismo antipolítico al partidismo sectario, también bien repartido a derecha e izquierda.

De modo que insistir en reducir a una única cosa la llamada extrema derecha europea, como un espectro al que no se debe escuchar ni discutir con argumentos, me parece que es una manera cobarde de esquivar su gravedad. Como si negando la realidad se la borrara del mapa. Como si demonizándola se le ganara. Como si, en definitiva, fuese una fantasía imaginar una no muy lejana confluencia de dirigentes en Italia, Francia y España con Meloni, Le Pen y, por qué no, Díaz Ayuso. ¡Vaya pesadilla!

ARA